BD.- En estos días el mundo anda riendo hasta las lágrimas e Internet está que arde con la última extravagancia bolivariana conocida hasta la fecha. Nicolás Maduro, el sucesor de Chávez, silba con los pajaritos. De momento podemos hablar ya de un clásico, pronto tal vez un mito. El realismo mágico no muere en las tierras del Libertador, pero se echa de menos en estos tiempos difíciles para la literatura la pluma maestra de un García Márquez para contarnos la historia de Maduro y el Pajarito.
Video 1: Maduro afirma que Chávez se comunica con él a través de un pajarito
Video 2: Maduro se defiende de las burlas por “el pajarito”

La muerte del carismático comandante Chávez no ha supuesto un descanso en esa especie de circo de dos pistas que fue durante años el mandato del llamado Gorila Rojo. Muerto el perro, parece que la rabia no desaparece en este caso, sino que arrecia con un brío que busca desesperadamente encontrar alivio ante la pérdida irreparable. Maduro ha tomado el relevo del prócer desaparecido, y aunque el alumno lo tiene difícil para superar a su maestro, el hombre se esfuerza, y a decir verdad apunta maneras. La juerga no va decaer, podemos estar seguros.

La historia ha dado la vuelta al planeta. Maduro ha sentido la presencia del Comandante Padre en la humilde y volátil forma de un pajarito tropical. En la soledad de la capilla elegida para esa aparición de incógnito de Hugo 1º de Venezuela, su pupilo he tenido una experiencia religiosa, un encuentro en la tercera fase: el más allá se ha hecho presente en el más acá y Maduro ha conectado con el espíritu ligero y cantarín del líder bolivariano.

Estamos en los trópicos, ¿es necesario recordarlo?, y aquí las apariciones y las figuras fantasmales, no se manifiestan necesariamente en la forma sombría y lúgubre que acostumbran en las regiones grises y encapotadas del hemisferio norte, sino en los tonos alegres y festivos de una naturaleza viva y siempre despierta. A orillas del Caribe azul, a los pies de la Cordillera esmeralda, los fenómenos paranormales y las visitas de ultratumba a veces se hacen presentes con los colores y los sonidos del carnaval.

En el silbido del alegre pajarito visitante, Maduro ha sentido el aliento del comandante Chávez. Y como no podía ser menos, le ha respondido en su mismo lenguaje. Los silbidos de Maduro y del pajarito se han trenzado en la melodía común de dos corazones fundidos en una misma emoción. La anécdota contada en primera persona ante una muchedumbre rumorosa de seguidores ha causado sensación, asombro y unas risas que se han oído de Polo a Polo.

Uno ha visto y escuchado el testimonio del Presidente de Venezuela, y también se ha reído. ¿Cómo quedar indiferente a la comicidad del momento? Durante largos minutos se me han dilatado las vías respiratorias y sacudido el diafragma. Apenas he recuperado el resuello y secado alguna lágrima, de pronto ya no he sentido hilaridad. Un sentimiento vago e impreciso se ha ido adueñando de mi. He vuelto a visionar las imágenes y escuchar las palabras de Maduro. La risa se ha transformado en sonrisa, la violencia de mi primera reacción se ha atenuado notablemente.

Mientras pasaban ante mis ojos el vídeo del momento, he pensado para mis adentros que nosotros también tenemos algunos personajes que no desmerecen al aquí presente. El estilo y los gestos de estos son nacionales, bien nuestros, distintos al de otros, pero el fondo “bananero” es el mismo. Hay cejas que bien valen este bigote. Y aunque ambas “pilosidades” viven en el mismo vecindario político, el venezolano rezuma una humanidad no exenta de calidez que se contrapone a la glacial cretinidad del “nieto de su abuelo”, un ectoplasma informe, icono perdurable de una España vacía de si misma.

