Pierre Dortiguier.- ¿Es la guerra de Siria una nueva Guerra Civil Española? Esta conlleva el mismo compromiso político, un odio análogo, intervenciones extranjeras armadas e ideológicas con su cortejo de asesinatos y, podríamos añadir, de internacionalismo. Claro está, las “Brigadas Internacionales” en Siria no enarbolan una bandera roja y ni siquiera un batallón sionista a su disposición ha venido a engordar las filas del bando nacionalista en 1936 (como el batallón Lincoln compuesto por judíos antifascistas, en la contienda española).

El partido Baas, cuya cuna es Siria, aunque esté en entredicho y la nueva constitución le priva de su privilegio en provecho del multipartidismo, está enraizado en todas las confesiones, entre ellas la cristiana. Para los partidarios de un nuevo orden nuevo, los diseñadores del Nuevo Gran Oriente Medio, se trata de arrasar este edificio político y social sobre el que se cimenta la unidad nacional siria, y los campeones de comité se alinean bajo la supervisión del León británico y también de la Marianne Francesa, Esta última retoma contra Siria sus antiguas maneras de dama protectora y envía contra ella sus mercenarios internacionales como antes mandaba sus tropas coloniales (magrebíes, senegaleses, malgaches e indochinos) para sofocar la llamada Revolución Siria de 1925/1927, liderada por el jefe druso Sultan al-Atrach contra el poder colonial francés).

Todo esto no está tan lejos como para haber sido olvidado, y la afición por politizar en clave nacional todas las guerras que afectan el interés francés, para presentarla como el triunfo del Derecho sobre la Barbarie o la Tiranía es un viejo reflejo de la diplomacia francesa, ya sea monárquica o republicana.

El primer objetivo de esta “Guerra Civil Española” árabe, por decirlo así, es demostrar la victoria ineluctable de un sistema democrático de comités cuyos hilos están tejidos en el exterior. Ese teorema ha sido probado tímidamente en Libia. La legitimidad popular se fundamentaría sobre un reconocimiento previo de la validez de los constituyentes de la sociedad. Estos serían hombres escogidos, elegidos o reconocidos por la opinión pública internacional y sólo ellos podrían otorgarse el título de ciudadanos. Los demás no serían más que falsificadores en potencia, usurpadores, como llaman los francmasones a las autoridades estatales que no están sometidas a su poder.

El poder salido del interior, es por el contrario, sospechoso de favoritismo, de ser incontrolable, imprevisible. Es sospechoso de crímenes y atropellos, aunque las pruebas no sean aportadas. La sola ley de los sospechosos fulmina a todos los que no salen de los cenáculos próximos a los que dirigen el Gran Juego y reparten los roles en el tablero de la nueva configuración mundial. Lo hemos visto con el CNT (Consejo Nacional de Transición) libio, cuyos miembros eran en su mayoría personas completamente desconocidas de la población. Hoy los nuevos dirigentes de los países condenados a someterse al Imperio salen de algún club londinense o de la chistera del presidente USA y no de las filas de la auténtica oposición nacional sobre el terreno.

La duración de la guerra siria permite clasificar esta lucha en la serie de acontecimientos decisivos del siglo que acaba de empezar. De su conclusión dependerá la suerte de todos los países de la región. Los miles de soldados del ejército regular y policías abatidos, los contingentes de mercenarios enrolados, con los nuevos Hemingway al gusto actual, que los enemigos del régimen agitan como banderas literarias o justificaciones morales, la prolongación previsible del conflicto que supera ya las esperas de los aficionados a interpretar las guerras desde sus oficinas y despachos, el viento del este que se impone al oeste belicista después del doble veto ruso y chino, todo esto no debe hacernos olvidar una lección histórica: la Guerra Civil española fue la primera derrota militar, sobre el terreno de combate, de la ideología mundialista de entonces: la internacional soviética cuya economía era mantenida en vida gracias a los créditos norteamericanos. La resistencia siria ante la agresión internacional podría tener el mismo sentido de advertencia, de que Dios no lo permite todo, y que aunque la Siria de Bachar al-Assad se derrumbara, también habría anunciado el comienzo del fin de sus agresores.

¡Viva Siria, una, grande y libre!