La Fiesta del bollo
Como punto final a su semana grande, el Centro Asturiano de Madrid ha celebrado la tradicional Fiesta del Bollu, que se viene organizando desde 1916, aunque con algunas interrupciones. Culmina el curso, más o menos, de la centenaria casa regional correspondiente a este año, la más antigua del mundo en funcionamiento, cuyos fundadores, allá por 1881, la concibieron como un centro de ayudas para los asturianos residentes en Madrid que eran, en su mayoría, pobres. He resaltado en varias ocasiones su historia, magnífica, y su trayectoria inspirada en la solidaridad y la beneficencia. Las crónicas hablan de los miles de niños escolarizados y de la atención médica, de la que por cierto se ocupó don Ramón de Campoamor que, además de buen poeta, fue gobernador civil de las provincias de Castellón, Valencia y Alicante y, tras esta experiencia, director general de Beneficencia. Las primeras crónicas sobre la fiesta, que debería ser patrimonio cultural de Madrid, situa su celebración en las inmediaciones de la ermita de San Antonio de la Florida, para pasar pronto a los Viveros de la Villa. Un año más, el bollu preñau, el pan que contiene un chorizo dentro, pan de buena calidad y chorizo de matanza casera, bien horneado, como le gusta decir al Presidente del Centro Asturiano, Valentín Martínez-Otero, es la delicia gastronómica que da nombre a la fiesta, que suele celebrarse el último domingo de junio.
Resulta en cierto modo evocador el titular de este artículo. La Fiesta del Bollo es la fiesta de España y no porque Asturias represente a la España auténtica, algo de lo que nos gusta presumir a los asturianos, cuando hoy la moda es tratar de salirse del cuadro, sino porque en la España de hoy abundan los paniaguados y los chorizos, que son los ingredientes que dan consistencia a la suculencia gastronómica. En la Asturias de hoy, el paro, el paro juvenil, la economía, las comunicaciones, el tejido industrial, las expectativas para sectores básicos (lácteo, pesquero e industrial), no prevén soluciones que permitan siquiera la esperanza., pero son una referencia de los problemas que sacuden a España. Se tiene la impresión de que la gran maquinaria del Estado se ha parado.
En cambio, están de moda las rencillas partitocráticas y, aún dentro de la misma formación, los medios de comunicación enseñan un auténtico muestrario de conductas y desafíos como si en ello les fuera a los españoles su propia esencia. Los elementos de la clase política (una parte importante de la “casta”), ajenos a los problemas inherentes a los departamentos o responsabilidades de sus cargos, se afanan por colocarse en posiciones de ventaja respecto a los teóricos contrincantes. Es lo único que funciona en la España partitocrática. Una aptitud competitiva que contrasta con la desesperante quietud que adorna a la España oficial.
El Centro Asturiano obsequió a sus socios con el bollu preñau, deleitoso bocado que de haber sido un invento italiano se habría adueñado de la Quinta Avenida en detrimento de la salchicha tipo Frankfurt, que los americanos bautizaron como “hog dog”, pero los bollos que tenemos en España por culpa de los políticos, de sus ambiciones y de sus deslealtades, apestan, repiten y provocan reflujo.