He decidido renunciar a toda actividad pública y periodística desde el 1 de agosto. Quiero dedicarme a mi familia, a la que he sometido a una presión que ellos no habían elegido. Y a la agricultura, que me da muchas satisfacciones. Uno de los más graves errores es haber abandonado o deteriorado el sector primario; no producimos cosas reales y ver crecer y madurar los frutos es un gozo; es otra forma de servir a la sociedad y a la Patria.

No soy ninguna referencia, ni ocupo cargo alguno para precisar dar explicaciones de la decisión, pero como por aquí hay tres o cuatro que me demuestran respeto y cariño, a la cabeza el gran Armando Robles, me considero en la obligación de darlas. También para los que con tanta lealtad y esfuerzo me han seguido en la Plataforma de las Clases Medias y en Regeneración; a estos quiero reiterarles mi petición de perdón por no haberles sabido llevar a una meta o a un puerto seguro.

Mi objetivo era evitar este tremendo sufrimiento que se extiende por la población a causa de la instalación de una cruel casta parasitaria depredadora y apegada a sus onerosos privilegios. Es notorio que he fracasado. Dice mi madre que debería haberme callado y que me he dejado llevar por la soberbia creyéndome más que nadie. Si todas las madres tienen razón, la mía no es excepción, así que el humilde servicio que puedo prestar a mi sociedad y a mi Patria, a esta civilización que ya no se tambalea sino que se derrumba sin resortes morales ni referencias, es guardar silencio y mostrar que nunca tuve afán de protagonismo ni busqué el poder en ninguna de sus formas, ni tan siquiera la de la influencia, sino que me he movido por responsabilidad y patriotismo. Reconozco que en el fragor de la batalla, no pocas veces perdí el sentido de la realidad. Pido perdón a quien, sin querer, en tales momentos haya podido hacer daño.

Tengo también dos deudas con nuestra historia que quiero novelar. Una gira en torno a la frontera castellana del año mil, en la lucha terrible contra Almanzor y tiene como héroe al gran segundo conde de Castilla, Garci Fernández, y también a aquellos hombres y mujeres de frontera, siempre cinchada la espada mirando al horizonte. Otra, se refiere a los comuneros, a la Segovia comunera, de la que al tiempo partían para conquistar América, que supieron luchar por su libertad y morir con honor. Son dos historias de perdedores y me siento identificado con ellos.

Tengo la convicción de que para cualquier proyecto resto más que sumo. Sucede con los pioneros que se van llenando de polvo del camino, de lastre y de enemigos; no sólo los reales, sino también los tibios y acomodados, molestos porque se les trate de sacar de su sesteo. Estoy acostumbrado a que quien se acerque a mí sea inmediatamente avisado por su entorno de que no se signifique conmigo. Las sectas de la casta han gastado mucha pólvora de rey en acosarme con la insidia y premiarme con el silencio de esas sentencias de espeso ostracismo que dicta el sistema sin necesidad de hacerlas públicas.

Avisé en 1996 del desastre que se avecinaba, en vísperas del jolgorio cortoplacista del aznarato, con mi libro “Privatizar las mentes”. Denunciaba que las autonomías eran insostenibles y la generación de extensas redes clientelares para dar soporte a una abrumadora y depredadora clase política llevarían al desastre y al atolladero a la sociedad. Detectaba otros problemas gravísimos, como el desastre educativo o la continua erogación de levas crecientes de titulados de materias sin acomodo posible en el mercado laboral. Concreté aún más la denuncia en “Casta parasitaria”. Y llamé a la rebelión en “El manifiesto de las clases medias”. Así que todo lo he hecho para vender libros. Se ha dicho mil veces y lo repite aquí de continuo un anónimo easonense que me demuestra la saña propia de los lacayos de la casta. ¿Por qué libros? Porque era el ámbito más libre. Tuve que poner en marcha mi propia editorial y he tenido que liquidarla, así que si era ese mi objetivo, que no lo era, también he fracasado. Di ya las soluciones en “Privatizar las mentes” y las desgrané en “Para salvar a España”. Todo hombre tiene una carga de fuerza vital y la mía está agotada.

