“Escrito para la Historia”: Temas diversos (Capítulo 9)
Por Blas Piñar (Del libro “Escrito para la Historia”.- Tres ofrecimientos: El primero tuvo lugar mucho antes de la fundación de Fuerza Nueva. Los otros dos reflejan la actitud con respecto a Fuerza Nueva de quienes asumían responsabilidades al más alto nivel en el Movimiento y en el Ejecutivo.
El primer ofrecimiento me lo hizo Joaquín Ruiz-Giménez -al que me unía una antigua y buena amistad- al asumir la cartera de Educación. Vino a verme a casa. Me invitó a que diésemos un paseo juntos.
El paseo, me parece recordar que fue por la Ciudad Universitaria y que duró varias horas. Fue por la tarde. Me pidió, y muy insistentemente, que aceptara una Dirección General en el Ministerio de que se había hecho cargo. “Te cambio -me dijo, y me repitió varias veces- la Notaría por una Dirección General.”
Fue una tentación ofrecida con palabras amables -como él sabía hacerlo- en la que afortunadamente no caí. Para hacerla más atractiva añadió que tenía libertad absoluta para elegir a mis colaboradores. Así sería más cómoda y grata la tarea, contando con gente de mi absoluta confianza. Le agradecí, como es lógico, su deferencia, pero no acepté. Creo que dadas las secuencias políticas posteriores del nuevo ministro de Educación mi respuesta negativa fue acertada.
José Solís Ruiz, ministro secretario general del Movimiento, me rogó que pasara por su despacho oficial. Estuvo deferente y amable. Era simpático y comunicativo. Me indicó que deseaba incorporar al esquema dirigente del Movimiento a determinadas personas. Se había entrevistado, a tal fin, con Antonio Barrera de Irimo, que más tarde fue ministro de Hacienda, y con Cruz Martínez Esteruelas, que luego sería ministro para el Plan de Desarrollo y después de Educación Nacional. Les había ofrecido Delegaciones nacionales. Ya había aceptado el último. Deseaba que yo fuese delegado nacional de Asociaciones, que en aquel momento desempeñaba Jordana de Pozas. No recuerdo si mi respuesta fue, en principio, negativa. Lo que sí es cierto es que puse reparos y que consulté con mis colaboradores de Fuerza Nueva. Rechacé con cortesía el ofrecimiento. Solís lo comprendió.
Yo no estimaba compatible aquella Delegación con la rectoría de una corriente doctrinal, identificada con el Movimiento, pero no encuadrada en la Organización, ni administrativa ni económicamente vinculada a la misma.
Años después, Laureano López Rodó, ministro de Asuntos Exteriores, me llamó por teléfono. Iba a bordo de un avión que le conducía de Barcelona a Madrid. Deseaba verme enseguida. Me pidió que le esperase en el Ministerio. La entrevista tuvo lugar a media mañana del día 17 de septiembre de 1973. Me hizo un exordio lento y cauteloso. El Gobierno, y de un modo especial su presidente, Carrero Blanco, deseaban ofrecerme una compensación por los servicios desinteresados que prestaba al Régimen.
Los ataques de que éramos objeto merecían esa compensación. Me ofreció la embajada de Manila, indicándome que los Príncipes irían dentro de poco en visita oficial a aquel país y que convendría que alguien de plena confianza pudiera preparar este desplazamiento, considerado como muy importante para mantener el recuerdo y la presencia de España en Filipinas. Además, me dijo, sabemos que tú conoces el archipiélago, que has estado allí en dos ocasiones y tienes buenos amigos que te ayudarán para que la presencia de los Príncipes sea un éxito.
Me quedé sorprendido. No esperaba ese ofrecimiento. Le contesté que lo agradecía pero que no lo aceptaba. Si ese ofrecimiento se me hubiera hecho al ser destituido como director del Instituto de Cultura Hispánica, en enero de 1962, lo habría meditado. Ciertamente, conozco Filipinas, amo a Filipinas, muestra evidente de la obra colosal de España en el Oriente lejano, y ningún cargo como el de embajador para ahondar en ese conocimiento ; “pero a estas alturas -le dije- cuando Fuerza Nueva irrumpe en la vida pública española para mantener los ideales del 18 de Julio, que se están marginando o traicionando, yo no puedo abandonar a los míos, desistir de la empresa y marcharme a las antípodas. Si en aquel entonces tu ofrecimiento hubiera sido una noble tentación, ahora ni siquiera me seduce. Hay una escala de valores que no voy de ningún modo a quebrantar”.
Seguimos hablando. Yo deseaba saber si la propuesta partía de don Luis Carrero Blanco y si la conocía el Caudillo. López Rodó me dijo que la iniciativa era de Carrero. No sabía si éste se la había dado a conocer a Franco. Le rogué que lo indagara y me lo comunicase. Aquella misma noche, López Rodó me hizo saber por teléfono que al Jefe del Estado le pareció muy bien la propuesta.
Para ratificar mi contestación al ofrecimiento envié una carta al ministro de Asuntos Exteriores fechada el 2 de octubre de 1973, en la que, entre otras cosas, le decía : “Como te prometí, dejo constancia escrita de nuestra conversación del pasado 17 de septiembre, en el Palacio de Santa Cruz. Te agradezco el ofrecimiento que con tanta insistencia me hiciste de la Embajada de España en Manila. Es una prueba de tu delicadeza, cuando, como tú mismo indicaste, parece se confabulan todos, incluyendo a personas de tu máxima confianza política, contra la postura que venimos manteniendo, y contra mí personalmente. Ya te adelanté, sin embargo, mi respuesta, que ahora te confirmo, después de pensarlo con más detenimiento. No puedo aceptar por muchas razones, cuya enumeración sería larga y prolija. Hace años, quizás, un ofrecimiento parecido me hubiera hecho dudar. Ahora, con la tranquilidad absoluta de conciencia, puedo decirte que no he encontrado un sólo motivo (a pesar de mi apasionamiento -que conoces- por todo lo que a Filipinas se refiere) para contestarte de un modo afirmativo”.
