De vagos y maleantes
Y tal como me aconsejó mi médico, me he apartado, por un tiempo, del seguimiento de la vida social y política, he dejado, igualmente, la lectura de noticias y artículos y me he dedicado a la lectura de los clásicos y a algún que otro libro técnico para ponerme al día. De ver eso que llaman televisión, nada de nada. La cosa se trataba de bajar la tensión arterial antes de que me diera un “algo”.
Sigo en ello y parece, que tanto la tensión arterial, como la social, política y financiera, sigue su curso de despropósitos capaz de hacer saltar por lo aires todos los resortes que retienen, a día hoy, el frágil equilibrio a punto de perderse.
A uno lo llevan los diablos cuando ve como se escapa una oportunidad histórica y también irrepetible, para dar un vuelco definitivo a los desmanes de 35 años de mentiras y falsedades. Es más, al parecer la mayoría que goza el Partido Popular en todos los órdenes de las distintas administraciones, lo emplea en cimentar y fortalecer un Estado de miseria moral que jamás se había conocido desde el fin de la II República.
La ignorancia campa por sus respetos, los “listillos” dominan a los doctores, los ladrones a los honrados trabajadores. El mundo al revés, quien más se prepare, más votos tiene de vivir en la indigencia, quien más medre, mienta, robe; ese, tiene el futuro garantizado. Nada más que tenemos que ver el nivel de los dirigentes que nos “lideran”.
Pero para estar al margen de todo, tendría que haberme metido a cartujo, y creo que ni así lograría permanecer ignorante de cuanto sucede a mi alrededor. ¡Cuántos despropósitos!. El primero de mayo estaba celebrando el 90 aniversario de mi suegra, cuando los gritos provenientes de un megáfono, me recordaba que era el día de los no que viven del presupuesto, el día de los trabajadores subvencionados, los sindicalistas de pro. “Políticos, banqueros, los mismos usureros”, y otras lindezas por el estilo, venían a sobresaltar mi voluntario ayuno político-vital.
Asomado al balcón, no pude reprimir mi vocación fotográfica y tiré de máquina para dejar constancia de los millones de obreros que reclamaban sus zaheridos y ultrajados derechos. Mi sorpresa fue mayúscula. En grupitos de no más de 100 0 150 personas, desfilaban los diferentes sindicatos, dejando claro la falta de unidad y de “destino”. Cada cual a su bola, cada cual con su lema, cada cual con su pancarta y cada cual con sus 100 0 150 seguidores liberados voceando, cual cencerros, la consigna del megáfono del sindicato que en ese momento pasaba por debajo de la ventana.
Yo recuerdo bien el tiempo en que la Ley de Vagos y Maleantes era aplicada, y la experiencia demuestra que tanto los españoles, como los latinos en general, necesitan de dirigentes fuertes, caudillos, líderes, que se hacen respetar mediante leyes sin ambigüedades, sin tana tonterías de multiculturalidades y milongas varias. Que el trabaja cobra y se le respeta y el que no, pues que vaya a la caridad. Pero nos han dado la vuelta y hoy goza de respeto el corrupto, el ladrón, el subvencionado que vive a costa de los demás y así no hay quien pueda hace nada de provecho. La sangría que sufre el país a causa de tanto parásito, ha terminado en una grave anemia y esto no da para más.
Los médicos, con todos los recursos en sus manos, se han negado a poner fin a la enfermedad y han hecho dejación de su juramento. Son unos vagos que viven muy bien y que no quieren tener que poner mala cara a nadie. Hemos perdido la oportunidad de nuestras vidas y debemos agradecerlo a Mariano Rajoy al cual yo le aplicaría aquella antigua norma de vago y maleante.
Añadiría a los vagos y maleantes, embajadores del hambre.
Propongo que se incluya en esa ley a Rubalcaba y a Rajoy