Andalucía, banco de pruebas
Sin querer queriendo, Susana Díaz convertirá los comicios del 22 de marzo en un entrenamiento previo a las generales, medirá el nivel de fortaleza de PSOE y PP y el empuje de Podemos. Huele a premeditado.
Lo dije en mi artículo publicado en este mismo digital y lo repito: Susana Díaz acorta plazos para pillar desprevenidos, sin candidatos, sin enganche con el ciudadano, a la mayor cantidad de partidos posible. Eso, suponiendo que el adelanto electoral no pille también a los socialistas con el pie cambiado. Ese paripé de desencuentros, de cruce de egos entre la presidenta andaluza no electa y el líder socialista ya no me parece algo circunstancial, me suena a teatrillo callejero, toda vez que el PSOE recurre al adelanto por necesidad y por estrategia.
Necesidad porque las listas electorales aclararán quién manda y quién puede mandar. Estrategia porque todo lo que sea restar tiempo al avance de otros partidos es positivo. No tienen más que sondear entre sus amigos y conocidos en el PP. Yo lo he hecho, y la palabra nervios se queda corta. Es más bien algo parecido al miedo, el que antecede a la zozobra, el que determina si tu horizonte está delimitado o no. Y no lo está, no saben por dónde tirar o, mejor dicho, dónde esconderse. El trabajo de Moreno Bonilla, hasta el momento, puede ser excelente o desastroso, pero es desconocido para el electorado, apenas ha pegado tres voces. Y eso lo sabíamos todos, que los populares necesitan una voz en el Parlamento, una cara conocida y un personaje que cuente con el tirón que poseen otros, llámense Pedro Sánchez, Susana Díaz o Pablo Iglesias.
Varios factores hacen soplar el viento a favor del adelanto electoral. Primero: Podemos está en mantillas en su organigrama andaluz; es más, parece que quien puede ser cabeza de cartel, Teresa Rodríguez, procedente de Izquierda Anticapitalista, no es de la cuerda de Iglesias, y es prácticamente una desconocida. Luchará con el beneficio de la marca, pero no con el de su currículo. Segundo: los sondeos que dan fuerza y votos a Podemos para las generales no son exactamente los mismos que aparecen en Andalucía, donde el guirigay electoral de la izquierda es más movido.
Todo parece indicar que la necesidad de pactar para gobernar es más limitada en la circunscripción autonómica aunque, no se olviden, el verdadero problema no está en la derecha, siempre acostumbrada a tener que ganar por goleada o bajarse del carro por los pactos de los rivales, sino precisamente en las formaciones de izquierdas, donde anteriormente estaba claro que una alianza PSOE – IU era más que suficiente para echar al PP del gobierno. Ahora eso no basta, todo indica que será necesario pactar con el “diablo” para gobernar pero, ¿hasta qué punto están dispuestos a dicho pacto los partidos tradicionales?. Todo sea por mantener el bipartidismo, pensarán algunos.
Lo curioso es que el factor bipartidista no existe en Andalucía. Es una tierra que ha funcionado en torno a tres, no a dos partidos. IU siempre ha tenido un papel en esta tierra, ya sea como convidado de piedra o como bisagra para dar o quitar municipios y diputaciones. Es decir, que ahora nos planteamos un escenario con cuatro partidos. Nos vamos a divertir.
El PSOE busca un revulsivo. Lo tengo clarísimo. Teme que el panorama político actual tenga sólo a PP y Podemos como referencia, que ese tercer puesto en las encuestas les condene al ostracismo. Es un órdago a la grande: elecciones andaluzas para confirmar lo que se temen o para voltear la situación. El día 23, Susana Díaz saldrá reforzada o escaldada. Sin término medio. Es lo que hay.