Los ‘shorisos’ de España
Uno de los paisajes más entrañables que todavía se pueden encontrar en nuestra querida “piel de toro” está en esas dehesas extremeñas, salmantinas y andaluzas, y son las piaras de cerdo ibérico que, dicho así, hasta parece que el calificativo suaviza al sustantivo. Circulan en este previo navideño las ancas de este animal, conveniente curadas y empapeladas en celofán alusivo a la época que vivimos, con gran avidez, aunque las empresas ya no entregan la consabida cesta navideña a sus empleados. Esa era costumbre de otros tiempos, cuando la prima de riesgo no nos amenazaba y los únicos recortes que conocíamos eran, precisamente, los del jamón de bellota. Bueno, admitamos que no todo era bellota bellota, también los había de recebo.
Algún inspirado dijo aquello que se ha hecho famoso: “del cerdo, hasta los andares”. Debemos a este curioso animal muchas suculencias; toda una variedad de embutidos, más las carnes magras, los jamones, los lacones y la careta. Nada se desprecia en él y todo tiene utilidad en la cocina. Pero si hay un producto porcino por extensión, aunque no exclusivo, es el chorizo.
El español, que es un idioma con muchos recursos, ha patentado el término chorizo para describir, en su segunda entrada, primera acepción , al ratero. O sea, que la Real Academia se ha hecho eco del clamor popular para admitir que un chorizo, además de un trozo de tripa relleno de carne, generalmente de cerdo, adobada y curada al humo, es también un personaje humano –no confundir- amigo de lo ajeno y dispuesto a vivir de los demás.
El chorizo es a los españoles lo que la mortadela a los italianos, para enterarnos.
Existen políticos muy aficionados al chorizo. Un ayuntamiento madrileño, allá por los años ochenta, convocó un acto haciendo entrega de la correspondiente invitación que incluía una rajita del sabroso embutido, probablemente era una especie de logotipo que identificaba al remitente. Y el mismísimo don Alfonso Guerra, recuerden, en la fiesta minera astur-leonesa de Rodiezmo, en 2009, llamó “shorisos” a los del PP de Valencia cuando dijo aquello de que en la cena de Valencia, “hubo mucha butifarra y algún shoriso”. Hay, evidentemente, más ejemplos pero no es de extrañar que los españoles de hoy, sacudidos por la política de jauja, y ahora sometidos a la de los recortes, hayan comenzado una campaña a través del correo electrónico en la que muestran una máquina embutidora de las de antaño, de las que se usaban en la aldea y una urna electoral. Y no es bueno que la imagen de unos se deprecie hasta ese extremo.