Tras unos días de descanso y alejado de noticias, periódicos y cuanto se cuece en la vida pública, me incorporo a este país de despropósitos y neurosis sin sentido. La verdad, es que cuesta un verdadero esfuerzo psicológico tratar de entender cuando acontece en nuestra sufrida sociedad y que produce un desgaste cansino y desesperante.

He asistido estos días a situaciones que ya se viven como “normales”, cotidianas, en este marasmo de sin sentido. Empresarios amigos, y de éxito, que los veo pidiendo ayuda a la familia por no poder atender a los pagos más elementales, como los seguros del coche, la luz o la comunidad de vecinos. Los mismos que hace nada tenían una vida acomodada, tranquila y con futuro, los veo malvendiendo propiedades, edificios completos, muebles e incluso dejando sus lugares de residencia para regresar a la casa familiar con hijos y pertrechos al no poder aguantar más.

Otros, funcionarios de carrera y con puestos distinguidos prejubilándose por el temor a tener que trabajar mucho más, para luego no saber si tendrán peor jubilación. Y así, podría enumerar unos cuantos casos que durante estos días he vivido en directo y que me han hecho llorar con los afectados.

El drama que vivimos creo que no se refleja en el día a día de la vida política del país. Al menos los que viven aupados en partidos y demás “montajes” para seguir chupando de los demás, así lo demuestra. El que tengamos casi 6 millones de parados y que no ardan las calles, es algo incomprensible. Quizás, tras estos días de reflexión, le haya encontrado una vaga explicación. Los jubilados son los que hoy sostienen la sociedad a muy duras penas. ¿Hasta cuando se podrá aguantar esta injusticia?

Vidas rotas, proyectos frustrados, perspectivas desvanecidas en la nada de la incertidumbre y en el vacío de un futuro digno. Temor por los hijos que ahora están estudiando carreras, sabiendo que no les servirá de nada, sintiendo como en breve se tendrán que ir a lejanas tierras. Corazones rotos de dolor por separaciones impuestas por causas ajenas, lágrimas de impotencia y desconsuelo.

Mientras que estas situaciones se viven a diario por decenas de miles de familias, mientras la pobreza avanza a pasos agigantados y los comedores sociales, Cáritas y el mismo Ikea, hacen de soporte existencial básico, las noticias de abusos, corrupción generalizada y despropósitos de partidos políticos y gobiernos que viven de espaldas a esa realidad, llenan a diario las portadas de la prensa y los noticiarios. Pero aquí no se mueve nadie, la gente muere o se suicida a solas en la vergüenza del fracaso personal o de la desesperación más terrible.

La falta de justicia, la politización de la misma defendiendo intereses de los poderosos, les pasará factura, pues el común de los mortales vive ya al límite de sus posibles, y es muy consciente de la tremenda injusticia que padece, de lo mucho que tiene intervenida su vida y de los muchos que viven a costa del empobrecimiento ajeno.

Solamente un estallido social que ponga en riesgo los intereses personales de aquellos que nos han arruinado y se han enriquecido a nuestra costa, podrá dar pié a un cambio. Ya vemos que tras un año de un nuevo Gobierno una amplia mayoría, no han tocado las estructuras que los mantienen y que utilizan para enriquecerse y cubrirse los unos a los a otros, jueces incluidos, los robos y despropósitos que nos han causado, sin tener en cuenta el sufrimiento personal de millones de familias que sufren impotentes y sin respaldo alguno el que le arrebaten lo más importante de la vida, la esperanza de un posible futuro.

Políticos y casta despiadada, inhumana y ladrona, Dios quiera que algún sufráis en vuestras propias carnes el sufrimiento que estáis causando a las gentes inocentes que os mantienen. No tenéis piedad, ni misericordia, ni vergüenza. Sois, de verdad, basura, escoria, mal. Vivís de espaldas a quienes os pagan el salario creyéndoos dueños del destino de los demás. Os deberíais pudrir poco a poco en vida.

Mi más absoluto desprecio a todos vosotros, a unos por acción y a otros por omisión y permisividad. No merecéis la vida que os damos.