No voy a desgranar el intenso y apasionado activismo desplegado, de protestas y manifestaciones, recorriendo decenas de provincias tratando de despertar conciencias. Voy a hacer mención sólo de la concentración en Plaza de Colón el 14 de febrero de 2010, “contra el despilfarro de los políticos”, en la que reuní a más de quince mil compatriotas, y de la que nadie dio la más mínima información. Ha sido una lucha desproporcionada, sin medios para los objetivos, una sana locura. Recuerdo lo que me dijo Álex del Rosal, mi primer editor, quizás para indicarme que no me publicaría más libros: “Nadie te ayuda”. O lo que me dijo un amigo: “Enrique, es que dices a la carga y te lanzas y cuando miras para atrás, no hay nadie”. Hoy mismo, un periodista que me anima a seguir con pseudónimo, curiosa oferta, me dice que “comprendo que el nombre Enrique de Diego pesa mucho”. Nunca lo había pensado, quizás porque nunca me he parado a pensar en tales términos.

Por si hay algún insidioso, gozo de muy buena salud, pero me duele España, a veces de manera insoportable. Tengo muchas dudas de que esta sociedad haya hecho méritos para sobrevivir. He visto a mis compatriotas aceptar de buen grado altas dosis de manipulación y mentira si se las suministraban los suyos; mostrar una suicida tolerancia hacia la corrupción de los suyos, moverse por histerias de gregarismo sectario en torno a siglas de puras mafias con la pasión banal y acrítica de los hooligans de los equipos de fútbol. Me han dedicado con frecuencia una saña incomprensible. He lamentado la extensión del espíritu servil de los lacayos entre mis compatriotas, la corrupción moral como paisaje, la degradación y la jibarización de las mentes; la deslealtad y el oportunismo como monedas de cambio habituales. Viene a mi mente, por el contrario, el gesto tan español del conde de Benavente quien, obligado, según las costumbres de la época, por el emperador Carlos, a acoger en su Palacio de Toledo al conde de Borbón, francés que luchaba con la corona española, prendió fuego a su Palacio cuando lo abandonó el huésped traidor.

Se me ha concedido en estos últimos tiempos desenmascarar a mis enemigos o a la atardecida, sentado entre granados, asistir a auténticos atascos de sus cadáveres. Julio Ariza es ya públicamente un estafador neoesclavista que no paga las nóminas de los trabajadores; y ese es un peligro del futuro: la esclavitud; Losantos aparece como un tomante de dinero negro del PP, como un corrupto, que se inventó la delirante conspiranoia, ofensiva para las víctimas de la masacre de Atocha, al servicio y pagado por el inútil de Ángel Acebes. Es ya una evidencia que el PP es una mafia, que debe ser ilegalizada, como adelanté contra tirios y troyanos. El último servicio que he prestado es avisar de que la Justicia en España es una cloaca al servicio de la casta parasitaria. Y datos fehacientes lo demuestran como tener un presidente del Tribunal Constitucional militante del PP. El Estado de Derecho es un espejismo que mantienen cuatro jueces dignos y honrados, pero ahora la casta, porque se juega la cárcel, tiene que soltar toda la ponzoña acumulada en la magistratura y la fiscalía. Ojo, que cuando no hay justicia, hay venganza y violencia.

Vienen la esclavitud y el hambre. No el hambre de los comedores sociales, los contenedores y los comedores de las escuelas. El hambre generalizada que siempre ha sido evitable, pero que para impedir su terrible bostezo es preciso desmantelar todo lo hecho mal, que ha sido todo, en las cuatro últimas décadas con sus tramas de intereses creados, bancarias, empresariales, sindicales y mediáticas.

Me dispongo ya a guardar silencio y a labrar el campo, dando gracias a Dios Todopoderoso, al Dios de las batallas, implorando su misericordia en este tiempo de dura prueba y de pastores mudos y cobardes, y a Nuestra Señora, la Virgen, en esta Tierra de María que es España para que no nos deje solos a sus pobres hijos. Soy un soldado de España y habré de acudir presto si la unidad está en peligro, y ahí iré aunque vaya solo, aunque no me ayude nadie. Gozo de una paz recuperada y mi silencio tiene una elocuencia íntima. Siempre hubiera amado a España pero en estos tiempos de tantas ofensas y tantas traiciones tiendo a amarla con pasión. ¡Viva España!