BD/AD.- Su Santidad, sin duda habéis decidido complacer, no a San Pedro, del que sois el sucesor, ni a Jesucristo, que le dijo en tres ocasiones: “Apacienta mis ovejas”, sino al “mundo, aquél a quien Jesús se refirió cuando dijo: “En el mundo habréis de sufrir, ¡pero tened valor! Yo he vencido al mundo”.

Está lejos el tiempo en que el Espíritu Santo que habitaba a los cristianos transformaba el “mundo”. Ahora, es el “mundo” quien transforma a los cristianos, desde el más humilde al más encumbrado, es decir usted mismo. Ciertamente, la Iglesia no goza de popularidad, la Iglesia tiene mala prensa, se puede decir incluso que es copiosamente denigrada, no sin razones, ¿pero cuáles son éstas?

Ciertamente, la razón no puede ser porque la Iglesia refleja cada vez menos a Cristo y ha dejado prácticamente de ofrecer el Evangelio a todos los que tienen hambre de verdad. Si sólo fuera por eso, la Iglesia merecería más bien los elogios y las felicitaciones de aquellos de los cuales deseáis la aprobación. No, a los censores contemporáneos y a los ingenieros sociales no les importan el mensaje evangélico que les hace huir como la luz hace huir a los murciélagos. La hiel que derraman profusamente sobre la Iglesia tiene una única meta: incitarla a transformarse en espejo, para reflejar el “mundo” que se esfuerzan en remodelar.

Gracias a usted, la Iglesia está viviendo una metamorfosis, dejará de ser conservadora, se conformará a las normas del “mundo” y entrará dócilmente en el molde de una “vanguardia” conformista y estéril, cuya obsesión es la de seguir la corriente dominante.

De acuerdo con el espíritu del tiempo, a través de vuestras declaraciones oficiales, la Iglesia no dice toda la verdad, únicamente la que es correcta o políticamente rentable. Vuestras palabras lacrimosas sobre la “mundialización de la indiferencia” en la playa de Lampedusa el 8 de julio pasado ignoran los sufrimientos de los habitantes de esa pequeña isla, otrora apacible, que sirve de puerta de entrada a cientos y a miles de musulmanes, muchos de los cuales están destinados a la yihad en el mismo corazón de Europa. ¿Cuál era vuestra intención cuando habéis hablado de “mundialización de la indiferencia”? ¿Acaso deseaís que Italia, y ya puestos Europa entera, envíen barcos y transbordadores para recoger a los ilegales en las playas de África? ¿Tenéis la convicción de que los europeos tardan demasiado en suicidarse y que deberían darse prisa en hacerlo? ¿A quiénes buscáis complacer con esas palabras, si no es a aquellos que abogan alto y claro por una política de puertas abiertas a la inmigración masiva, y que practican el terrorismo intelectual contra aquellos que se preocupan por el futuro de Europa?

Hace apenas unos días habéis deplorado los cientos de víctimas de los enfrentamientos entre los Hermanos Musulmanes y las fuerzas del orden en Egipto. Al hacer eso, habéis servido de eco a la desinformación de los medios en Occidente, para quienes los asesinos son las víctimas y aquellos que protegen su país son los verdugos. Sin embargo, gracias a la información de primera mano que recibís regularmente, estaba usted al corriente de los horrores perpetrados por los Hermanos Musulmanes contra los cristianos y las iglesias en Egipto. Habéis observado, desde vuestro palacio pontifical, la escalada continua de violencia programada y minuciosamente ejecutada contra todo lo que es cristiano. El 14 de agosto, en pocas horas, más de 60 iglesias, monasterios y conventos han sido incendiados y más de 100 civiles degollados o linchados por los Hermanos Musulmanes en ataques coordinados, sin contar los centenares de casas y de comercios destruidos, las violaciones, los secuestros de niños y de mujeres jóvenes. Todo eso lo habéis sabido en cuando ha ocurrido, pero habéis decidido callaros.

