La pregunta del millón
Ayer por la tarde fui a tomar café a casa de un amigo al que hacía cierto tiempo que no veía. Es un hombre ya jubilado, de gran sensibilidad artística que canaliza a través de la pintura, buena persona, buen padre y antes de enviudar, buen esposo. Ha vivido guiado por unos principios fundamentales de respeto, honradez y ética. Supongo que mi amigo es una persona como muchas otras, afortunadamente.
Por eso se sorprendió al no comprender. En su pauta de conducta no tiene cabida la inacción a la que estamos condenados ni el concepto de libertad que de forma implacable deteriora día a día la escala de valores, las prioridades y en consecuencia, la convivencia en nuestra sociedad actual.
Al despedirnos, después de una conversación distendida, me destacó que en ningún momento habíamos hablado de política. Acto seguido me hizo una pregunta insistiendo en que tampoco ésta lo era, que estaba relacionada exclusivamente con la educación. Y entonces me espetó: ¿y a ese hombre qué le va a pasar? Le entendí sin más explicaciones porque en los últimos días ha sido una cuestión constante que preocupaba a muchos fuengiroleños. Se refería a la actitud ordinaria y agresiva del portavoz de la oposición municipal.
El susodicho me mandó literalmente a la mierda en el penúltimo Pleno de nuestro ayuntamiento, hace un par de semanas. Me acusó en el debate de tener facturas escondidas en los cajones de la alcaldía. Le contesté de manera inmediata, y se lo repetí, que al finalizar la sesión fuese directamente a mi despacho acompañado del secretario, que es habilitado nacional y fedatario público, así como de cuantos testigos necesitara. Y le dije también, que en aras a la ética política, si encontraba facturas escondidas haciendo verdadera su acusación, me llevase sin demora a los tribunales. Pero que, por el contrario, si las hipotéticas facturas no existían más que en su mala fe, su dimisión debía presentarse al día siguiente. Por gallardía, y por haber realizado una imputación falsa.
Terminó el pleno y una vez levantada la sesión, le insistí en que pasara a la alcaldía a buscar la prueba del delito. Su respuesta no se hizo esperar. Sin disimulo, sin pudor y sin el menor respeto que toda persona merece, me dijo “váyase usted a la mierda, señora alcaldesa”.
Evidentemente se retrató solo. Por su altura moral, por acusar sin pruebas. Sobre él está todo dicho. El problema se suscita, y es lo que me invita a reflexionar, que nuestro modelo de sociedad carezca de reacción o de mecanismos de defensa ante determinadas conductas reprobables. Mi amigo, en la puerta de su casa, no daba crédito a que semejante comportamiento tuviese que tolerarse. No comprendía que nada podamos hacer para impedir que las instituciones que nos representan pierdan su prestigio.
Yo tampoco comparto que la libertad de expresión se identifique con la vulgaridad, el insulto, la calumnia, la injuria y el desprecio a la autoridad. Me plantea serias dudas que el sendero escogido hacia la conquista de nuestros derechos sea más directo acompañado del todo vale y de la ordinariez. Tengo el convencimiento de que así no damos los mejores ejemplos a nuestros hijos. Sé que desgraciadamente les inculcamos, desde los propios referentes sociales, que la educación ya no es necesaria. Les condenamos a una vida vacía de valores eternos y, por ello, nos enfrentamos a los problemas del presente y del futuro con más desprotección.
No podremos escandalizarnos ni efectuar reproche cuando los hijos mandan a la mierda a sus padres o abuelos, cuando los desprecian, cuando se mofan de sus profesores. Es con lo que conviven, es lo que aceptamos como muestra de libertad, es lo que sucede en un Pleno ante una atónita ciudad. No tiene sanción. No tiene reprobación.
En el pasado Pleno, los concejales de Junta de Gobierno, usando el turno de Ruegos y Preguntas, pidieron al portavoz del PSOE que se disculpara, que era de sabios rectificar.
No sirvió de nada. Se mantuvo en su posición. Informó a los medios de comunicación que llegado el caso volvería a hacer lo mismo, que no estaba arrepentido y que se ratificaba en cuanto sucedió. La próxima vez tendrá el agravante inútil de la premeditación.
Mientras, hay niños que convertimos en víctimas de nuestra permisividad. Adultos que no lo aceptan. Valores que se tambalean sin remedio. Respuestas inexistentes. Derechos sin deberes. Grosería campando a sus anchas. Pero también, mientras, se afianzan muchas convicciones de que algo estamos haciendo rematadamente mal y eso siempre deja una puerta abierta a la esperanza. Que así sea.
*Alcaldesa de Fuengirola.
Estimada alcaldesa, su artículo de opinión me trae recuerdos, nada gratos los recientes, y del cambio tras tantos años. Tengo casi 40 años, y buena memoria. Lo que usted describe, no es algo reciente, es el trabajo de muchos años, LOGSE y LOE, cambios en la ley, desprotegiendo de autoridad a quien es requerido educar, y cubriendo con un manto de impunidad al “menor” de 17 años y 11 meses. Ah, perdone que se me olvidaba, ya que provengo de una familia desestructurada. Ya sabe, en los 80 era la novedad. Me olvidaba del núcleo de toda sociedad, La Familia.… Leer más »