No pocas veces la prudencia, el respeto y hasta la amistad -en este caso con Armando Robles- nos invitan a refugiarnos en el silencio dolorido, a dejar el desatino y la estulticia de algunos dormir a beneficio de inventario. Ahora bien, cuando esta postura, lógica para evitar dañar un medio en expansión abriendo brechas de duda, puede implicar un ápice de cobardía física o moral o dar la errónea sensación de aquiescencia o aprobación de lo que no debiera merecer más que la conmiseración hacia quien parece comportarse como un personaje menor de la corte magistralmente retratada por Velázquez o como un amanuense de tercera engendrador de leyendas negras al servicio de propios o extraños, el silencio debe trocarse en manifestación pública.

He soportado con paciencia las invectivas de un arribista político llamado Enrique de Diego ansioso de notoriedad. No nos llamemos a engaño, arribista a todo cuanto pueda significar la militancia política e ideológica de quien esto firma. Simplemente, sus planteamientos, ayer y hoy son otros, respetables, pero otros. Y no es la primera vez que, al servicio de unos u otros, y sabe perfectamente a qué me refiero, ha hecho blanco de sus críticas deslenguadas, preñadas de calificativos-descalificativos, muy al estilo de Jiménez Losantos, en las que abundan las tergiversaciones, las falsificaciones y las mentiras, a Alternativa Española, partido del que yo soy Portavoz y Secretario Nacional adjunto y del que, salvo que se me pregunte o en razón de cargo, procuro hacer abstracción o evitar hacer propaganda en los artículos que escribo y firmo para Alerta Digital.

Enrique de Diego nos hace blanco de sus dicterios, lo que a mí particularmente me causa una amplia hilaridad (no ofende quien quiere sino quien puede, y evidentemente Enrique de Diego no puede). Y he guardado silencio porque me sorprende su candidez al pensar que alguien -más allá de los hooligans que cada uno tiene- puede quedar obnubilado por la maledicencia con aspavientos de heroicidad de su dialéctica hasta el punto de olvidar la razón de las mismas. Hoy ataca a Rafael López-Diéguez, entre otras razones, en realidad como única razón, porque para él y sus ínfulas políticas es simplemente un rival. Mal camino lleva si piensa que, por decir tonterías y utilizar con “gracia” o “desgracia” el lenguaje, alguien que no esté previamente convencido le va a dar la razón. Es más estoy seguro que con cada “heroicidad” más que ayudar a los suyos los entorpece. Puede seguir, eso sí, mirándose el ombligo y pensar que es alguien con entidad porque los titulares digan “Enrique de Diego pide la dimisión…” -es tronchante como un producto de marca ACME-.

Enrique de Diego es en este terreno, simplemente, un mentiroso compulsivo que padece una acusada e indisimulada rabieta que disfraza con aires de vengador justiciero. No entro en sus cuitas con Intereconomía y con Julio Ariza, ni soy yo quién para valorar cómo salió de esa casa, ni lo que cuentan que firmó a cambio de la pasta, las maledicencias abundan. Es algo que a él corresponde aclarar. Su afán de venganza y ahora sus intereses políticos, le llevan a arremeter contra Rafael López-Diéguez, quien además de ser el Secretario General de AES es un amigo y, como decíamos los antiguos -aunque ello no forma parte del universo ideológico de Enrique de Diego- un camarada de los tiempos duros, cuando te tiroteaban en el norte cuando acudías a un acto, te jugabas el físico en la Facultad o te sacudía la policía por acudir al entierro de un asesinado por ETA, tiempos en los que yo ignoraba que existiera un señor llamado Enrique de Diego.

El periodista Enrique de Diego sabe perfectamente, de lo contrario sería un ignorante, que Rafael López-Diéguez participa habitualmente en un programa, “Queremos opinar”, de una productora que nada tiene que ver con la dirección de Intereconomía, sino que es comprado por la cadena para su emisión, al igual que participa en otros programas de la misma productora; ergo el señor Enrique de Diego manipula la información. El periodista Enrique de Diego, que tan preocupado está por los puestos de trabajo de los técnicos y periodistas de Intereconomía, ya que afirma tener contactos dentro, debería saber que Rafael López-Diéguez -que no cobra en ningún programa de los que asiste pese a la insistencia para que lo haga- acude al programa El Gato al agua invitado por los periodistas y trabajadores de esa casa que están luchando por mantener sus puestos de trabajo, por conseguir que se les paguen los atrasos, lo que sólo será posible si la cadena es finalmente viable –pero esto parece importarle muy poco- y para ello necesitan mantener la audiencia que el señor López-Diéguez con sus intervenciones da (hasta un 2.2 de share lo que en una televisión distinta a las grandes es mucho); pero eso según la opinión del señor Enrique de Diego es malo para los trabajadores. Es evidente que el señor Enrique de Diego preferiría -en su afán de venganza ciega contra Julio Ariza- el cierre definitivo de la cadena y del diario La Garceta, en el que también escribe Rafael López-Diéguez, y que por tanto lo que les pase finalmente a estos trabajadores le importa muy poco.

Tengo fama de ser directo y tener, llegado el caso, un verbo acerado, por lo que, en el fondo, todo esto no son más que circunloquios. A Enrique de Diego lo que le molesta es que Rafael López-Diéguez esté ahí y le molesta solamente por intereses políticos. Lo demás son ganas de cubrirse con el manto de la indignidad, la locura o el servicio a no sabemos qué. Y por favor, aunque yo no sea de la familia, se lo pido cortés y educadamente -¡me estoy haciendo mayor!-: le exhorto no a que nos olvide, que también, sino a que deje de utilizar el nombre de Blas Piñar.

*Catedrático de Historia y portavoz de Alternativa Española (AES).