La piromanía anti iglesias es sin lugar a dudas halal y conforme al Corán y a la sunna de Mahoma, para quien, contrariamente a vuestro predecesor, expresáis el más profundo respeto. Con el deseo de reconstruir los puentes con los miles de imanes que intoxican con sus palabras de odio el espíritu de los jóvenes en Europa, os habéis cuidadosamente abstenido de denunciar el martirio sistemático de los cristianos de Egipto y de todos los países de mayoría islámica, particularmente en Irak y en Siria. Habéis incluso pedido públicamente a los cristianos católicos que se autocensuren no diciendo la verdad sobre el islam y sobre el doble discurso de los islamistas.

No cabe duda de que vuestras decisiones han colmado de satisfacción a las élites “intelectuales”, políticas y mediáticas. La prueba de ello es que os cubren de elogios y no se privan de proclamar por doquier que el “cambio” largamente deseado están en vías de producirse en el seno de la Iglesia.

Al pensar en el martirio de los cristianos a manos de los musulmanes, considero mi deber haceros recordar esas palabras que Jesús pronuncío en la vispera de su crucifixión:

“La hora llegará en que todo aquél que os mate pensará rendir culto a Dios. Y eso lo harán por no haber reconocido ni al Padre ni a mí. Os digo esto para que cuando llegue la hora, os acordéis de que os lo he dicho”.

En otro sitio ha pronunciado estas palabras: “En el mundo sufriréis. ¡Pero tened valor! Yo he vencido al mundo”.

¿Sabéis acaso que los coptos de Egipto repiten estos pasajes de los Evangelios según San Juan para darse valor y paciencia?

Al pensar en los islamistas, a los cuales dáis tantas pruebas de complacencia y solicitud, no pudo privarme de recordaros este pasaje del Evangelio según San Mateo:

“¡Cuidado con los falsos profetas! Vienen a vosotros difrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Por sus frutos los conoceréis. Pues no se recogen uvas de los espinos ni higos de los cardos. Así, todo árbol bueno da buen fruto, pero el árbol malo da fruto malo. Todo árbol que no da buen fruto será cortado y arrojado al fuego.”

Los frutos envenenados de los islamistas los podemos recoger en todas partes, en Egipto, en Siria, en Palestina, en Irak, en Nigeria, en Pakistán, en Tailandia, en Indonesia, en las Filipinas, y cada día más en Europa y en América. ¡Tal vez deberíais empezar a preocuparos!

Ya que es vuestro deseo agradar a los bienpensantes y a aquellos que tienen a gala despreciar a Cristo y al cristianismo, os recuerdo este otro pasaje del Evangelio según San Mateo: “El discípulo no está por encima del maestro, ni el siervo por encima de su señor. Si al jefe de la casa le llaman Belcebú, ¿cómo llamarán a los miembros de su familia?”.

Y más lejos añadió lo siguiente: “Si alguien se declara a favor mío delante de los hombres, también yo me declararé a favor suyo delante de mi Padre que está en el cielo, pero al que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en el cielo”.

Usted es el primer testigo de Cristo, sois también el sucesor de Pedro a quien Jesús después de su resurrección dijo en tres ocasiones: “¡Apacienta mis ovejas!”.

Antes, Jesús, al hablar de sí mismo dijo: “Yo soy el buen pastor, el buen pastor da su vida por sus ovejas. Pero el que trabaja solamente por el salario, cuando ve venir al lobo deja las ovejas y huye, porque no es el pastor y no son suyas las ovejas. Entonces el lobo ataca a las ovejas y las dispersa en todas direcciones”.
La pregunta que me permito haceros es esta: “¿Que haréis cuando el lobo aparezca?

Me gustaría añadir esto: No os parece que las palabras que Jesucristo pronunció hace cerca de 2000 años son de sorprendente actualidad, y que se aplican a usted y a los acontecimientos dramáticos que tienen lugar en el mundo?

Sólo queda esperar que esta carta os llegue y que tengáis la paciencia de leerla. Si encontráis mis palabras demasiado duras o demasiado injustas, pensad en los cristianos sometidos al terror, que son torturados y asesinados en Egipto, en Siria y en otras partes. Ellos padecen mucha más dureza e injusticia que las que encontraréis en esta carta.

Vuestro hermano en Cristo.