José Hernández y el gaucho Martín Fierro
Una vez más tengo que citar al doctor Luis Navarro y sus clases de Historia de la Cultura en la América Contemporánea en la Universidad de Sevilla. Ahí fue donde conocí la poesía gauchesca. Ahí conocí “El Gaucho Martín Fierro” de Hernández y también “Don Segundo Sombra”, de Ricardo Güiraldes. Ramiro de Maeztu decía que era la sombra del Quijote proyectada sobre la América del Sur. En verdad la poesía gauchesca tiene mucho de quijotismo, en el buen sentido de la palabra.
Este libro en concreto, en poesía típica respetuosa del lenguaje gaucho, describe fundamentalmente la figura del gaucho, una figura que aún pulula (Aun en menor medida) por la Argentina, el Uruguay, el Paraguay y el sur del Brasil. La vida a caballo heredada del conflictivo Medioevo español, la vida de frontera sobre la inmensidad de las Pampas que se extienden hasta colmar el Atlántico. Una vida solitaria del hombre ligado a los ganados y a la naturaleza, vida de hacienda y peligros. Los anglosajones han explotado la figura del “cowboy” cuando el rodeo es un invento hispano. En lengua castellana ha habido poetas que, como referimos el caso del argentino Hernández, sí que han sabido “explotar” esta tradicional figura; una lástima que apenas se haya llevado al cine, y en cultura anglosajona, sí vemos que hasta hace poco, del “western” hasta Nicole Kidman en “Australia”, sí que se sigue haciendo.
Decía el eminente polígrafo Ramón Menéndez Pidal en “Los españoles en la literatura” que una característica de los poemarios hispánicos era su ritmo de versos cortos y constantes, impregnando toda una tradición romancera. La poesía gauchesca, también bebiendo del sabio refranero, se inserta en este esquema, añadiendo lo vivencial y descriptivo, acaso con unos toques de moraleja golpeados en una habilidad cuasi historiográfica.
Hernández vivió una azarosa vida en una Argentina llena de conflictos. Su defensa de “las provincias” frente al “centralismo de Buenos Aires” encontró un eco magnífico en la figura del gaucho, tan maltratada e insultada por ciertas mentalidades “ilustradas” de la época.
Recuerdo que al poco de las clases con el doctor Navarro me compré una edición de bolsillo que traía “traducidos” algunos deliciosos “argentinismos” que podrían despistar en un momento dado al lector de acá. Durante un par de veces lo volví a degustar, volví con Cruz y con Fierro, y con el viejo Vizcacha, con las pulperías, con el moreno y con los indios. Volví a la vida a caballo, a los tiempos de reclutamiento forzoso, a los tiempos donde la emigración ya era en gran cantidad; volví a intentar entender la mente del gaucho en un mundo que ya se le venía encima. Volví y volveré algún día, como siempre, disfrutando al leer buena poesía, en este caso popular y realista.