¿Presunción de inocencia o presunción de culpabilidad?
¿“Inocentes” en el sentido de cándidos, fáciles de ser engañados, incautos, “simples”; o por el contrario, “no culpables… mientras no se demuestre lo contrario”?
En estos días que tanto se habla de “presunción de inocencia”, de respetar/acatar las resoluciones judiciales, de escrupuloso respeto al “Estado de Derecho”, y tópicos y más tópicos, todo ello a propósito de las escandaleras con que nos despiertan los medios de información, un día sí, y el otro también, relacionados con la casta oligárquica y caciquil que nos malgobierna (incluyendo a los miembros de la “realeza” y sus parientes…) he acabado recordando que hace aproximadamente dos años que el entonces Magistrado, en la actualidad miembro del Tribunal Constitucional en representación del Partido Popular, don Enrique López publicaba en el Diario La Razón un artículo en el que afirmaba que nuestro sistema, nuestras leyes, y sobre todo nuestros jueces, ya hace tiempo que pasaron los debidos test democráticos.
Decía el Magistrado que “si uno analiza lo que está ocurriendo en nuestro país, sin tener en cuenta el contexto, podría parecer que o bien nos hemos vuelto locos, o bien nos hemos quedado sin instituciones…” y que “una persona que no conozca España, le llevaría a pensar que en nuestro país distamos y mucho, de convivir en un sistema democrático.”
Afirmaba tajantemente Enrique López que en España se respetan las normas procedimentales, se respeta el derecho de defensa, y en suma que la “justicia española es justa”… Continuaba Don Enrique (y lo decía sin ruborizarse) diciendo que “nuestro país está situado en la vanguardia del respeto a las garantías individuales, y si bien se cometen errores, como en todos los sitios, los derechos fundamentales, incluido el de defensa, están plenamente garantizados, y conviene que esto se diga, porque de tanto guardar silencio y respeto a todas las opiniones, por muy disparatadas que sean, nos morimos de éxito, y sobre todo de deslegitimación. Nuestro sistema, nuestras leyes, y sobre todo nuestros jueces, ya hace tiempo que pasaron los debidos test democráticos, y quien viene a cuestionarlos pincha en hueso, más allá de encontrar cierto altavoz en algunos medios de comunicación nacionales e internacionales.”
Más tarde nos hablaba de que en España está plenamente garantizada al “independencia del poder judicial” (también lo afirmaba sin ponerse colorado).
Terminaba Don Enrique su artículo con la afirmación de que “A fuerza de repetir mucho una mentira se llega a creer que es verdad, y la razón se sustituye por la falsa tolerancia y por la búsqueda del consenso que enmascara la mendacidad. Ante esto sólo cabe el ejercicio de la razón y de la inteligencia, frente a la demagogia y al cretinismo. En España existe un Poder Judicial independiente y responsable, aunque no infalible,…”
Inevitablemente me vino entonces, y ahora también sigue viniéndome a la memoria el libro de Alejandro Nieto García, ex Presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y profesor de la Universidad Complutense, que lleva por título “El desgobierno judicial”, cuya lectura recomiendo de manera urgente a todos los que les preocupa el actual estado de la Justicia, y en especial al actual Ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, y por supuesto al Magistrado Enrique López.
