BD.- El gesto de Dominique Venner tiene evidentemente un sentido político: rechazar “La Gran Sustitución” (“Le Grand Remplacement”, el cambio de población programada por los promotores de la invasión/colonización/islamización), mucho más grave que “la detestable ley Taubira” (que autoriza el matrimonio homosexual). La soberanía francesa ha desertado los lugares de soberanía. El Louvre es un museo; el Elíseo es un establecimiento de puesta en marcha de decisiones tomadas en otros sitios; la Asamblea Nacional es un teatro de sombras en manos de los lobbys. Morir en alguno de estos sitios sería irrisorio. No se puede elegir morir ante una embajada o en el cuartel general de un grupo de presión minoritario.

Además, para Dominique Venner, “sean cuales sean los méritos de la acción política, no es ella la que puede devolver a los Europeos la conciencia fuerte de lo que son. Esta conciencia de la identidad en todo, incluso la política, pertenece al orden de la mística o la creencia”.

Sin duda es por ello que Dominique Venner ha elegido “un lugar altamente simbólico, la catedral de Notre-Dame de Paris, que respeto y admiro, ella que fue edificada por el genio de mis antepasados sobre lugares de culto más antiguos, que recuerdan orígenes inmemoriales”.

Ya en el siglo I, los galorromanos honraban ahí a Jupiter, Marte, Vénus y Cernunnos, como se puede ver en el Museo de Cluny. Desde hace 850 años, Notre-Dame de Paris, teología de la luz y búsqueda de verticalidad, se ha convertido en el navío de la novela nacional. Es el lugar de la larga historia de Francia y de Europa. La elección simbólica, en esta última llamada del sacrificado, de un altar dedicado a la Virgen María, es una decisión que no sorprende en un hombre que subrayaba la oposición entre la tradición europea, que respeta a la mujer, y el islam, que no la respeta.

No sé si esta hipótesis es acertada, pero está claro que Dominique Venner ha seguido su diálogo con el cristianismo con su “suicidio-advertencia”.

Éste es un cuestión central del punto de vista de Dominique Venner: para él, los indios, los árabes, los chinos, los japoneses, tienen una religión identitaria, en cambio los europeos tienen una religión universal. Eso era ventaja mientras Europa fue la dueña del mundo. Esta ventaja se ha transformado en desventaja en una Europa en retroceso que está afectada por las plagas del arrepentimiento y de la culpabilidad. “Las demás religiones, incluso el islam o el judaísmo, y también el hinduísmo, el shintoísmo o el confucianismo, no son sólo religiones en el sentido cristiano o laico del término, es decir una relación personal con Dios, sino unas identidades, leyes, comunidades”. Algo que, a los ojos de Dominiqe Venner, el cristianismo no puede aportar, precisamente porque tiene una vocación universal.

De ahí la necesidad para los europeos de volver a reanudar con su rica memoria identitaria: “A falta de poseer una religión identitaria a la cual aferrarnos, compartimos desde Homero una memoria propia, depósito de todos los valores sobre los cuales refundar nuestro futuro renacimiento”.

En el momento de abandonar la vida, Dominique Venner se ha mantenido fiel al De Viris illustribus de su juventud. Pero también es un retorno a las humanidades a lo que convoca. A través de los textos, de las artes y por la postura. Es el discurso de un despertador del pueblo que ha puesto la vida al servicio de sus ideas. La muerte de Dominique Venner no es un fin sino un comienzo.