La depresión como estado psicológico, que tan bien supieron difundir y aclarar Vallejo Nájera o Rojas Marcos, contienen en si toda la sintomatología del estado social que padece España.

Esa tremenda losa que parece aplastarnos a la hora de comenzar el día y el irresistible deseo de quedarse en la cama a esperar la nada, esa incapacidad de iniciar cualquier actividad, la falta de iniciativa y las ganas de llorar constantemente, parecen reflejar a la perfección a nuestro país cuando se le mira desde fuera.

Con ese deseo de “bajarse del mundo”, de no poder tirar de uno mismo, de no poder con la más mínima responsabilidad o deseo de mejora, nos identifica a la perfección.

La impotencia con que la sociedad civil se enfrenta a diario con fuerzas tan poderosas, que nos hace dejar de lado cualquier iniciativa que de lugar un mínimo cambio de estado, nos sume paulatinamente en ese estado depresivo y autodestructivo.

En nuestra historia el malestar de las gentes con sus “legítimos representantes”, nos viene desde la Restauración y en ello seguimos, impotentes y desesperanzados, formando como un gen más de nuestra identidad. Somos un pueblo deprimido, dejado al albur de lo que venga, todo da ya igual. No merece la pena luchar, pues damos la batalla por perdida antes de que ésta comience.

En los últimos años parece agravarse la enfermedad y el “paciente” se encuentra en la fase de autodestrucción, en los pensamientos suicidas, y en las acciones que ponen en serio peligro su vida y la de los que les rodean.

Es muy posible que los síntomas se agraven dado que no ponemos los remedios oportunos, dado que hemos renunciado a reconocer que andamos muy malitos, y que mejor que todo siga como quieran, pues ya no nos quedan fuerzas para defendernos de nosotros mismos.

Los médicos no quieren curarnos, andan más preocupados de sus intereses que de los males que padecen sus enfermos. Creen que es mejor dejarlos estar, que vivan ajenos a sus propios problemas, ignorantes de sus males, ajenos a la realidad del suicidio colectivo. Total, al final serán ellos, los enfermos, los que mueran en sus míseras vidas.

Terminar un año que comenzó con una leve esperanza de mejora es una golpe más en la línea de flotación. Comprobar que aquí no se mueve nada, y que todo sigue como siempre, es desconsolador, tremendamente nefasto para quien ya no espera nada a no ser la muerte por inacción.

Nuestra sociedad está en una profunda depresión endógena de difícil solución. Estamos a la voz del “sálvese el que pueda”, o como dicen en mi tierra gaditana: “los muertos el que no”.