Por Pablo Yurman.- Hungría es un ejemplo de aquellos países que se animan a desafiar el orden que establecen las grandes potencias del Viejo Continente. Por caso, el gobierno canceló la deuda con el FMI y luego cerró la oficina de ese organismo.

Es casi un lugar común afirmar que hay dos Europas, aunque se lo tome como una simplificación a los fines de este trabajo. Desde hace siglos hay una Europa occidental liderada por países como Francia, Inglaterra y Alemania. Y una oriental, con Rusia como actor principal y baluartes culturales con fuerte identidad propia como Hungría y Polonia.

Hungría desafía

La patética sumisión de la dirigencia a todo nivel en países como España, Portugal y Grecia, por dar sólo algunos ejemplos, frente a los dictámenes del Nuevo Orden Mundial (recuérdese la expresión utilizada por George Bush hace veinte años), contrasta con la actitud asumida en los últimos años por el premier húngaro, Víktor Orbán. En estos días se conoció que su gobierno ha decidido deshacerse del tutelaje de las finanzas mundiales concentradas, cerrando la oficina local del FMI previa cancelación del total de la deuda con ese organismo. Mientras que algunos países han optado por ponerse de rodillas ante las finanzas concentradas, siendo el caso más paradigmático el de España, en donde la sumisión no conoce de diferencias entre el PP y el PSOE, creyéndose el cuentito de que si cierran sus puertas a los consejos desinteresados del FMI “se caen de Europa”; otros, en cambio, como Hungría, han actuado con verdadero patriotismo privilegiando el interés de sus pueblos por sobre el de los especuladores internacionales.

Pero el desafío magiar al orden posmoderno no se reduce sólo a las finanzas. En 2011 el pueblo respaldó en su gran mayoría una reforma a la Constitución cuyo texto reconoce, desde el vamos y sin dobleces ni medias-tintas lo que otros ocultan por complejos de inferioridad. Empieza diciendo: “Nosotros, el pueblo de Hungría, conscientes de nuestra responsabilidad, decimos lo siguiente a todos los húngaros, en este principio de milenio: Estamos orgullosos de que nuestro rey Esteban, santo patrón de Hungría durante mil años, haya fundado sobre buenos cimientos nuestra patria, incorporándola a la Europa cristiana.”

Y como si eso fuera poco, la constitución vigente incluye la defensa de la persona humana desde su concepción hasta la muerte natural, y al mismo tiempo eleva a ese rango la defensa del matrimonio como vínculo insustituible entre un varón y una mujer. Por supuesto, la reprimenda al alumno díscolo no podía hacerse esperar. Ya en 2012 la entonces secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, retó públicamente a Hungría por entender que el proceso constitucional de ese país debía ser “más incluyente”. Curiosamente, la señora Clinton nunca tuvo ese tipo de reparos respecto de Turquía, cuyo gobierno no se cansa de reprimir a cuanto disidente se manifieste. Es lo que se dice “no tener cara” o tenerla muy dura, viniendo el consejo de quien no hizo durante años nada por modificar la política migratoria norteamericana, haciéndola una sociedad “más incluyente”.

Pese a las, por ahora, sutiles amenazas de la Secretaría de Estado, el movimiento reformista en pos de la defensa de determinados valores que el sentido común apunta como irrenunciables para cualquier sociedad, se ha trasladado recientemente a la vecina Rumania, cuyo parlamento aprobó una enmienda constitucional definiendo el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer.

De Rusia con amor

Lo que acontece en Rusia en torno a los temas que se analizan, pese a ir en la misma senda adoptada por húngaros, rumanos y lituanos, tiene una diferencia fundamental. Mientras estos países pugnan por entrar en la Unión Europea y por tanto deben, en ocasiones, sacrificar algunos intereses en orden a no malquistarse con Berlín o París, Rusia en cambio, y mucho menos de la mano de Vladimir Putin, no aceptaría jamás un apercibimiento público por defender la familia natural o las raíces cristianas de su cultura. El gobierno ruso ha prohibido el llamado desfile del orgullo gay y lo que resulta más irritante para los grandes medios de la prensa “occidental” es que recientemente el parlamento ruso aprobó una ley que prohíbe que se den niños rusos en adopción a parejas del mismo sexo. Putin, artífice de la reconstrucción rusa postsoviética fue reelegido como presidente en 2012 con más del 63 por ciento. Sería temerario poner en duda que lo suyo sea nacional y popular.

El subsuelo de Francia

Pero se equivocan quienes conjeturan que estas cosas son sólo propias de los pueblos eslavos. La imagen de una Francia plácida y previsiblemente desmovilizada en lo que a debates vinculados con la moral pública refiere debería ponerse en revisión. Sabido es que pocas semanas atrás la Asamblea Nacional de dicho país aprobó el llamado matrimonio entre personas del mismo sexo. Pero lejos, muy lejos, del esperado simple trámite que sus promotores esperaban, una auténtica oleada de marchas opositoras encendió las luces de alarma en el Palacio del Elíseo. En pleno debate legislativo, un millón y medio de personas se congregaron en París para protestar contra el proyecto.

Las brutales represiones policiales a los manifestantes merecieron que el pasado 27 de junio el Consejo de Europa aprobara una moción para enviar investigadores a ese país para indagar sobre la violencia ejercida por el gobierno contra personas que se oponen a una nueva ley. El Consejo asimismo aprobó una resolución que reafirma la libertad de reunión y de expresión, y menciona la violencia ejercida en Francia contra defensores del matrimonio “que incluye la utilización de gas lacrimógeno contra manifestantes pacíficos”.

Pero la resistencia a la nueva ley está lejos de ceder. Como icono de esa resistencia se encuentra el caso del joven estudiante de 23 años Nicolás Bernard-Bussé, quien fue condenado sumariamente, por participar de una manifestación a favor del matrimonio tradicional, a cuatro meses de prisión de cumplimiento efectivo, lo que ni siquiera se hace con los narcotraficantes.

Es llamativo que sobre este otro costado de la realidad europea exista un llamativo silencio mediático por parte de los mismos medios que dedican espacio suficiente al último cover de Yoko Ono o los devaneos sentimentales de alguien de la farándula.