Titanic de cartón piedra
Vista en perspectiva, Intereconomía no ha sido el Titanic que, por un accidente, ha sido golpeado por el iceberg de la fortuna, sino, en todo caso, un Titanic de cartón piedra, llamado a resquebrajarse por la propia fragilidad de su estructura. Es la acumulación de errores, de falta continuada de prudencia empresarial, el constante aventurerismo, la fatua megalomanía lo que ha conducido al desastre inevitable, a ritmo de vértigo en las últimas etapas.
El responsable máximo y, en buena medida único, del descalabro es Julio Ariza, pues Intereconomía ha sido siempre una autocracia, y esa connotación lesiva nunca se consiguió amortiguar, sino que se fue acrecentando con el tiempo. Como en todas las autocracias medran los mediocres y los aduladores. Ariza los fue coleccionando. La culminación es esa nulidad engolada de Alfredo Dagnino, que responde, en plenitud, a la dinámica de degradación interna. Cuando el Titanic de cartón piedra fue llegando a sus últimas contradicciones y ofreció señales inequívocas de naufragio fue perceptible hasta qué punto la ausencia de liderazgo era absoluta.
Durante semanas de retrasos en las nóminas, de impagos a proveedores, de acumulación de incertidumbres, nadie ha dado la cara, nadie ha aportado explicaciones; Ariza ha sido un fantasma desaparecido y Dagnino una figura decorativa y una sombra desvanecida. No digamos de Marcial Cuquerella o de ese fiasco perfectamente previsible del showman frustrado de Luis Usera que terminó convirtiéndose a Intereconomía en un páramo publicitario, en el que los costes de publicidad eran una acumulación de anuncios promocionales del propio Grupo.
La huida hacía adelante ha corrido pareja a los delirios de grandeza de Julio Ariza, a su bizarra altanería y a su falta de pericia y de la mínima prudencia empresarial. Se tornó alocada en la adquisición de la televisión que debía haber surgido como emanación natural de la maduración del Grupo y no como adicción. La acumulación de personal y de redacciones ha sido irreflexiva y desvertebradora. El mantenimiento del Grupo en locales escasos y de altísimo alquiler, ha sido un error gravísimo.
Ariza ha ido de triunfador y se ha gustado en demasía a sí mismo en esa imagen que, por cierto, contradecía lo que predicaba, en una distancia insalvable entre el dicho y el hecho, entre el discurso oficial y la realidad. No ha habido prácticamente principio proclamado que no haya sido conculcado en Intereconomía con contumacia y alevosía. Se ensalzaba la libertad y se imponía la mordaza; se presumía de independencia y se practicaba la sumisión política; se jugaba a una ficción de pluralidad cuando se ejercían los vetos; se propugnaba la defensa de valores absolutos y la búsqueda de la verdad como pulsión indeclinable del periodismo cuando se utilizaba la mentira y se chapoteaba en el relativismo. El Titanic de cartón piedra supuraba hipocresía por los cuatro
costados.
A la postre, el gran fallo, la quimera ha consistido en que Intereconomía no ha sido una empresa periodística, un contrapoder, sino un chiringuito político, aparataje de propaganda. En ese sentido, la comparativa de Julio Ariza con Jaume Roures, el hundidor de la Sexta y Público, es acertada: Ariza como el Roures de la derecha. Sólo que Roures se vino abajo cuando su señorito, Zapatero, abandonó el poder, para ser condecorado por Rajoy, y Ariza cuando su amo y señor ha llegado a la tierra prometida, al Palacio de la Moncloa.
Julio Ariza es gilipollas.
Por fin le encuentro!!!!
Bravo Enrique.Si seguía a Intereconomia era por usted.
Bravo.
Enrique, ¡qué bueno eres! ¡Da gusto leerte! ¿Ariza? Tal parece que es como Dr Jekyll and Mr Hyde… Contradictorio en casi todo salvo, quizás, en su megalomanía y narcisismo. ¡Indiscutibles!