BD.- Se acaba de celebrar en Río de Janeiro lo que alguien ha calificado de Jornada Mundial de la Jarana. Otros pensarán haber asistido a la repetición general de los próximos carnavales de la capital carioca, eso sí, sin drogas, sexo, ni puñaladas, hay que reconocerlo. Estamos hablando de la Jornada Mundial de la Juventud.

Contrariamente al original, que suele dejar, año tras año, un balance de 200 muertos, diez millones de condones usados y varias toneladas métricas de vómitos urbanos, esta versión descafeinada y ligth de la gran orgía brasileña apenas ha dejado 36 lipotimias y desmayos varios, unas cuantas erecciones espontáneas (a causa del calor y el amontonamiento) y un sinfín de diarreas debidas a los puestos callejeros de bebidas y fritangas tropicales.

Mucho color, eso sí. Un empacho de colorines. Ritmos varios y cantos católicos tan aburridos como los de siempre pero con pretensión de modernidad y buen rollo. Mensajes papales tan pánfilos como los de la mayoría de sus recientes predecesores (hecha quizás la salvedad de Benedicto XVI).

Antes nuestro ojos ha desfilado todo lo que la Iglesia tiene para ofrecernos como señuelo visual para atraer a sus filas a la nueva feligresía del tercer milenio y rellenar los crecientes huecos en las menguantes tropas del ejército del catolicismo posconciliar.

Desde que existe la técnica de capturar imágenes de manera instantánea, toda descripción verbal o escrita de un objeto cualquiera sometido a nuestra mirada resulta ociosa. Por lo tanto resumiremos esta parte a una breve galería fotográfica que bastará para ilustrar el espanto y la condena que surgen de manera natural ante el derroche de chabacanería que ha supuesto esta edición de la JMJ a ritmo de samba. Levanten el respaldo de sus asientos y átense los cinturones, que allá vamos:

Bien, ya pueden desabrochar sus cinturones, estamos alcanzando la velocidad de crucero y hemos puesto el piloto automático.

En una de esas imágenes no me ha sorprendido ver a Antonio María Rouco Varela haciendo sus pinitos en este mundo del espectáculo. Que todo un arzobispo, cardenal y presidente de la Conferencia Episcopal Española, además miembro de la Real Academia de Doctores de España, se divierta como una corista de Xuxa, es una visión comnovedora en su patetismo. Pero sabido es que para no morir de solemnidad hay que entregarse a veces a la frivolidad. Le auguramos a Rouco Varela una larga vida por este camino si sigue entregándose con la debida frecuncia a estas actividades paranormales.

Aun así he tenido una súbita inspiración y me he ido presto a la Enciclopedia Británica, concretamente a la entrada “asshole”. Ahí estaba la imagen de José Luis Rodríguez Zapatero. He afinado la búsqueda yéndome a “spanish catholic asshole”, y me he encontrado con lo que sospechaba que me iba a encontrar: la foto de nuestro más célebre cardenal.

Una vez colmada nuestra indignación por la repulsiva estética del dichoso evento, que mortifica el espíritu de toda persona normalmente constituida, uno se pregunta por el significado de esta masiva suelta de becerros y becerras saltarines y danzantes de todo plumaje y color. Pero mucho me temo que el fondo de este chabacano jolgorio no desmerece de la forma. Ambas están en perfecta concordancia y armonía. Si lo que se ve es como una patada en las partes blandas de nuestra física anatomía, el sentido de esta multitudinaria performance kitsch es aún más agresivo para el más noble órgano de la constitución humana: el cerebro.

Nuestra inteligencia se ve asaltada por la ñoñería de los discursos pontificios: “Jóvenes atletas de la fe…”, “Sed los protagonistas del futuro…”, “Sois el mañana del mundo …”. Por un momento uno espera oir “¿Cómo están ustedeeeessss?” u “¡Hola mis bajitos!” Tampoco hay que echarle mucha imaginación: los payasos andaban por ahí, pero no en sentido figurado (que también) sino los de la nariz roja y la cara pintarajeada.

Por encima de este griterio me ha parecido oir la voz del Nazareno gemir: ¿”Para qué he muerto en una cruz? Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”.