La noticia del ofrecimiento de la embajada en Manila debió filtrarse -y no por mí- pues apareció en todos los medios informativos, aunque en ellos se hablaba de que yo sería nombrado embajador en Filipinas o en Brasil.
Pedí audiencia en el Palacio de El Pardo. Se me concedió inmediatamente. A Franco le expuse los argumentos en que apoyaba mi no aceptación. Mi lealtad a él y a lo que él significaba era evidente y daba pruebas a diario de ello. Ésta era la razón principal que respaldaba mi negativa. No me era posible colaborar desde ningún cargo con una situación política que con el amparo oficial estaba dinamitando el Régimen. Mi puesto estaba aquí, para tratar de evitarlo. Desde Manila, tan distante, poco o nada podía hacer. Incluso, dije, me da la impresión de que, para debilitarnos, se me deporta, con la caricia y el señuelo de una Embajada, a un país remoto.
López Rodó me hizo saber que, ello no obstante, y para demostrar que el ofrecimiento no era sólo a mí sino a Fuerza Nueva, yo podía proponer a alguien de nuestro grupo para ese nombramiento. Tuve una reunión en nuestra Sede con los directivos y máximos responsables. Les di cuenta detallada de lo acaecido. Le sugerí a José Antonio García Noblejas, notario de Madrid, hombre serio y con experiencia, que aceptase. Tenía relación con Filipinas, por parte de su esposa. Por las mismas razones, que yo apunté y posiblemente por otras de carácter profesional, no consideró oportuno marcharse a Manila. Así se lo hice saber al ministro de Asuntos Exteriores.
El Asunto “Arrabal”
La opinión pública se sintió conmovida e indignada al tener noticia de la dedicatoria que Fernando Arrabal de Terán, dramaturgo, célebre por muy variadas razones, estampó en el ejemplar de uno de sus libros editado por Alfaguara: Arrabal celebrando la ceremonia de la confusión. Resulta penoso reproducir la dedicatoria. Decía así: “Para Antonio. Me cago en Dios, en la Patra y en todo lo demás”.
La Agencia Logos comunicaba desde Murcia, con fecha 22 de julio de 1967: “Ha sido detenido y puesto a disposición de los Tribunales competentes Fernando Arrabal, como consecuencia de las expresiones sacrílegas, blasfemas, antipatrióticas y obscenas, en las dedicatorias firmadas por él en una obra suya en un establecimiento comercial madrileño”.
Con la misma fecha, Cifra, ya desde la capital de España, añadía: “Se sabe que en las primeras horas de la tarde llegó a Madrid, custodiado por funcionarios de la Policía, Fernando Arrabal de Terán. Tras las correspondientes diligencias, pasó a disposición de la autoridad judicial”.
El diario Arriba apostilló la noticia con una nota de la redacción, en la que se identificaba a “Antonio”, destinatario de la dedicatoria -que calificaba de “inmunda”-, con un muchacho de 17 años, diciendo que el autor de la misma “es un genio que insulta groseramente al país, que blasfema y que ensucia los libros y el paisaje”.
Es curioso que, como señalábamos en el número 30 de Fuerza Nueva, de 5 de agosto de 1967, el propio Arriba hubiera dedicado poco antes un “generoso espacio en sus páginas de huecograbado a las fotografías del autor y a las crónicas cariñosas para el mismo de Nativel Preciado”.
Pero más curioso aún, y por supuesto sorprendente, fue la sentencia del Tribunal de Orden Público, de 29 de septiembre de 1967, a la que hacía referencia ABC, del día siguiente. En parte reproduzco la sentencia, conforme al texto del diario:
“El Tribunal estima en uno de los considerandos de la sentencia, que la frase soez, grosera y despreciativa, escrita por el inculpado en la dedicatoria de un libro suyo contra el Sumo Hacedor, claramente tipificaría su actuar como constitutiva del delito de blasfemia comprendido en el artículo 239 del Código Penal, al haberse producido una acción injuriosa contra Dios, pues por tal es tenida la imprecación proferida por el inculpado, sin que pueda desvirtuarla la alegación de ir referida a la figura mítico-literaria del dios Pan, toda vez que a ello se opone el propio contenido de la frase, la precisión lógica dimanante de su profesión de escritor, la reflexión inherente a un texto escrito y ser ilógico que, quien cuidó omitir una vocal en la palabra “patra”, para claramente aludir a concepto distinto de la “patria”, olvidara adjetivar la figura mítico-literaria invocada, con publicidad -requisito esencial para la tipicidad de la blasfemia por escrito-, evidenciada por el lugar en el que se produjo, en presencia de numerosas personas en el momento de ser estampada, así como la difusión obtenida inmediatamente a su comisión, antijuricidad constituida por el sentido de menosprecio expresado hacia Dios y, por último, el elemento de culpabilidad concurrente al no ser preciso un ánimo específico de ultrajar. Ahora bien: como en el momento de autos el inculpado padecía una aguda intoxicación no ordenada a tal fin, al haber ingerido seis pastillas de “simpatina” y tres copas de licor, para contrarrestar los efectos de la tensión psicológica que sufría a causa de tal estado, se produjo en él un desgobierno de las estructuras superiores de su personalidad que no le permitían el autogobierno de la inteligencia y voluntad y que, al quedar ambas anuladas, hacen procedente estimar en su conducta la concurrencia de la eximente de trastorno mental transitorio, establecida en el número primero del artículo 8 de nuestro Código Penal”.
Yo, por mi parte, comenté ese escándalo en dos artículos: el primero, en Informaciones, del 29 de julio de 1967, titulado: Lo de Arrabal y otras cosas; y el segundo, en el número 39 de Fuerza Nueva, de 7 de octubre, bajo la rúbrica de En total desacuerdo.
A pesar de todo, y para que el lector advierta el clima degradante ya iniciado, no solo escritores ilustres -José María Pemán, Camilo José Cela y Vicente Aleixandre- testificaron en favor de Fernando Arrabal, sino que en el Colegio Mayor del Movimiento Beato Diego de Cádiz, después de dictada la sentencia, el grupo teatral Quimera, dependiente del mismo, puso en escena Oración, obra de Arrabal, incluyéndola en su repertorio. Fue el 14 de octubre de 1967.