El libro fue editado en el año 2004, y la descripción que en él se hace -de absoluta actualidad por desgracia- del poder judicial y de la administración de justicia es realmente deprimente, descorazonadora. En España es un secreto a voces, y motivo de constante “alarma social” que en la Administración de Justicia se producen abusos de poder, prevaricaciones dolosas o culposas, encubrimientos corporativos, dilaciones indebidas dolosas, pérdidas de documentos, tráfico corporativo de influencias, tráfico de influencias de grupos de presión (o “lobbies”, como ahora se los nombra…) sutiles amenazas, presiones y coacciones a los justiciables o usuarios de la Administración de Justicia o, también, a los abogados y procuradores para que no firmen determinados asuntos o recursos, etc. etc. llevadas a cabo, por acción u omisión, por jueces, magistrados, fiscales, con la colaboración en muchas ocasiones de abogados, procuradores y demás personal de la oficina judicial…
La Constitución Española de 1978, en su artículo 24, apartados 1 y 2, afirma que “todas las personas tienen derecho a obtener la tutela efectiva de los jueces y tribunales en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, sin que, en ningún caso, pueda producirse indefensión. Asimismo, todos tienen derecho al Juez ordinario predeterminado por la ley, a la defensa y a la asistencia de letrado, a ser informados de la acusación formulada contra ellos, a un proceso público sin dilaciones indebidas y con todas las garantías, a utilizar los medios de prueba pertinentes para su defensa, a no declarar contra sí mismos, a no confesarse culpables y a la presunción de inocencia…”
Lo que no aclara el articulado constitucional es si se presupone, se da por hecho, que los ciudadanos corrientes y molientes son “inocentes” en el sentido de cándidos, fáciles de ser engañados, incautos, “simples”; o por el contrario, “no culpables… mientras no se demuestre lo contrario”.
También es obligado recordar que, la Constitución Española de 1978, en su artículo 14, afirma que “los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.
Para que se garantice el derecho constitucional a la “Tutela Judicial Efectiva”, es imprescindible la intervención de un juez imparcial. Es absolutamente inadmisible que el juzgador realice su labor a partir de simpatías, o fobias, u odios… o que se deje llevar por deseos tales como el de beneficiar a alguna de las partes, ya sea movido por el miedo (amenaza) o con el ánimo de obtener un beneficio personal (soborno) o por presiones de su entorno (superiores jerárquicos, grupo social, opinión pública, grupos de presión, lobbies, etc.)
Permítaseme recordar que otro requisito fundamental para que se pueda afirmar que una determinada nación posee un Estado de Derecho, es que las decisiones judiciales sean previsibles. El derecho debe otorgar al ciudadano “seguridad”.
La seguridad jurídica implica que los justiciables puedan saber a qué atenerse cuando acuden a los tribunales. La persona que acude a un juzgado debe de tener el grado máximo de certeza. Es inadmisible que quien acuda a los tribunales lo haga como el que acude a un casino de juego… el ciudadano debe tener posibilidad de anticipar el resultado final del proceso, no puede ser que acuda –como ocurre en la actualidad- con una absoluta incertidumbre… No olvidemos que esta es la clave de que el sistema judicial inspire mayor o menor confianza al ciudadano…
Y, ¿qué me dicen de la arbitrariedad de las resoluciones judiciales?
Lo arbitrario está reñido con el Estado de derecho, pues el derecho es, justamente por definición, todo lo contrario de la arbitrariedad. Para que el sistema judicial inspire seguridad, es conditio sine qua non la sujeción de los jueces al derecho, a los hechos, a las pruebas, a la jurisprudencia, y, además, a la lógica y a la realidad. Las cosas en España distan muchísimo de ser así.
Y respecto de semejante desbarajuste nadie quiere asumir responsabilidades, según parece nadie tiene culpa de nada; siempre hay disculpas para todo, y quienes tienen capacidad de decidir, acaban diciendo que la culpa del desaguisado es de los otros: “la ley está muy mal hecha, y no puede mejorarse porque la oposición y el gobierno no se ponen de acuerdo, son muchos los jueces que están dominados por la pereza y la ignorancia, el Consejo General del Poder Judicial margina a los juristas competentes.
Se suele decir que quienes no tienen intención de solucionar algún problema, buscan pretextos, en lugar de buscar soluciones (algunos crean “observatorios” a través de los cuales, sobre todo, ponen mucha atención… aunque no solucionen nada de nada) El gobierno del “contador de nubes” Rodríguez Zapatero solía recurrir a frases como que estaban vigilantes, que les preocupaba seriamente, que estaban alerta, que no bajaban la guardia, y a frases tópicas por el estilo.
