Decía Pedro Sánchez hace unos días -pensando seguramente en su compañero Eriguren-, “haré que la víctimas del terrorismo machista tengan funerales de Estado”. Y tras pedir más presupuesto para luchar contra lo que él llama “terrorismo machista” afirmaba: “Sobra el Ministerio de Defensa”. Fin de la cita.

Yo siempre había pensado que el sentido común, la sensatez y la coherencia, hacían que los esfuerzos de las personas responsables persiguiesen un solo fin; primero, estudiar el problema a fondo y desde su origen; a continuación, hacer un profundo análisis sobre el estudio realizado y, a partir de aquí, intentar atajar el problema sin fines partidistas ni sectarios, mediante un rearme moral en nuestro pueblo, empezando por las escuelas y las familias. No hay que olvidar que lo que este señor llama “terrorismo machista”, no es más que parte de la enfermedad de un sistema, cuyos cimientos se tambalean debilitados por la corrupción, la corrosión, la putrefacción y la descomposición, despidiendo un hedor insoportable.

Esta serie de paridas propias de la insensatez, la imprudencia, la irresponsabilidad, el desacierto, el disparate y la ligereza, lanzadas por el nuevo secretario socialista, son exactamente iguales a las que soltaba aquel “bobo solemne” y de cuyo nombre no quiero acordarme, que llegó a presidir España porque así lo quisieron las mafias de la comunicación, que controlan férreamente las principales cadenas de televisión y radio.

Hasta el más necio de “la casta” opina diariamente, y si no dice algo acerca de los maltratos a mujeres no eleva su caché. Tampoco pueden callarse las que han hecho del feminismo su profesión, y han aprovechado el tirón para hacerse con un puesto en la ubre nacional a través de partidos, asociaciones, fundaciones, plataformas o chiringuitos varios, que se sustentan fundamentalmente de lo público. Pero, qué poco se piensa en la mujer para el bien. Han hecho de ella veneno político.

Cuando alguien golpea a una mujer, a un anciano o a un niño, me paro a pensar en qué clase de pócima nos alimenta para que ocurra esta bacanal de crueldades. Si las mujeres son asesinadas por centenares; si son perseguidas con saña diabólica; si los verdugos son capaces, inmediatamente de cometido su crimen de suicidarse o entregarse voluntaria y mansamente ante la Guardia Civil, es que el problema está en el sistema y en esta sociedad denominada sexualmente libre. Las faltas de respeto y las agresiones a mujeres adolescentes por sus respectivas parejas -antesala del asesinato-, son cada vez más frecuentes. Las denuncias por este tipo de hechos –muchas de ellas falsas-, se han disparado, y, dudo mucho, que cuando se presentan las memorias anuales de la Fiscalía con datos al respecto, se nos esté diciendo toda la verdad ¿Y por qué digo esto? Pues porque estoy convencido de que si se nos dijese la verdad, la misma “castuza” quedaría en evidencia junto al propio sistema, peligrando muy seriamente el chollo económico y financiero que tienen entre manos.

Recuerdo allá por 2005, que la actriz Charo López afirmó: “Nuestra sociedad ha conseguido que la violencia de los hombres contra las mujeres sea hoy injustificable…”. Pero, ¿es que lo ha podido ser alguna vez? Justo sería reconocer que hace cuarenta años, sacarle las entrañas a una mujer delante de sus hijos no era portada diaria de periódicos. El hombre que maltrataba a una mujer y ésta acudía a la Guardia Civil, ya podía ir el “matón” arreglando su saquito para dormir bien caliente esa noche, y pasar al día siguiente a disposición de la AUTORIDAD JUDICIAL con mayúsculas. Entonces, y según nuestros mayores, rarísima vez fue asesinada una mujer por desamparo de la Justicia; jamás tuvo necesidad de denunciar varias veces un maltrato para después acabar asesinada; y por supuesto –y esto creo que es muy significativo-, era inimaginable que nadie se atreviese a sacar rendimiento político por hechos tan reprobables.

Hoy en España, a una mujer físicamente atractiva aunque no tenga ni el graduado escolar, se le abren todas las puertas de forma automática, sobre todo en las televisiones y en las grandes multinacionales, pero como sufra obesidad, sea de baja estatura, utilice gafas graduadas y haya contraído matrimonio con intención de ser madre, aunque presente un amplio expediente académico y un impecable historial laboral, ya sabe, estudiaremos su solicitud y ya la llamaremos.

Si condenas con una pancarta lo que “la casta” llama “violencia machista” no te pasa nada, pero como te pongas a dilucidar sobre la agresión sufrida por un hombre de la mano de una mujer, o sobre el suicidio de un hombre con motivo de la ruina moral y económica a la que se ha visto abocado con motivo de un divorcio y una sentencia claramente injusta y partidista, automáticamente te cuelgan la etiqueta de “fascista”.

Si apruebas el porcentaje de puestos que tienen que ocupar las mujeres en la vida política aunque sean incultas de catón y sólo sirvan para posar sin preocuparse de más, no pasa nada, de lo contrario, eres un reaccionario, retrógrado, fascista, machista y cavernícola.

Creo que la mujer no está para eso señores. La mujer está para ocupar no el 50% de los gobiernos, sino el 100% si vale para ello, y muchas ya creo que lo vale, pero no por caprichos políticos o por rendir culto al cuerpo, sino por su esfuerzo, merecimientos e historial académico y laboral. Para lo que no está la mujer es para ser maltratada brutalmente en películas pseudopornográficas que se emiten a diario, y donde las muestran como auténticos perros. Ni tampoco para ocupar páginas de anuncios por palabras con reclamos como: “Viuda, viciosa sin límites”. Ni para servir de moneda de cambio a traficantes de sexo. Ni para cubrir trabajos que ofenden continuamente su dignidad en programas basura y que tienen que ser el espanto de sus propios hijos. Y si no se espantan, entonces peor, porque los han acostumbrado a la crueldad, al crimen, a la ofensa, o a despreciar a los seres que les dieron la vida, que es el mayor tesoro de la naturaleza humana.

Confieso que ante las paridas de los que gobiernan o aspiran a presidir España, y la subversión semántica imperante que permite, que al ladrón se le llame “avispado”; al marxista “progresista”; al defensor de la unidad de la Patria “fascista”; al estafador por miles de millones “exitoso” o “habilidoso”; a los jueces “salteadores de caminos”; al pacífico y solidario ciudadano “pagafantas”, “lila”, y “pureta”; al asesino de guardias civiles “chico”; “combatiente” al terrorista; “cachondeo” a la Justicia con los atributos de “genuflexa”, “servil” y “lacaya”, etc. Ya nada me causa asombro, ni nada me produce sorpresa, simplemente me queda el derecho sagrado de no hacer el juego a quienes con un comportamiento hipócrita, hacen gala de una moral pública y otra privada, con el único fin -pensando en los argumentos esgrimidos-, de alcanzar o mantenerse en el poder al precio que sea.