Arrabal, ya absuelto, regresó a Francia, y fue uno de los asaltantes y ocupantes del Colegio Español sito en la Ciudad Universitaria de París. La ocupación tuvo lugar en la noche del 17 al 18 de mayo de 1968. Se izaron, por los asaltantes, dos banderas: una roja (social-comunista) y otra roja y negra (anarquista). En una entrevista con Benst Jahnson, publicada en el diariode Estocolmo Dagens Nyther, el 7 de junio, Fernando Arrabal declaró que para “luchar contra la dictadura de Franco la táctica más eficaz era la de la sátira y el humor”.
Por cierto, que mi punto de vista era compartido por muchos. El director general de Plazas y Provincias Africanas, José Diaz de Villegas, un gran español, me hizo llegar una carta, con fecha 7 de octubre de 1967, en la que se refleja su indignación de este modo:
“Leo su artículo ‘En total desacuerdo sobre el asunto de Arrabal’. Estoy plenamente de acuerdo con su tesis y verdaderamente no comprendo cómo se pueden decir en los Tribunales las cosas que allí se han dicho. El que al hablar de Dios se refiere al dios Pan y que al hablar de la Patria se refiere a una gata que se llama Cleopatra, es algo más que tomar “simpatina”; es una tomadura de pelo y un alarde de desvergüenza, que no comprendo.”
El Asalto a la Galería TheoFue en la noche del 5 al 6 de noviembre de 1971. Aquella madrugada me despertó el teléfono. Una voz desconocida me anunciaba que se había producido el asalto, que un grupo de jóvenes había destruido dibujos y grabados de Picasso, expuestos en la Galería y que yo estaba implicado en el hecho.
Bien sabe Dios que yo, ni conocía la existencia de la galería Theo, ni que hubiera en la misma una exposición picassiana con motivo del noventa aniversario del nacimiento del artista en Málaga.
A la conmemoración se había unido la España oficial, lo que fue destacado por la oposición al Régimen. Así, en Exprés Español, de diciembre de 1971, editado en Frankfurt, se pudo leer: “Radio Nacional programó espacios dedicados a Picasso y la prensa española dedicó amplios reportajes al ilustre compatriota. Incluso el reaccionario diario del marqués de Luca de Tena elevaba en su portada a Picasso junto a Goya y Velázquez a la categoría de gloria de España
Entre los compradores de los grabados -según Exprés Español- perjudicados por el acto de vandalismo se encontraba el ex ministro franquista de Comercio, Manuel Arburúa, vicepresidente del Banco Exterior de España y José Lladó, director de Industria Química en el Ministerio de Industria.
Desde el oficialismo y desde la oficiosidad de la Administración y del Movimiento se solicitaron: una adhesión a Picasso de los niños de nuestras escuelas, la emisión de un sello postal con su efigie y un homenaje nacional, proclamándole español universal y español del año.
Por su parte, en Barcelona, donde ya se había inagurado en uno de los mejores edificios de la Diputación un Museo Picasso, el Ayuntamiento, el 25 de octubre de 1971, colocó una placa en la casa donde el artista instaló su primer estudio en la Ciudad Condal. Con anterioridad, la Asociación de críticos de Arte, de Barcelona, concedió a Picasso el premio de la crítica 1968.
Más tarde, Luis Climent, director del diario del Movimiento Solidaridad Nacional, calificaba a Picasso de “genio excepcional”, y al morir el pintor -según manifestaba el escritor francés Saint-Paulien-, se recibieron telegramas de condolencia de varios ministros de Franco.
El Régimen, para nosotros, ya había bajado sus defensas y se había permeabilizado hasta el punto de permitir que desde su misma estructura se respaldase la táctica comunista -realmente hábil- de manejar instrumentos vitales, enmascarándose y sirviéndose de los medios de comunicación, de los espectáculos y como, en este caso, del arte y de los artistas.
En un informe que publicamos en el número 267 de Fuerza Nueva, de 19 de febrero de 1972, decíamos: “La figura de Picasso ha sido utilizada por el comunismo como motivo antifranquista. En el 90 aniversario de su nacimiento se preparó una intensa propaganda a escala mundial, que en España debía adquirir gran relieve y especial significación. Era necesario, para poner en marcha este siniestro plan marxista, acreditar la figura de Picasso ante los confiados españoles, para lo cual se tomaron las siguientes medidas: ocultación de la verdadera personalidad artístico-política de Picasso, silenciando su compromiso al servicio de la subversión y su continuada oposición desde 1936 al Movimiento Nacional, a través de su vida pública y determinadas obras seudoartísticas y blasfemas, que ofenden gravemente al Jefe del Estado”.
En la misma revista, y en el número 260, de 1 de enero de 1972, decíamos que “Picasso se puede permitir esa burla a todo arte civilizado y cristiano, sencillamente porque es comunista… ¿Se concibe una glorificación del arte actual de Picasso si éste, en lugar de haber pintado el Guernica, hubiera pintado Dresden arrasada por las bombas aliadas?
Pero ya, y en época de Franco, hubo tres obras de Picasso en el Pabellón de España en la Feria Mundial de Nueva York, con motivo del 85 aniversario de su nacimiento, obras que luego ingresaron en el Museo de Arte Moderno de Madrid. A la vez, se realizaron gestiones oficiales por la Dirección General de Bellas Artes para que viniese a España, con todos los honores, el Guernica (que por fin vino luego de la transición).
Picasso, que en el otoño de 1970 hizo unas declaraciones a favor de los terroristas de ETA, en pleno proceso de Burgos, fue no solo antifranquista, sino un comunista fervoroso. En el diario parisino L´Humanité, de 30 de noviembre de 1944, dijo: “mi adhesión al partido comunista es la consecuencia lógica de toda mi vida”.
