El príncipe, la Merkel y Rubalcaba
Me llena de orgullo y satisfacción (de hecho, estoy a punto de reventar) ver al heredero de la corona inaugurando un curso escolar en una localidad de Toledo. Omitiendo pitos y flautas, ha constituido un acto espléndido digno de NODO, que, en blanco y negro, bien podría acompañar la acogida dispensada días ha a la Merkel en plan Mr. Marshall. Si lo proyectan antes de Tadeo Jones en los cines del país, igual volvemos a las cocinas de carbón, las heladeras y las radios de galeno antes de lo que pretenden nuestros valientes gobernantes. Un fiestorro rematado con un discurso sobre los ninis, super mega solidario y tal… Sí, los ninis, ¿no te suenan?… Sí, esos sin oficio ni beneficio, que ni estudian ni trabajan y que viven de la sopa boba de los papás. Ni con un espejo delante, SAR lo habría clavado mejor. Y es que no hay nada en el mundo como hablar sobre lo que uno ha vivido y vive. La experiencia, ya sabéis.
El segundo chiste. Ángela Merkel, que pide más reformas porque no cuestan dinero. Seis veces me he cambiado la braga pañal. Me meo todo con esta mujer. Qué no cuestan dinero, dice Frida. A ella seguro que no, que se está forrando pero bien. Eso sí, tras el descojone, he cogido una foto del monstruo de las galletas, le he pintado con un rotulador un bigotín y aún estoy temblando. Por si acaso, se recomienda practicar el paso del pato, que el cuarto Reich avanza y no es plan que nos pille sin saber desfilar.Y para terminar, el rey de reyes del humor patrio. Don Alfredo el grande por la tele. Número cómico de tronío, chorrada tras chorrada, demasiado para el cuerpo. Yo le daba un programa diario en horario infantil, entre Bob Esponja y Doraemón, el gato cósmico. O, pensándolo mejor, si le pones en un plató con dos velas negras y una baraja, las noches de insomnio se harían más llevaderas.Como salta a la vista, continúo en mi línea, haciendo amigos.
De consumarse la invasión alemana (no falta mucho, no), con el Príncipe ejerciendo de Rey y Rubalcaba medrando por ahí, que éste andará dando por saco hasta el Apocalipsis final, no me quedará otro remedio que, al amanecer, escaparme huyendo al islote Perejil. Leche de cabra no me faltará. Digo.