Una entrevista imaginada
El joven periodista se entusiasmó con el encargo de su redactor-jefe. ¡Nada menos que entrevistar al gran hombre, pensador de prestigio internacional , en conflicto permanente con el Partido Comunista, de cuyas filas había salido pocos meses antes tras militar en ellas treinta años y haber pertenecido hasta última hora a su Comité Central! Mientras llegaba al hotel donde le había citado, maldiciendo el tráfico que amenazaba hacerle impuntual, veía ya las páginas del diario, las fotografías, los titulares…, y su nombre, al comienzo y al final de la entrevista, emparejado ocasionalmente con el de quien ya no necesitaba más celebridad…
Llegó a tiempo. El viejo profesor todavía estaba en su cuarto. Cuando salió del ascensor no tuvo dificultad para identificarle: los ojos vivos, la cabellera alborotada como una aureola que contuviera y al mismo tiempo irradiara el pensamiento y la bondad… Se acomodaron en un rincón del “hall”. Pidió permiso para utilizar el magnetófono. Gracias a Dios y a muchas horas de esfuerzo y algunas de aventura no tenía dificultades con el idioma. Empezó, tras unas frases de cortesía, inquiriendo la opinión de su huésped sobre el proceso democrático español. ¿Le parecía bien el nivel de democracia alcanzado ya, o le gustaría que tuviese mayor dosis de socialismo? Se puso cómodo para escuchar la respuesta:
“Primero tendríamos que definir bien lo que entendemos por socialismo y por democracia… Para mí, democracia y socialismo consisten en crear las condiciones económicas, políticas y culturales necesarias para que cada hombre que lleve en su interior el genio de Mozart o de Miguel Ángel pueda llegar a ser un nuevo Miguel Ángel o un nuevo Mozart. Eso supone establecer, además de la ciudadanía política, una ‘ciudadanía económica’. No basta con reconocer a los ciudadanos sus derechos políticos. Existe una contradicción cuando se les dice a los mayores de dieciocho años que son soberanos el día en que se les llama a votar y cuando se les abandona al día siguiente, y todos los demás días, bajo el poder absoluto de la Monarquía patronal, siendo indiferente para estos aspectos que el poder económico de los patronos se ejerza bajo la forma de una sociedad anónima, de una empresa privada o de un omnipotente Estado gestionario.”
La cosa marchaba. El viejo tenía cosas que decir y sabía como decirlas. Claro que lo de la Monarquía… Pero nadie que estuviera en su sano juicio podría confundir la Monarquía como forma política de Estado con la Monarquía como sistema económico de gestión empresarial. Sólo a esta se refería el individuo aquel. Fingió asombrarse: lo de la ciudadanía económica significaba, entonces, el cambiar la empresa…
“¡Radicalmente! -afirmó con energía el comunista heterodoxo, y una chispa de entusiasmo se encendió en sus ojos-. La empresa no debe seguir siendo ni un minuto más una asociación de capitales (privados o estatales) que alquila el trabajo de los hombres, sino una asociación de hombres trabajadores que alquilan capitales. Eso no es todavía socialismo, pero sí una manera de transición: una especie de democracia social. Porque hace falta sustituir la democracia liberal, individualista, que masifica la opinión y aplasta a la persona, por la nueva ‘ciudadanía política’, esto es, por la democracia participativa y asociativa, única que garantiza a los individuos y a las comunidades el poder participar de forma permanente y estable en las decisiones de las que depende su destino colectivo. Y esa auténtica democrática, la comunitaria, no puede existir sin que se implante la ‘ciudadanía cultural’, es decir, sin que se cambien los fines de la educación. Hay que dejar de adaptar los jóvenes a las necesidades del sistema vigente y prepararlos para que inventen y construyan el futuro. Eso sí que sería una revolución cultural.”
La entrevista fue un éxito. El joven periodista supo plantearle al viejo político todo un abanico de cuestiones candentes, de temas vivos, y el pensador hombre de acción le respondió siempre con autenticidad y rigor. Todos le felicitaron, incluso sus compañeros y sus amigos. Sólo uno de los “capos” de la redacción, que había sobrepasado la cincuentena, le soltó al día siguiente de aparecer la entrevista en el diario:
– ¿Pero tú estás seguro de quien te dijo eso era Roger Garaudy, el comunista francés que busca una nueva izquierda?
– Anda éste… ¿Te quieres quedar conmigo? ¿Quién iba a ser?
No le contestó el tío próximo a jubilarse. Se había quedado como lelo, Dios sabe en qué planeta. Tal vez oyendo una música lejana. La música de las ideas y las palabras que iluminaron, alegraron y alimentaron su juventud. Unas palabras dichas en español, escritas también en español, en el bienio octubre 1933-noviembre 1936, por un hombre joven que aceptó su destino y en tiempo de guerra supo morir en paz.