En la revista francesa Découvertes, Saint-Paulien, a quien ya hemos citado, asegura que Picasso “fue un partidario resuelto de la doctrina marxista-leninista y un comunista militante. Al menos, así fue saludado por Pravda, de Moscú, L´Humanité, de París, y L´Unitá, de Roma. Erich Honeeker y Georges Marchais, secretarios generales de las secciones alemana y francesa de la III Internacional, hacen coro afirmando que “la desaparición de este incomparable militante constituye una pérdida irreparable para la causa proletaria”.
Lo curioso es que Picasso no se reintegró a España, a pesar de la proclamación, en 1931, de la II República, ni tampoco, cuando fue nombrado en septiembre de 1936, por el Gobierno rojo, director del Museo del Prado. Por añadidura, nada importante le perturbó durante los años que estuvo en la Francia que ocuparon los alemanes durante la segunda Guerra Mundial, ni protestó, como otros intelectuales, escritores y artistas contra dicha ocupación. Más aún, tengo entendido que vendió algunos de sus cuadros a los ocupantes.
Con razón se lamentaba Ernesto Giménez Caballero, en Informaciones, del día 6 de diciembre de 1971, de que “los lugares picassianos (fueran) enaltecidos por el mundo oficial, olvidadizo de (los) escritos (de Picasso) contra Franco”.
A mi modo de ver, acertaron en su veredicto tres jóvenes universitarios, Juan Fernández, Julio López y Gonzalo Molina, que en una carta que publicamos en el número 254 de nuestra revista (27 de noviembre de 1971), argumentaban: “Picasso ha politizado, ha dejado politizar su obra, y los demás tenemos derecho a juzgarle a él y a su obra con unos criterios fundamentalmente políticos. (Por eso), ahora que muchos piden la mayor rigidez a unos tribunales a los que no se han cansado de calificar de fascistas; ahora que gritan tanto los que han callado o silenciado el sinfín de atentados personales y materiales de la extrema izquierda española durante tantos años, (conviene proclamar que en el asalto a la galería Theo no ha habido) un delito de los vulgarmente llamados comunes. Ha sido, lícito o no, un hecho político, y como tal queremos que lo vea la gente”.
Según la información facilitada con motivo del asalto a la galería Theo, “en la exposición figuraban 28 grabados y dibujos de los que 24 quedaron total o parcialmente destruidos por la acción del ácido y de la pintura roja que se arrojó sobre los mismos. Otros dos desaparecieron, aunque uno de ellos se devolvió por vía postal. El importe de las pérdidas -según esta información- se calculaba en seis millones de pesetas. Los autores del atentado fueron ocho miembros -inmediatamente detenidos- (y muy pronto puestos por el juez en libertad -añado por mi cuenta- con una fianza por cabeza de 15.000 pesetas, lo que demuestra el escaso valor de lo que se expuso en la galería), de la organización fascista Guerrilleros de Cristo Rey, cuyos padres espirituales son el ultracruzado Padre Oltra (Hermandad Sacerdotal) y el procurador fascista en las Cortes de Franco, Blas Piñar (editor de la revista falangista Fuerza Nueva)”.
Esta imputación del asalto fue reiterada en el número 65, correspondiente a la segunda quincena de noviembre de 1971, de Información Española, editada en Bruselas, en la que se dice: “Blas Piñar es el auténtico responsable de la destrucción de la obra de Picasso y Blas Piñar (es un) asesino de la cultura”.
Los insultos y amenazas de que fui objeto, por vía telefónica, eran terribles y, como el lector puede imaginarse, nada gratos.
Peor fueron, en cierto modo, las notas de protesta de las siguientes instituciones: Asociación de Antiguos Miembros del Frente de Juventudes, Círculos José Antonio, Delegación Nacional de la Juventud, Consejo General de Colegios Farmaceúticos de España, Asociación Española de Críticos de Arte, Asociación Española de Mujeres Universitarias y Real Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría, de Sevilla.
Refiriéndose, sin duda, al asalto a la galería Theo, el jefe de la sección de Prensa y Propaganda de los Círculos José Antonio, dijo a los postres de una cena de hermandad: “La Falange es una organización revolucionaria, un cuerpo total de doctrina, no una organización para la algarada, ni para apedrear librerías, ni para atentar salvajemente contra exposiciones culturales y artísticas de valor universal”.
La nota de los antiguos miembros del Frente de Juventudes, tal y como aparece publicado en la Hoja del Lunes, de 8 de noviembre de 1971, rezaba así: “Pedimos a las autoridades que corten de raíz los extremismos que atentan contra los principios del Movimiento Nacional, denigran los valores positivos del 18 de Julio -a los que falsamente invocan- y ponen en peligro la paz ciudadana”
Esta campaña de condenación del atentado y que, de forma explícita o implícita, era contra quien esto escribe, se vio refrendada por algunos periódicos. Así, un editorial de Ya, que reprodujo La Verdad, de Murcia, el 24 de noviembre de 1971, decía: “Este modo de proceder en lo cultural es un atentado imperdonable contra una obra de arte o un recuerdo que es patrimonio de todos. En el terreno de lo moral indica una falta de gallardía personal y en lo político una torpeza grosera. ¿Quién organiza e inspira estas tristes felonías?. Y pedimos que se castiguen, como la violencia debe ser castigada en un país, como el español, que se enorgullece justamente de constituir un Estado de Derecho”.
Escribí al director de Ya pidiéndole que tuviera el valor de publicar los grabados que él consideraba una obra de arte. Se publicaron en parte en el número de Sábado Gráfico que luego cito. Algunas de las reproducciones de los grabados de la colección Sueño y mentira de Franco no debieron exponerse como el que le representaba realizando el acto sexual con una cerda o aquel en que Franco, con el miembro viril erecto, tocaba la Eucaristía.
Pero en el mismo diario, Luis Apostua aludía a “la increíble agresión a una galería de arte, con destrozo de varios dibujos de Pablo Picasso. Cuesta trabajo imaginar un nexo político entre la presencia de la obra de un español tan universal y el acto de actuar contra ella, a menos que volvamos a la quema de libros y a la persecución de brujas”.