De la palabras que salen por la boca de los trobadoares y aduladores solo se puede concluir que tenemos un sistema judicial maravilloso y unos jueces que son el no va más. Pero la cruda realidad no indica precisamente eso; muy al contrario, la Justicia es posiblemente el ámbito de la Administración que menos simpatías suscita en la mayoría de los ciudadanos. Es imprescindible acabar con el“desgobierno judicial” que actualmente sufrimos. Es hora ya de que los jueces se sujeten al imperio de la ley (y no al revés) que en España se respete escrupulosamente la Constitución, y se acabe con la sensación general de arbitrariedad e inseguridad jurídicas actuales.
Los españoles no nos merecemos la injusta justicia que padecemos, lenta, cara y arbitraria; hay que acabar con la idea que tiene la mayoría de los españoles de la judicatura, de que es una casta privilegiada y que sus miembros gozan de impunidad e inmunidad… son ya demasiados los años que llevamos oyendo que es imprescindible una profunda reforma del sistema judicial español, demasiados, y a falta de verdadera voluntad de hincarle el diente al asunto, a lo que se viene recurriendo por sistema es a distraer la atención del ciudadano con la manipulación descarada de fenómenos parciales o colaterales, para así evitar que la opinión pública acabe poniendo la vista en las cuestiones de fondo, que son las que no se desean tocar; se recurre a cortinas de humo. Así se suele hacer desde hace años prometiendo fórmulas milagrosas para acabar, pongo por caso, con la violencia doméstica… El caso es aparentar que se está haciendo algo.
La triste y angustiosa realidad es que no hay voluntad de solucionar el problema de la Justicia. Hemos llegado a tal extremo, que ya no caben parches, ni ungüentos. Como dice el profesor Nieto, es imprescindible recurrir a medidas quirúrgicas. Si más tarde o más temprano no se adoptan tales medidas quirúrgicas (y más después de lo ocurrido hace escasas fechas cuando todos los partidos presentes en el parlamento –salvo UpyD- se repartieron el Consejo General del Poder Judicial) a la única conclusión a la que podemos llegar, es a la de que los políticos son los primeros interesados en que las actuales perversiones de la justicia sigan existiendo, para que el Poder Judicial no los pueda controlar, y para poder así, seguir controlando la Administración de Justicia desde el Ministerio del ramo.
Tal como señala en su libro el profesor Nieto, la intervención de los políticos en la Administración de Justicia ha sido una constante en la historia de España, en los últimos siglos. El poder político ha manejado a los jueces a su antojo, y ha influido sin pudor en sus resoluciones, ha entregado los juzgados a jueces “afines”, ha creado una red clientelar y los ha premiado por los servicios prestados… Daba igual el régimen político del que se tratara, las constituciones y las leyes siempre eran ignoradas y despreciadas.
Los partidos políticos que se han turnado en el poder desde el final de la dictadura, respetan cínicamente la fórmula del Estado de Derecho, al que han ido vaciando de todo contenido, respetan en apariencia las competencias del poder judicial, dominan a los jueces que lo integran y así se aseguran que el poder judicial no perjudique a sus intereses y mucho menos controle sus actuaciones. Cada cierto tiempo “sufrimos” una serie de reformas, que lejos de pretender una auténtica y profunda reforma de la justicia (pese a la retórica vacía de los trovadores del régimen) lo único que demuestran es la lucha de los diversos grupos de presión por patrimonializar el poder judicial. Hasta ahora los protagonistas de tales reformas-luchas siempre han sido cuatro: el PSOE, el PP, los miembros de la carrera judicial y las Comunidades Autónomas; y en la última ocasión también se ha acabado apuntando Izquierda Unida.
En este panorama, la posición de los jueces (también hay jueces honestos, ¡ojo!) también es desesperanzadora: son conscientes de la manipulación de los políticos, se ven obligados a aplicar normas éticamente intolerables, e incluso se las ven y se las desean para intentar aplicar -incluso- las normas más o menos buenas, que el ordenamiento legal pone a su alcance.
La realidad, terrible realidad, es que no pueden asistir a las pruebas, tampoco tienen tiempo de leer los escritos que presentan las partes en conflicto (tal como la ley les obliga) y se ven incapaces de dictar sentencia en los plazos establecidos, al no disponer del tiempo necesario para redactar sus resoluciones (por lo cual han de encargárselo a funcionarios que no son jueces) De este modo, están negándole a los justiciables el derecho constitucional a la tutela judicial efectiva -artículo 24 de la Constitución- del cual según la Constitución son los encargados de proteger.
