De ética, estética y cuestiones cotidianas
Aparte de la tendencia a lo que podemos llamar “eufemismomanía” como base y premisa de lo política y socialmente correctos, fundamento también de la modernidad y de la progresía reinantes (¡qué mayor eufemismo que llamar a España, o mejor dicho, evitar nombrarla usando expresiones del tipo “Estepaís”…!) el mayor problema con que nos encontramos es la retórica estúpida que se ha venido asentando en nuestra Sociedad, fomentada por grupos de presión absolutamente agresivos, secundada por los progres (y sus trovadores) ansiosos de hacer méritos y de trepar a toda costa.
Según su parecer, este mundo se divide en dos universos contrapuestos: el de la “derecha-negativa”, sinónima de anacronismo, represión, arbitrariedad, egoísmo, corrupción y ejercicio abusivo del poder; frente al universo de la “izquierda-positiva”, que por supuesto es sinónima de modernidad, de moralidad, de generosidad, legitimidad democrática, pasión por crear y proclive de manera casi innata a negociar, conciliar y pacificar, entre otras innumerables riquezas éticas y cívicas.
Día tras día nos vemos obligados a soportar/sufrir el bombardeo machacón del discurso oficial sobre las bondades de la gente de izquierdas, y de la enorme zafiedad de la gente de derechas. Si hiciéramos caso a todo lo que de manera reiterativa, cansina nos repiten por doquier, habría que deducir que en el ámbito de la izquierda nadie conoce la envidia, no existe ambición o voluntad de poder o no practican la denuncia, la delación, el acoso –físico y psíquico- y el zancadilleo cuando compiten.
Uno acaba harto de tanta y tanta demagogia gratuita (Demagogo: aquel que repite sandeces pensando que quienes lo escuchan son gente estúpida), que parece destinada a que uno sienta vergüenza por ser persona, pues si se lleva a cabo un mínimo análisis objetivo sobre lo que tiene alrededor, daría más o menos las mismas proporciones de mezquindad (o de grandeza) en una u otra adscripción ideológica.
Ahora bien, para ese discurso oficial la mera pertenencia a la “izquierda” parece atribuir unas cualidades insuperables, y aquellas personas que se apuntan a ello se dedican con regodeo a comenzar sus huecos discursos con “es que quienes somos de izquierda, somos… bla, bla, bla, y siempre mejor y mucho más que tú”, como los críos.
Sería de idiotas negar que existan diferencias de comportamiento entre los humanos, condicionadas por características genéticas y carga cultural; pero de ahí a reducir al que no se hace llamar “de izquierda” a una condición de bestia infrahumana, en tanto que la persona izquierdista casi se eleva a lo divino, media un mundo.
Si uno sigue creyendo dicho discurso oficial, el ámbito de la izquierda, o predominantemente “progresista” es un remanso de concordia y armonía; y si uno piensa un poco, acaba preguntándose que este tipo de gente ¿dónde se da realmente?
Por circunstancias que no vienen al caso, un día ya lejano tuve que ponerme al frente -y de repente- de una oficina con cerca de treinta trabajadores con una destacada cantidad de gente “concienciada”, sindicada, “de izquierdas”; puede que fuese un factor influyente mi falta de experiencia para afrontar una situación así, pero puedo afirmar que nunca me he encontrado ante un espectáculo tan lamentable de denuncias recíprocas, control casi patológico de la conducta de terceros e intentos de obstaculizar la promoción ajena en favor de la propia. Pero, claro, obviamente eso no existe para la progresía.
La propaganda también incide en una supuesta superioridad cultural de la izquierda sobre la derecha, y ello se funda en la manida frase “los progresistas leemos más”, pero, ¿qué leen? Me considero un lector aceptable, con cierta pasión bibliográfica y en mis visitas a librerías o en conversaciones sobre libros no detecto que exista una significativa superioridad por parte de la gente “progre” en cuanto a ese particular, sino que más bien aprecio una cierta ansia por leer sin filtros o criterios o un afán de epatar-impresionar, siguiendo los sabios consejos de las secciones “literarias” de cierto tipo de prensa que sí es consumida compulsivamente por la gente “de izquierdas”.
¿Seguimos? Podemos hablar de nuevo, también, de la violencia o mejor dicho de la aprobación social que recibe. Uno escucha al izquierdismo rampante y resulta que las “gentes de progreso” son una fuerza constructora de la paz mundial. La personificación de la generosidad, la entrega, el desprendimiento,…
Diferente rasero para las conductas: cualquier actuación transgresora, sea cual sea, es muy progresista y reivindicadora; si lo hace un grupo de gente que no se haga llamar “de izquierdas” se tratará, cómo no, de la prevalencia ejercida por los reaccionarios y explotadores, frente a los indefensos, débiles, vulnerables descamisados…
En fin, la perversión de conceptos está demasiado bien asentada, y ya para terminar:
De lo que parece que no quieren darse cuenta estos integristas es de que, por desgracia, hombres y mujeres de toda clase y condición social, adscripción ideológica, etc. andamos bastante parejos a la hora de verter sobre los demás nuestras frustraciones.
La derecha ha perdido la batalla de los medios de comunicación y de opinión.