Informaciones, de 7 de noviembre de 1971, luego de aludir a la vandálica actuación de 7 jóvenes que destrozaron 24 grabados de Picasso hacía patente “de una manera clara e inequívoca, enérgica y rotunda, la más absoluta condena hacia el irracional atentado. La tenaz y permanente repetición de actos como los aquí condenados, atenta contra los principios de Derecho que sustenta nuestro Estado. Por ello, no deben ni pueden volver a repetirse”. Sábado Gráfico, del día 13 de noviembre de 1971, decía : “No hay muchos cauces para expresar ideas extremas, pero este de violentar las obras de arte, que son indefensas y que no delinquen, nos parece el alcaloide de la bestialidad”.
José Baró Quesada, en ABC, del día 7 de noviembre, aseguraba que “el incendio de los templos en 1931 y 1936 y los ataques a las librerías y salas de arte en 1971 son un mismo exponente de incivilidad y arbitrariedad”.
Tele-Expréss, de 24 de noviembre de 1971, afirmaba que el acto vandálico era “una de las acciones más repugnantes a cualquier espíritu civilizado”, y Diario de Barcelona, de la misma fecha, lo definía como “gamberrismo de la peor especie”.
La agencia italiana de noticias ANSA divulgó la siguiente noticia que reprodujeron, entre otros diarios, La Nación, de Buenos Aires, y Momento Sera, de Italia: “Un commando antimarxista, formato da sette guerrilleri di Cristo Re, le squadre di estrema destra che fanno capo al procuratore alle Cortes (diputato), Blas Piñar hann strapatto e distrutto questa sera in piena Madrid, 24 incissioni di Pablo Picasso”.
Me vi obligado a desmentir tan falsa noticia, dando una nota, que se publicó en nuestra revista (número 254 de 20 de noviembre de l971). En ella manifestaba, entre otras cosas, lo siguiente: “Que con independencia del juicio que pueda merecerme la obra artística de Pablo Ruíz Picasso, estimo que la colección titulada Sueño y mentira de Franco es de pésimo gusto, obscena y gravemente ofensiva para el Jefe del Estado español y del Movimiento Nacional. Si los jóvenes -sean o no Guerrilleros de Cristo Rey- que intervinieron en el episodio a que se alude en la noticia de ANSA, conocían la citada colección, me explico, aunque no justifico, el acto, que realizarían, según estimo personalmente , llevados de su patriotismo y de su fervorosa y entusiasta adhesión a Francisco Franco”.
Eduardo Alvarez de Puga apostilló mi nota en el Diario de Barcelona, del 28 de noviembre de 1971, calificándola de “confuso caldo mental, en el que se mezclan, sin distinguir, patriotismo encomiable y gamberrismo de la peor especie, categorías artísticas y filiaciones políticas, cultura que dignifica y atavismos que degradan”.
Hasta aquí el sumario de las versiones sobre la que fue calificada como destrucción imperdonable de una obra artística de gran valor. Pero la realidad fue bien distinta.
No sólo pornografías y blasfemias
En primer término, ni Fuerza Nueva, ni su presidente, tuvieron nada que ver con el asalto a la galería Theo, que según las octavillas que se arrojaron, fue obra de un “Comando de lucha antimarxista”. En segundo lugar, no se trataba de dibujos o grabados originales de Picasso, sino de reproducciones de los mismos, que podían adquirirse en París al precio de doscientas pesetas cada uno.
Yo conocía la colección a través de la edición alemana publicada en 1968 por la editorial Insel Verlag, de Frankfurt. En una sesión secreta del Consejo Nacional la mostré para poner de relieve hasta dónde llegaba la catadura moral y la posición política de Picasso. Estoy seguro de que las autoridades competentes tenían perfecta noticia del contenido de la colección que iba a exponerse en la galería Theo. Por eso manifesté que “los que han delinquido son los que permitieron la exposición, no los autores del atentado”.
Hay testimonios que prueban el contenido de los famosos dibujos y grabados. Reproduzco los de Ricardo Lindes Ava: “He visto en la prensa grabados suyos (de Picasso, se entiende) verdadera pornografía de casa de lenocinio”; Pedro J. Muñoz: “Es tanta la obscenidad sucia y repelente que representan, que da asco mirarlos”; José María Rebate Encinas: “el marxista Picasso ha editado un libro en el que aparecen dibujos del Jefe del Estado en las posturas más repugnantes que uno se pueda imaginar”.
Pero fue Clara San Miguel la que en El Pensamiento Navarro, de 18 de noviembre de 1971, captó la realidad de lo sucedido en la galería Theo: “los grabados pertenecían a la Suite Vollard, que consta de 46 grabados y datan de 1937. Se expusieron una serie de veintitantos, impresos en un libro editado en Munich en 1968, Sueño y mentira de Franco. Decir que son pornografías y blasfemias es hacerlas demasiado honor, ya que tales adjetivos sugieren cierta fuerza, aunque sea la fuerza del mal. Los dibujos que comentamos son simplemente viles: dejando aparte las injurias a Franco, que aparece siempre en forma de gusano y en las posturas más grotescas, aparecen en ellos injurias al Ejército, a las jerarquías de la Iglesia católica, a todos los símbolos religiosos, a la Virgen María, expresados con una suciedad barata que causa asombro al mismo tiempo que rubor: el asombro de que un adulto normal haya descendido a tal infranivel, haya encontrado un editor para su obra y siga gozando de la consideración respetuosa de sus prójimos”.
Clara San Miguel, luego de señalar la petición casi unánime de los periódicos, que reclamaban poco más o menos que la cabeza de los jóvenes asaltantes de la Galería, terminaba así su espléndido artículo: “¡Pobres chicos, qué despiste el suyo!. Si hubieran injuriado al Crucifijo o profanado las tumbas de nuestros mártires o ensuciado la bandera de la Patria, apenas si su acción habría causado escándalo y habría, en cambio, encontrado muchas voces en su defensa”.