Todo es un paripé, una cínica farsa, que finaliza con la publicación de sentencias “en audiencia pública”, como la Constitución dice, y nunca se realiza.
Para poner remedio a todo ello, los políticos deberían renunciar a la utilización partidista de la justicia, y a la judicialización de la política, a lo que por lo que vienen demostrando legislatura tras legislatura, que no están dispuestos. Porque, o nos tomamos en serio la reforma de la Justicia o nunca tendremos una democracia seria. Pues la Administración de Justicia no es sólo cosa de los jueces y de los políticos, es cosa de todos los ciudadanos, y a todos nos concierne. Nadie puede decir que el asunto le traiga al fresco, pues tarde o temprano puede sufrir las consecuencias de esta “justicia injusta” que no nos merecemos.
Si la Administración de Justicia no alcanza un determinado nivel de calidad, no se la puede nombrar como tal, ni tampoco se puede tachar a nadie de fatalista o catastrofista, por llamar a las cosas por su nombre. El Poder Judicial en cuanto a institución constitucional, no existe, es un gran engaño, una falacia, una estafa intolerable (aunque, hay que reconocer que afortunadamente sigue habiendo jueces y fiscales que pese a las coacciones políticas, corporativas e institucionales, tienen la valentía de imponer la ley).
Lo que está en juego es al fin y al cabo la auténtica independencia de los jueces, independencia que nunca será real mientras que la Justicia siga siendo la continuación de la lucha política en otro ámbito y con otras armas.
Es deseable que la Administración de Justicia, como servicio público funcione, pero tal cosa es casi imposible con el actual desgobierno, en el que se confunde independencia con impunidad, con jueces intocables, un “Estado de Derecho en el que más vale que renuncies por tu bien a tus derechos para no cabrear al juez”…
La deplorable situación de la Justicia en España depende de decisiones políticas: hay que hacer que los jueces estén más cerca de la gente y/o que la gente pueda acercarse más a los jueces, hay que legislar sin miedo ni complejos y, ya puestos, habrá que plantearse si no sería bueno que en el CGPJ no haya sólo juristas -cercanos además a los partidos- sino solventes representantes de la sociedad y no sólo “compañeros de profesión”.
Es hora ya de abrir el abanico, pues como decía más arriba: la Justicia no es sólo cosa de los jueces y de los políticos, es cosa de todos los ciudadanos, y a todos nos concierne. Y, por favor, no caigamos en el “buenismo” de considerar que la Administración de Justicia española es buena, y que las corrupciones de las que hablo son excepciones, o pequeñas anomalías, o disfunciones que nada empañan la enorme perfección del sistema, y que pueden ser eliminadas fácilmente…
Puede que lo que aquí se afirma no guste demasiado a los que están acostumbrados a las alabanzas, a las adulaciones, a los elogios “política y socialmente correctos”… Pero somos muchos, demasiados, sino todos al fin y al cabo, los que padecemos esta “Injusticia” travestida de justicia, maquillada de leyes cínicas e hipócritas, palabras vacías, retórica hueca…
Estoy hablando de un debate urgente, imprescindible, inaplazable si realmente se quiere recuperar (mejor dicho, adquirir) el tantas veces cacareado “Estado de Derecho”.
Como puede una Justicia que se arroge tal nombre, meter en la cárcel a una persona por vender libros (que ni tan siquiera los ha escrito) presionado por “lobbys” para que sirva de medida ejemplarizante y de aviso a “navegantes”. Luego está la reforma de Gallardón, en la que nos quiere meter en la cárcel por el llamado “agarrense” DELITO DE ODIO, ni los sentimientos va a poder uno expresar. El Odio, la envidia, la simpatía, el resentimiento, la amabilidad son sentimientos; Yo puedo ODIAR a una persona durante toda mí vida, por que es mas guapa, tiene mejor trabajo,… Leer más »
La justicia no esta ni se le espera.