La Pasión de Jesucristo ha acabado en un festival playero, en un musical, con los obispos y cardenales haciendo de coristas. El Crucificado se ha convertido en el “Cristo Colega”. Al Papa Francisco ya sólo le falta ponerse unas rastas y tatuarse un “Ecce Homo ” en el cuello, y para completar, un piercing en el entrecejo y tres aritos en la oreja izquierda. ¡Quedaría tan juvenil y “de su tiempo”! Nos hemos quedado esperando que desde su palco pontificio le soltara a la concurrencia: “Jesús mola mazo, carísimos!”. No lo ha hecho y ha sido un error de marketing: las ovaciones hubieran sido atronadoras y se hubieran oído hasta en la Antártida. Con Francisco, la Iglesia Católica rima con cisco.

En esta vida todos tenemos un rol asignado, un papel que asumir, una misión que cumplir, un papel que jugar. El panadero hace panes, el albañil hace casas, el político miente y roba… Los curas ya no se limitan a dar misa y ocuparse de las almas de sus feligreses. Ahora cantan, bailan, son artistas, se disfrazan (afición eminentemente feminina, propia de mujeres y de invertidos), hacen bufonadas, son hombres del show business… La coreografía de los obispos es apenas un símbolo de los desvarios urdidos para la ocasión. Con estos maestros de ceremonias, la religión ha pasado de ser el opio del pueblo a ser un guateque. Las jerarquías eclesiásticas han perdido los papeles, literalmente. En esas torpes manos, el faro que fue la Iglesia Católica durante siglos se ha convertido en un simple letrero de neón carnavalero.

Uno se interroga acerca de la finalidad de esta colosal mamarachada de la JMJ. Ante lo grotesco de este indigno espéctaculo, su existencia sólo puede estar motivada por la necesidad de escenificar en hechos visibles la decadencia y la senilidad de una Iglesia que está tan gaga que pretende hacer pasar esta exhibición de gritona juventud por la lozanía y la vitalidad que le falta.

Esta Iglesia, corrompida hasta el tuétano y hasta la postración, pretende ser moderna, alegre y jovial. Pero con ese recurso a los colores chillones y a una juventud aún más vocinglera y escándalosa, el efecto conseguido se parece demasiado al de esos viejos calvos que, intentando esconder sus años con una peluca, no logran otra cosa que hacer el ridículo.

Atraer al personal con el espiritu de la época, la juerga, la fiesta, la diversión, el ruido, el bullicio… No se les ocurre que tal vez sería mejor volver a la seriedad, al decoro y a la austeridad. Con estas charlotadas sólo pueden atraer a los elementos de la sociedad con la meninges más flojas. Bueno, a lo mejor se acaba así antes toda esta historia. Llegados a este punto, quizás lo mejor sería dejar de agitarse para seguir engañándose y engañar una temporada más…

¿Puede la Iglesia pretender detentar algún liderazgo moral, ser alguna guía espiritual? Ante la bochornosa ceremonia a la que hemos asistido, la respuesta no ofrece duda alguna. El testimonio cristiano ha quedado reducido a una mera comedia musical, a eso que en lenguaje actual se llama “flashmob”, nombre moderno de lo que siempre se ha llamado gansada.

¿Dónde ha quedado lo sagrado, lo solemne, lo trascendente? Cierto es que no todas las celebraciones religiosas están teñidas de la seriedad y el boato de las ceremonias litúrgicas. Desde tiempos antiguos nuestros pueblos han celebrado a su manera, festiva y alegre, la comunión con lo divino en sus romerías y sus pregrinaciones, fiestas populares donde se canta a la vida, la fraternidad, las alegrías, las experiencias compartidas, la unión del grupo… ¿Aquí qué celebra esta gente?

Es evidente que las motivaciones últimas de esta JMJ son del todo ajenas a la evangelización. ¿Entonces qué? La nada, el vacío que hay que llenar de ruido y gesticulación para darse durante unos minutos más la sensación de que se sigue vivo. Pero esto hiede a muerte, no hay duda.

Como broche final a esta penosa jornada, en su viaje de regreso, el Papa nos ha regalado la perla de clausura, a 10.000 metros de altura, por encima de las nubes. Con los turcos a las puertas de Constantinopla, los obispos discutían del sexo de los ángeles. Hoy es la vida sexual de los gays lo que concita la atención de los doctores de la Iglesia, el Santo Padre a la cabeza. Hoy es la vida sexual de los gays lo que concita la atención del Santo Padre. Sobre la vida trágica de los cristianos de Oriente y de otras comarcas de un planeta cada día más inhóspito para los seguidores de Cristo, perseguidos,masacrados y martirizados, el Papa es menos locuaz.

La Iglesia ha perdido el oremus. Por este camino le quedan dos telediarios, O mejor dicho: dos misas. Esto empezó en la catacumbas y el circo romano, y está terminando en el circo a secas.

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