Con esta misma orientación Manuel de Santa Cruz escribía en el semanario ¿Qué Pasa?, de 4 de diciembre de 1971: “Cuando hay que discernir fuera del positivismo jurídico si una violencia es de una clase o de otra, si es de las buenas o de las malas, hay que explicar a qué orden está adherido el definidor, es decir, cuál va a ser la piedra de toque. Ya veremos cuál es la cosmovisión (y) cuáles las categorías que se transparentan en las futuras actitudes respecto de esos jóvenes que, llevados de su amor a España, han destrozado unos dibujos pornográficos del comunista Picasso”.
Rafael García Serrano también tomó su pluma, valiente y brillante, para escribir: “Picasso es comunista, y se manifiesta siempre que puede en contra del régimen español. No es justificable en absoluto, pero tampoco de extrañar, que un grupo de jóvenes, exaltados por la indudable resurrección del peligro rojo separatista, cometa un acto como el que acaba de ocurrir hace unos días.” (Fuerza Nueva, de 20 de noviembre de 1971).
Esta es la pequeña y desagradable historia del asalto a la galería Theo, en la que se expuso sin inconvenientes la colección Sueño y mentira de Franco.
Conviene señalar que, después del asalto a la Galería madrileña Theo, hubo en Barcelona dos atentados: uno, el 22 de noviembre de 1971, contra el Taller Picasso, al que se arrojaron cócteles Molotov o bombas, según las distintas versiones, y otro, el 24 del mismo mes, contra la librería Cinc d´Ors, en la que se exponían al público libros y litografías del pintor. Se atribuyeron los atentados supuestamente a la llamada ultraderecha que actúa a través de un “Comando de lucha antimarxista”. Esta imputación tuvo que silenciarse o desviarse, al reivindicar los atentados la “Liga Comunista Revolucionaria”, que los justificó como táctica hábil para que aquella imputación a los “fascistas”, se produjera.
Es muy significativo que para desvirtuar la famosa historia del Guernica, que la propaganda ha identificado con el bombardeo de esta ciudad durante la guerra española, Pablo Picasso dijera, en 1947, según publicó Federico Ysart en Diario de Barcelona, de 10 de abril de 1973, que “ni dicho cuadro, ni el resto de su obra, había pretendido, a sabiendas, hacer alusión simbólica a acontecimientos o personas políticas.”
Pablo Ruiz Picasso, Premio Lenin de la Paz en 1962, no fue nunca, según manifestaba Manuel Blasco, su primo segundo, al diario Sur, de 16 de agosto de 1981, “ni marido ni padre para nadie (murió sin reconocer a sus hijas Claude y Paloma), fue un hombre tacaño, cruel y despótico; practicar la crueldad era una de sus pasiones y en su apartamento de París despertaba a los vecinos disparando tiros.”
También Aurelio García en su trabajo Picasso, artista, Picasso, hombre dejó escrito lo siguiente: “Pablo Ruiz Picasso renegaba, tajantemente, de su nacionalidad española (y) además de mostrarse abiertamente antiespañol, era antifranquista… Por la década de los años sesenta, una representación de alcaldes de la provincia de Málaga acudió a ofrecerle productos de la tierra malacitana al castillo donde residía en Aix en Provence. No sólo no fueron recibidos los comisionados, sino que también fueron rechazados los obsequios que portaban. Los obsequios quedaron desparramados en la entrada de la suntuosa mansión. Al diario vespertino Le Monde hizo las siguientes declaraciones: `que no conocía España, que no conocía Málaga, y que era tan indiferente a todo lo español que no admitía visitas de españoles y menos si eran malagueños.` Los exiliados españoles, como también los trabajadores que fueron a trabajar en el país vecino, jamás recibieron alientos ni ayudas de Pablo Ruiz Picasso. Tuvo más de veinte hijos naturales, negándose de forma pública a reconocerlos. Se dio el caso doloroso del suicidio de un nieto, que ingirió una botella de lejía, al fracasar en el intento de que su abuelo le concediera su apellido… Uno de sus antiguos camaradas del Partido Comunista, el famoso actor de cine Yves Montand, manifestó: ‘Picasso es un indigno y un renegado’. La mejor prueba de su conducta en vida fue su muerte: murió en la soledad más absoluta. Se negó a recibir los auxilios espirituales. Fue enterrado en los jardines del castillo donde vivió y dejó en la más pobre indigencia a sus más cercanos familiares. De forma reiterativa, siempre hizo constar que sus restos mortales jamás fueran traídos a España… ¿Es por la calidad artística de Pablo Ruiz Picasso por lo que ahora tanto se (le) enaltece?: considero que ésta no es la causa de tanta exaltación, (sino) consecuencia de (su) comportamiento socio-marxista.” (Fuerza Nueva, nº 780, del 19 al 26 de diciembre de 1981).
Por si ello fuera poco, la revista mejicana Ábside, a raiz de la muerte de Picasso, le calificaba así: “…vivió como un gran señor a costa de esa parte de la burguesía rica que él desdeñaba, sensual, sibarita y epicúreo como un romano decadente, en una rica villa frente al Mediterráneo azul, dueño de grandes propiedades, entre ellas dos castillos, y de un soberbio caudal”, que según decía Luis Calvo, en ABC, de 10 de abril de 1974, ascendía a 50 millones de dólares.
Alcubierre
Todos los años los ex combatientes recuerdan con devoción la gesta de Alcubierre (posición San Simón), en la que dieron su vida por Dios y por España decenas de falangistas. Aquel 28 de abril de 1974 tuvieron la amabilidad de invitarnos. Esta invitación había sido estimulada por el afecto, pero también por la circunstancia de que con el transcurso del tiempo la asistencia disminuía. Resolvimos acudir y sumarnos al acto.
