El cisco del cisma catalán
En política es una gran equivocación considerar que silenciar un acontecimiento provoca su olvido, práctica de la que se acusa y abusa Mariano Rajoy con cierta frecuencia, como tampoco es correcto pensar que bajo la amenaza del “paraguas de la ley”, será suficiente para frenar las reivindicaciones y sentimientos secesionistas de los catalanes, ó mejor dicho, de una parte de ellos. La manifestación celebrada con motivo de la “Diada” (conmemoración de la toma de Barcelona por las tropas borbónicas en 1714), el pasado martes día 11, marginando las diferencias numéricas de asistencia como ocurre siempre, resulta incuestionable que fue tumultuosa y no merece la pena discutir si no llegó al millón o superó dicho guarismo.
Bajo el lema “Cataluña, nuevo Estado de Europa”, pretenciosa denominación, si deja traslucir que la petición ya no se limita a lograr un inadmisible “pacto fiscal” que dan por conseguido, sino lisa y llanamente la independencia, unido a la consiguiente y compleja tramitación jurídica, incluyendo la reforma de la Constitución, referendum, elecciones, etc.
Aunque los políticos no lo reconocen, los despilfarros del “tripartito” dejaron a la Comunidad de Cataluña como unos zorros. Salvando las distancias, es similar a lo que hizo el nefasto Zapatero con España durante sus dos legislaturas. Bien hace permaneciendo callado y escondido, aunque lo suyo sería que todos estos casos fuesen juzgados y condenados sus responsables. Durante la etapa de este negativo ex presidente, no opuso nunca resistencia a las veleidades separatistas, para conseguir el acercamiento de lo partidos nacionalistas con tal de mantener el poder y véase el resultado. El presidente Rajoy no puede seguir respondiendo con silencios y quizá lo más apropiado sería desconvocar o postergar la reunión que tiene prevista con el presidente de la Generalidad para el día 20, para tratar sobre el chantaje fiscal y si comenzar a ocuparse seriamente de una reforma constitucional más acorde con la generación actual, porque lo que se está demostrando es que de no cambiar, el divorcio entre sociedad y políticos será total.
La postura de los manifestantes, al margen de las ocultas intenciones de la clase política, demostró un total deseo de romper todo vínculo con España. Los cientos de miles que ocuparon el centro de Barcelona, no deben ser considerados como la voluntad de todos los catalanes. Existen otros seis millones largos a los que también habría que preguntar si aceptan desvincularse de la nación a la que pertenecen y han pertenecido durante siglos.
Considerar la manifestación del día 11 como una “algarabía”, resulta cuando menos una frivolidad. La asistencia superó todas las expectativas y, posiblemente, ni los mismos organizadores que trabajaron y movieron lo indecible con todos los medios a su alcance, podían imaginar tan masiva respuesta. Lo ocurrido, por mucho que pretendan ignorarlo en el PP y algo menos en el PSOE, merece una seria reflexión, y consecuentemente, una contestación. CIU, hasta ahora nunca se había identificado con convertir a Cataluña como Estado independiente, pero los acontecimientos les están obligando a cruzar el “rubicón” con todas las consecuencias que supondrá el apoyar la deriva separatista.
Sin duda, miles de catalanes y residentes en Cataluña, se habrán sentido felices al contemplar como se ha incrementado la fiebre del independentismo, pero ahora el problema pasa por ver como van a enfocar los políticos catalanes ese sentimiento que supondrá la ruptura a todos los efectos de España. Con independencia de toda la casuística legal y antes de iniciarse el proceso, lo suyo sería realizar una seria y completa pedagogía, explicando a la ciudadanía toda la verdad con un lenguaje sencillo y perfectamente entendible, sobre cual sería el proceso para llegar a una Cataluña independiente. En definitiva, que ni un solo catalán o residente pueda alegar la más mínima duda o ignorancia. Existen también otra ingente cantidad de catalanes, una mayoría, que ni se manifestaron ni desean se produzca la ruptura, pero si el mantener ese coqueteo secesionista con el Gobierno español, aferrándose a que son distintos y por lo tanto merecen distinto tratamiento.
Independizarse de España acarrearía múltiples vicisitudes, entre otras , la salida de la Unión Europea, moneda propia, endeudamiento en euros, abandono de empresas, peor nivel de vida y un larguísimo etcétera que actualmente ignoran los ciudadanos, ni la clase política ha demostrado el menor interés en explicarlo.
Si lo pretendido con tal movilización es que Rajoy ceda a sus pretensiones, que ya se han convertido en auténticas amenazas, se han equivocado rotundamente. El Gobierno español no va a tolerar la injusticia que supondría para las restantes CC.AA. la aceptación del “pacto fiscal” y será lo primero que el presidente deberá dejar muy claro a Mas. El resto de catalanes que no son partidarios de la desvinculación de España, igualmente deberán ser escuchados, con lo cual sus gobernantes tendrán que cuidar y meditar muy a fondo como van a manejar este “cisco” (destrucción), antes de convertirlo en un irreparable “cisma” (separación).
Una vez más se pone de manifiesto la necesidad de contar con otro tipo de líderes y distintas aspiraciones. Quebrar la unidad de España no beneficia a nadie y menos a Cataluña. Su presidente está errado si considera que podrá materializarlo a golpe de mentiras y demagogia. Si algo podría perjudicar a los catalanes en estos momentos de penuria económica y crispación es precisamente la independencia, y mucho más gobernanda por un mediocre como Arturo Mas, versión pobre de Companys…¡Tiempo al tiempo!