En este caso estamos en Sudamérica, y las formas corresponden a la cultura local, al sentir propio de cada lugar. Y estas formas vienen determinadas por motivos diversos: raza, geografía, historia, sociedad… Pero la diversidad de las formas externas no pude ocultar la similitud de fondo. La experiencia de Maduro, lejos de ser algo estrictamente local es de naturaleza universal: la relación de cada cual con lo desconocido, su visión del más allá, su percepción de lo sobrenatural, su necesidad de trascendencia, su esperanza de que la muerte no es el fin…

De pronto he sentido algo muy distinto hacia ese hombre. Ya no es el presidente de nada, el delfín heredero del primer timonel de la patria, el líder de reemplazo de ninguna revolución, el gobernante que a lo mejor lleva su país al desastre definitivo y a una guerra civil. Una cierta calidez humana se deja presentir en el personaje. Doy por sentado de que lo que expresa es sincero. De lo contrario no podría verlo de la manera que lo veo. Podría ser simplemente una actuación, al gusto del público ante el que se produce. Yo no lo puedo saber. Le daré le beneficio de la duda. El hombre Maduro ha vivido esa extraña experiencia, que no pocos calificarán de ridícula, de patochada, de cojudez… Porque contar esas cosas ente un público, y más cuando se es presidente de una nación de 30 millones de huevones, tiene su miga. Sin duda. Lo dicho: ni García Márquez en los mejores tiempos del dominio de su arte habría imaginado una escena igual. Pero estamos donde estamos y si vemos las cosas a la luz natural que alumbra la escena, podemos entenderla algo mejor, ver más allá de la representación formal del acto, lo que expresan esas palabras y significan esos gestos. Si nos quedamos con las meras imágenes de este cuadro, entonces lo que tenemos ante nosotros es un sketch, un número cómico, una función teatral, una comedia bufa.

Sin duda es una comedia, pero la más humana de ellas, la vida misma. En el estado sicológico de pesadumbre ante la muerte de una persona querida, admirada, posiblemente venerada, Maduro ha visto proyectado en el mundo de lo real la sustancia de sus tristezas humanas, sus interrogantes ante las cosas de la muerte y sus pesares por las ausencias definitivas. Para el ánimo ensombrecido de Maduro, meditabundo en la silenciosa capilla de madera, un simple pajarito ha sido esa señal que, sin saberlo tal vez, esperaba desde hacia días en las horas de muda conversación con el supremo comandante, ya ido para siempre.

Muy bien, podemos pensar, pero se hubiera tenido que quedar esas cosas para sí mismo o a lo sumo para sus allegados y dejarse de esas vainas. Pero eso sería no entender la dimensión real de la famosa anécdota. Maduro no ha querido guardar la maravillosa aparición para si y ha comunicado la buena nueva a los seguidores del mesias bolivariano como Maria Magdalena le comunica a los apóstoles que ha visto a Jesucristo resucitado al tercer día. A partir de ahora la capilla del pajarito se puede convertir en Santo Sepulcro de Nuestro Comandante Chávez. Y posiblemente el pajarito se le presente de nuevo en posteriores ocasiones a su visitante para silbar a ratos juntos.

Ya no estamos en el sketch, sino ante algo más serio. No sé si esto pueda desembocar en una nueva religión, pero es seguro que la dimensión real de todo esto nos sitúa en un plano que nada tiene que ver con el chiste.

Maduro no puede esconder su experiencia con el pajarito, pues como hombre religioso que es está convencido del carácter sobrenatural de su diálogo con el espíritu de Chávez, encarnado en ese pajarito. En ese esquema, él es el nuevo San Pedro del culto naciente a Chávez resucitado de entre los muertos y aparecido como una avecilla. Por ahí van las cosas y seguirán yendo, posiblemente.

País de telenovela, dirán muchos. Pero hay que entender lo siguiente. En esa América (la mal llamada latina, no la anglosajona) donde lo primordial siempre está en la superficie, el sentimiento lo es todo, la emoción priva siempre sobre la reflexión. De ahí el carácter sensible, extrovertido, superlativo, hiperbólico, violento, nervioso, desmesurado, cruel y apático (frío por dentro y cálido por fuera) al mismo tiempo de esa América. No vamos a hacer un ensayo sobre este tema, pero eso explica muchas cosas. El carácter grotesco que adquieren muchas veces las formas sudamericanas no es más que la expresión desordenada de un mundo dominado por el sentimiento y la sensualidad, una humanidad que vive externamente tanto más intensamente que su conformación es más carne que osamenta, más corteza que médula, más barro que piedra, más tripas que cabeza y más instinto que razón.