La víspera me llamó por teléfono Vicente Gil, médico de Franco, persona de una lealtad impresionante al Caudillo. Me unía a él una cordialísima amistad. Me dijo que actuaba solamente como intermediario, y en nombre del ministro secretario general del Movimiento José Utrera Molina. Éste me pedía que no fuera a Alcubierre. Quedé sorprendido. Siempre tuve estima y admiración por Utrera. Era para mí un arquetipo joseantoniano. No comprendía la razón de una orden semejante. Le repliqué a Vicente Gil que ahora debía actuar como intermediario, pero en el otro sentido, y que a ello no podía negarse dada su aceptación ya anunciada de mensajero. Me costó trabajo formular la respuesta, por el destinatario de la misma. La respuesta fue la siguiente: “Que no podía explicarme cómo el secretario general del Movimiento me prohibía ir a Alcubierre; que no le reconocía autoridad para dar esa orden a un consejero nacional nombrado directamente por Franco; y que al día siguiente, y de acuerdo con la promesa que hice a los organizadores del acto, nos trasladaríamos a Alcubierre”.
Hubo una concurrencia numerosa. Unas treinta y cinco mil personas. Yo me encontraba entre la multitud, muy cerca de la tribuna. Habló el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento de Zaragoza, Federico Trillo-Figueroa y Vázquez. Después tomó la palabra Utrera Molina. Estuvo brillante y enérgico. Fue muy aplaudido. Luego de cantar el Cara al Sol abandonamos el lugar. Nosotros ocupábamos varios autobuses. Deberíamos concentrarnos en un lugar concreto, para almorzar juntos, y al aire libre, en una finca que uno de los nuestros tenía por aquel paraje. La situación se hizo tensa cuando en un cruce de caminos la Guardia Civil nos detuvo. Nos obligó a bajar de los autobuses y de los vehículos que nos seguían. Nos pidieron la documentación. Algunos militares, de paisano, que iban con nosotros, pidieron explicaciones. Todo fue inútil. Nos obligaron a seguir, pero por direcciones diversas, y de tal modo y con tal eficacia nos dispersaron, que fue imposible volver a reunirnos todos para aquel proyectado ágape a la intemperie.
Nunca pude saber -ni tampoco intenté averiguarlo- el por qué de aquella orden y de la dispersión. Sólo sé que ya en Zaragoza, y en los medios en que nos movíamos, se olfateaba algo desagradable. En la cena oficial, a la que no se nos invitó, debió aclararse todo: se trataba del “gironazo”, es decir, de las declaraciones de José Antonio Girón de Velasco, publicadas en el diario Arriba.
En ellas, el presidente nacional de la Confederación de Ex Combatientes expresaba su repulsa por una situación política que para él -como para nosotros- ponía en grave peligro al Régimen del 18 de Julio. Por lo visto, y por lo que Utrera Molina ha manifestado después, de las declaraciones de Girón tuvo noticia por el diario, es decir, se habían hecho públicas sin su consentimiento, lo que, como es lógico, le dolió profundamente.
Ya en Madrid, me llamó por teléfono Pepe Utrera para preguntarme qué me había parecido su discurso. Como es natural guardé un absoluto silencio sobre su requisitoria para no acudir a Alcubierre y sobre la dispersión ordenada por la Guardia Civil. No conviene cultivar la aspereza cuando no conduce a nada. Le dije que su discurso tenía dos partes, la que correspondía al secretario general del Movimiento, que era contemporizador y no compartía, y la de José Utrera Molina, que me había parecido excelente y a la que me sumaba sin reservas de ninguna clase.
Aquel Viernes Santo
Mi entrañable amistad con don Pedro Soares Martínez, catedrático de la Facultad de Derecho de Lisboa y ex ministro de Oliveira Salazar, nació de manera insospechada. Pedro Soares se vió obligado a refugiarse en Madrid, cuando la famosa revolución de los claveles en Portugal. Un día, en un quiosco, compró un número de la revista Fuerza Nueva. En ese número se publicaba un discurso que yo había pronunciado, con no sé qué motivo, en el que ponderaba y alababa la obra de Oliveira Salazar, un hombre sabio y modesto, que mejoró el entendimiento y la cooperación hispano portuguesa, y que tuvo una clara visión de Europa. Su frase “El Estado es una idea en acción” fue para mí esclarecedora, desde el punto de vista político.
Don Pedro Soares, colaborador, ministro y admirador de Oliveira Salazar, quiso conocerme -y conocer nuestro Movimiento- y vino a visitarme. Aquella visita no fue sólo una muestra de cortesía y una expresión de su agradecimiento por mis palabras elogiosas para el creador del Estado Novo, sino el comienzo de la amistad a que me refería al principio. En Portugal, en Italia y en España hemos tenido ocasión de encontrarnos repetidas veces y la oportunidad de intervenir juntos en actos políticos inolvidables.
Tengo que decir que don Pedro Soares, en España, no fue un espectador más o menos acongojado por lo que ocurría en su país. Mantuvo contactos con sus compatriotas en el exilio y viajó por Europa y América. Yo tuve la satisfacción de ayudarle a conectar con unos compatriotas amigos, de uno y otro continente. También aquí, en España, y en la medida de lo posible, se relacionó -sirviendo nosotros de intermediarios- con personas claves e influyentes, que facilitaron la labor del exilio para contener los desmanes amenazadores del “poder popular”, con el que se bautizaba a sí misma la revuelta comunista portuguesa.
Don Pedro Soares fue a París, invitado por el ministro francés del Interior, el señor Poniatoski, de clara ascendencia polaca. Teníamos un gran concepto de Poniatoski, y nos agradó sobremanera tener noticia de la reunión para la que nuestro amigo fue convocado y a la que concurrieron otros notables del exilio portugués.
Poniatoski dijo a sus invitados que la situación de Portugal era muy grave, que podía ser contagiosa y preocupaba al gobierno francés. Este, añadió el ministro, estaba dispuesto a prestar al exilio de la nación hermana -para sofocar la revuelta y enderezar al país- toda la ayuda que fuera necesaria y, por ello, no sólo política y moral, sino económica y militar. Don Pedro Soares -según me contó- en nombre de los presentes dio las gracias al ministro por una oferta tan generosa, pero le indicó que Portugal sólo tenía una frontera, la frontera con España, y que sin el acuerdo con España el ofrecimiento no sería eficaz.
