El programa que España necesita se escribió hace 100 años
Dada la situación, es común que la gente señale, quizá sin demasiado conocimiento de la Historia, que esto se parece cada vez más al nefasto período de la II República, con la paradoja de que el primer republicano de izquierdas es el Monarca. Algunos añaden, para ser algo más precisos –si es que se puede precisar una comparación poco acertada- que no hay tanta miseria como entonces ni tampoco un Ejército Nacional que pudiera alzarse.
Pero a mí, a lo que más me recuerda este triste momento es al consenso de la Restauración, que por diversas razones se vino abajo, tal y como está ocurriendo con el sistema nacido de la Constitución de 1978. Dos expertos, uno en el periodismo y otro en la ciencia política, me han confirmado mi intuición histórica. Ayer leí un magistral artículo de Jesús Cacho comparando al Gobierno de Rajoy con el Gobierno del Desastre del 98. Y en el último número de Razón Española, Dalmacio Negro nos ilustraba sobre el nefasto consenso de la Instauración de 1975 cuyo fruto más podrido han ido las Autonomías.
La Restauración comenzó en 1876 y aguantó con sus caciques hasta la dictablanda de Primo de Rivera en 1923. De seguir sus pasos, nos quedan varios años de declive, un golpe de timón allá por los años de la década del 2020 y después una República que podría ser la solución definitiva de España siempre que la derecha deje de confiar en una dinastía tan dañina por creer que “República” siempre va unida a “Segunda”. Así que prepárense, porque con los apaños de la Casa Real y la casta político empresarial para librarse de un caso tan suyo como de Urdangarín, no creo que una sociedad demasiado harta vaya a tolerar por mucho tiempo tales dislates…Y además, ya no es posible un 23-F para que la estafa perdure, como suele recordar el divertido Gistau.
De éste paralelismo histórico, si es que estamos a tiempo, nos puede ser útil recoger lo que decía uno de los más grandes sabios españoles, que desarrolló toda su obra desde los inicios de la Restauración, Don Marcelino Menéndez Pelayo y que falleció en 1912 profetizando lo que vendría sobre España. Su obra es inmensa. Pero he tenido el privilegio de asistir a una conferencia de Don Xabier Agenjo Bullón, el mejor conocedor de la obra de Menéndez Pelayo, que me ha servido de guía para meterme de lleno en este mar de sabiduría.
Aquí algunos extractos de Menéndez Pelayo, de total actualidad, que sirven para enfocarnos hacia un estudio a fondo de su obra, tarea urgente para la reforma institucional de la nación, dado que es fundamental entendernos para mejorarnos.
La Educación y la Historia: La enseñanza en España apenas tiene nada de española, está desligada de nuestra tradición, las obras de nuestras aulas son extranjeras y malas, que es lo peor. Ha reinado aquí la manía de importarlo todo. La falsa historia lo ha invadido todo, las aulas, la literatura, la familia; la historia convertida en arma de partido y arrastrada por las calles.
Unidad nacional: No es sólo necesaria la unidad del territorio y la unidad política, sino la religiosa, la legislativa, la lingüística y la moral. El valor político de la unidad de la fe es que sólo por ella se legitiman y arraigan las instituciones, sólo por ella un pueblo alcanza vida propia y conciencia de su fuerza unánime. Sigo creyendo que llevamos más de medio siglo errando en todo. Y el camino que seguimos sólo puede conducirnos a la muerte de nuestra conciencia nacional.
Regionalismo: El regionalismo egoísta es odioso y estéril, pero el benévolo y fraternal puede ser la única salvación de España.
Liberalismo: No entiendo la libertad como un fin, sino como un medio de acercarnos al ideal de la vida humana. En Inglaterra, donde la libertad política es algo positivo y depende de tradiciones y leyes veneradas no debe confundirse con la libertad histriónica, clerofóbica y declamatoria que se alimenta de sueños y utopías.
La revolución: Acontecen las agitaciones insensatas y estériles de los pueblos cuando un grupo de reformistas, acalorados por enseñanzas de otras partes y desconocedores del estado del pueblo a reformar, salen del club, de la tertulia o de la logia… Y acontece que nada estable fundan, pero destruyen lo antiguo y turban el sentido moral de las gentes, con lo que viene a lograrse el fruto de las conquistas revolucionarias.
Guerra Civil (carlista): Los dos bandos poderosos, encarnizados, después de haber lidiado sin cuartel ni misericordia en los campos de batalla permanecen irreconciliables, rencorosos, separados por un abismo hondo de ideas. Uno se decía representante de la tradición y heredero de la España antigua, y en parte lo fueron, pero pareció identificar su causa con la de instituciones caducas condenadas a muerte y se constituyó en defensor no de una tradición gloriosa que no comprendía, sino de los peores abusos del régimen antiguo en su degeneración. Con esto dieron aparente justificación a los del partido adverso, que pensando y sintiendo con la Revolución Francesa, hostil a todo lo tradicional e histórico, confundían los principios fundamentales de nuestra vida nacional con las escorias que el transcurso de los siglos y la decadencia de los pueblos traen consigo.
Derecha y cultura: Si la cultura de los liberales era exótica y superficial, la de los partidarios del antiguo régimen había llegado a tal extremo de penuria que en nada y para nada recordaba a la gloriosa ciencia española de otras edades ni podía aspirar a ser continuadora suya.
Parlamentarismo y democracia: Es justa la antipatía por un parlamentarismo de trasplantadas instituciones sin raíz en nuestra historia y costumbres, que han sustituido a las antiguas y veneradas, dignas de conservarse en lo que de bueno y útil tenían.
El partido: Hay que inspirarse por algo superior a lo que se conoce como el espíritu del partido. El partido conservador debe ser la congregación de los hombres de buena voluntad que no reniegan de su tradición, que sostienen la unidad del espíritu español y la variedad de sus manifestaciones regionales; de los que en vez de la unidad administrativa sueñan con la orgánica y viva; de los que en cuestiones económicas tienen el interés de la producción nacional, hoy tan vejada, y de los que en materias más altas opinan que la pureza de creencias no es incompatible con el único procedimiento de gobierno hoy posible y con toda la libertad que puede dar vida a una política amplia, española, generosa, expansiva, la única que puede dar vida a una administración honrada. En la derecha, no suele fracasarse por incompatibilidad de principios, como suelen imaginar algunos, sino por incompatibilidad de personas.
Para saber más, la Fundación Larramendi ha digitalizado su maravillosa obra: (Pinche aquí).
¿Sabremos tomar nota? Porque cada frase de Menéndez Pelayo se hace mucho más potente un siglo después.