Con notable sorpresa -siguió contándome mi gran amigo portugués-, el señor Poniatoski dijo que tal acuerdo con España no era factible. “¿Que no es posible un acuerdo con la España de Franco sobre un tema que le pueda afectar de un modo muy directo, dada la proximidad con mi país, y el paralelo histórico del acontecer político en una y otra nación?”. A esta pregunta, cargada de perplejidad e inquietud, el ministro francés respondió: “Franco ya no dirige los destinos de España. Su gobierno -me refiero al de Carlos Arias- ha pactado una transición política con la oposición al Régimen. El pacto se firmó en Suiza. Aquí tiene usted una copia de lo pactado”. Lo que se pactó se hizo carne a la muerte de Franco.
Todo esto me lo contó Pedro Soares. Me llamó por teléfono recién llegado de París. “Le agradeceré que no obstante la santidad del día -era Viernes Santo- me reciba en su casa. Es algo importantísimo, trascendente”. Le recibí, como es lógico. Le escuché con la máxima atención. Parecía increíble. Medité sobre un asunto realmente grave. Poco o nada me era posible hacer para evitar lo que podría preverse. Hice; sin embargo, dos gestiones, que paso a relatar.
La primera: llamar por teléfono al general José Ramón Gavilán y Ponce de León, segundo jefe de la Casa Militar del Caudillo. Rechacé la idea de hacerlo al general Luis Díez Alegría, primer jefe de dicha Casa. Sabiendo cómo pensaban sus hermanos, el padre jesuita y el jefe del Alto Estado Mayor, entendí que confiarle lo que sabía no era prudente. Tenía escasas relaciones con Gavilán, general de Aviación, pero, sin la menor duda, era un hombre absolutamente leal a Franco. Muerto el Caudillo, al tener que elegir por cooptación a un consejero nacional del Movimiento, yo le voté, convencido de esa lealtad, virtud extraordinaria, no sólo por sí misma, sino por lo mucho que escasea.
Gavilán me citó en su casa -un ático del Paseo de Rosales- para el día siguiente, a primera hora. Le di cuenta detallada de lo que sabía. Recuerdo que me dijo: “ No tenemos noticia de ese pacto helvético, pero puedo decirte que presencié una conversación de Carlos Arias, presidente del Gobierno, con el Caudillo. Carlos Arias habló a Franco de la conveniencia y urgencia de la reforma política, añadiendo que contaba, para la tarea, con el consentimiento de la cúpula militar. El tono y el gesto de Carlos Arias hizo suponer al Generalísimo -ya muy debilitado y enfermo- que los tanques rodeaban el palacio de El Pardo”.
A esta gestión siguió otra, porque no sabía a ciencia cierta si la que acababa de realizar serviría para algo, dada la situación crítica del momento. Llamé a mi buena amiga y colaboradora en Fuerza Nueva, Isabel de Cubas, condesa de Morata de Jalón, casada con Andrés Martínez Bordiú, y, por lo tanto, concuñada de Carmen Franco: “Te agradeceré -le dije- que podamos reunirnos en tu casa (en la urbanización La Florida) don Pedro Soares y yo, con Carmen Franco. Tenemos que facilitarle una información fidedigna sobre algo excepcionalmente grave y decisivo para España “.
Isabel de Cubas, amable, como siempre, nos citó y reunió en su casa. La información sobre el pacto helvético corrió de cuenta de don Pedro Soares.Yo no quise intervenir.Podía suponerse, conociendo mi postura, que exageraba, que me dejaba llevar por un lógico apasionamiento, que era demasiado subjetivo. Carmen Franco escuchó, con toda la serenidad y el autodominio que la caracterizan, la exposición, pausada y en perfecto español, del ex ministro portugués. Al concluirla, Carmen Franco nos dijo, midiendo sus palabras, que ese pacto era verosímil porque su padre -el jefe del Estado- no mandaba. “ Cuando mi padre se refiere al Gobierno, acostumbra a expresarse en términos que revelan quiénes son los que en realidad ejercen el poder”.
Siguió Carmen Franco en el uso de la palabra. Y se explayó. Confieso que aprendí mucho al oírla, y aumenté las razones que me impulsaban a mantener un combate político en el que estaba en juego no sólo la continuidad del Régimen sino la sobrevivencia de España como nación. Carmen Franco nos dijo que Carlos Arias fue secretario particular de Azaña. Ciertamente que esta secretaría la desempeñó cuando el segundo presidente de la II República era jefe del Registro General de Últimas Voluntades, en el Ministerio de Justicia; pero también es verdad que sólo se nombra secretarios particulares a personas de máxima confianza.
Si Carlos Arias no continuó como secretario particular de Azaña, cuando a éste se le designó ministro del Ejército, fue debido a que, en vísperas de oposiciones a Fiscales, Carlos Arias le rogó que prescindiese de él para dedicarse al estudio. Si no podía estudiar no podía presentarse a las mismas con probabilidades de éxito. Carlos Arias -continuó narrándonos- obtuvo plaza de fiscal. En Málaga -su lugar de destino- mantuvo una cordialísima y pública amistad con el presidente de la Diputación, que estaba afiliado a la Masonería. Bajo el dominio rojo de Málaga, Carlos Arias -reproduzco tan sólo lo que oí a Carmen Franco- actuó de fiscal, sin problemas. Sin embargo, poco antes de la entrada del Ejército en la ciudad ingresó en la cárcel, de tal modo que fue liberado de la prisión por los nacionales. Se militarizó y ejerció su ministerio con notable eficacia.
Yo asocié inmediatamente lo que acababa de oír con otros episodios, que sí conocía, tales como el sumario instruido por la jurisdicción militar, a raíz del asesinato de Gabaldón, comandante de la Guardia Civil que trabajaba en los servicios de espionaje (SIPM), en la carretera de Extremadura, en julio de 1939; el nombramiento de un socialista, que se jactaba de serlo, para alcalde de Leganés, y las órdenes que se impartían desde la presidencia del Gobierno para dar protección a Felipe González, cuando se desplazaba a Salobreña (Granada) a visitar a sus primas.
Arias, Arias.
Todo se explica,
Menos que no se depurara adecuadamente al Guti y al tal
IMPRESIONANTE DOCUMENTO HISTORICO D. BLAS