El odio a los franceses que Quevedo atribuyó a una epidemia de sífilis
Si algo queda claro en España cuando acontece una competición deportiva a nivel de selecciones, es la mayor o menor simpatía según con que contrincantes. No es lo mismo enfrentarse a Nigeria o Polonia que a Italia, Brasil o Alemania. Pero mucho menos si el rival es Francia. La enemistad traspasa la frontera propia del deporte y entra en «arenas movedizas» históricas, poniendo en liza algo bastante más importante que una victoria. «¡Malditos gabachos!», resuena en los bares. El partido ha comenzado.
Pancracio Celdrán, autor de «El Gran Libro de los Insultos», publicado por la editorial La Esfera, bucea en el largo y tortuoso recorrido que ha trazado el término. «Es despectivo por francés, de uso anterior a la francesada de tiempos napoleónicos». Cervantes escribió:
Dicen que somos como los jubones de los gabachos (…), rotos, grasientos y llenos de doblones.
«En relación con lo francés, se dijo de quien había contraído la sífilis o morbo gálico, también llamado mal francés». El célebre Francisco de Quevedo emplea así el calificativo en la Segunda parte de Marica en el hospital:
Sobre quién las pegó a quién,
ahí de podridos andan;
él, con humores, gabacho;
y ella Lázaro con llagas.
En 1610 emplea esta voz Luis de Góngora en Las firmezas de Isabela. También Covarrubias, un año después, dice de los gabachos en su Tesoro:
Muchos destos se vienen a España y se ocupan en servicios baixos y viles, y se afrentan cuando los llaman gavachos…, y vuelven a su tierra con muchos dineros y para ellos son buenas Indias los reynos de España.
Celdrán alude al dramaturgo Agustín Moreto como símbolo de predicción de lo que sucedería un siglo después cuando la rivalidad entre países se recrudece: «Ridiculiza a quien imita de manera servil lo cortesano ultrapirenaico».
Entra, gabacho. ¿Quién es?
Juan Fransué, siñora soy…
No obstante, fue en el siglo XVIII cuando el vocablo adquirió mayor carga ofensiva. Celdrán alude a dos razones: «la influencia inmensa que efercitó lo francés sobre lo nacional autóctono, con el cambio de dinastía; y las invasiones napoleónicas de la península Ibérica por parte de la horda francesa».
Nicolás Fernández de Moratín, afrancesado, escribe:
Para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal,
llega a viejo y lo habla mal,
y aquí lo parla un muchacho.
Siguiendo con el oscilante abanico de significados que ha ido adquiriendo a lo largo de la historia, Celdrán hace hincapié en que «el castellano rodeó al principio el término de tintes ridículos equiparando gabacho y papanatas; más tarde, a principios del XIX, en que simpatizar con los franceses era hacerse reo de traición, se politizó. Pasada la algarada napoleónica todo quedó en un recuerdo de tiempos miserables, y el término antes fuertemente ofensivo se tornó más despectivo que peligroso, tanto que incluso llegó a perderse su connotación francesa».
Además, recuerda que Antonio Alcalá Venceslada, en su Vocabulario andaluz, da esta voz como propia de aquella tierra, y aporta, con el significado de «persona de ademanes toscos, rústicos y groseros» el ejemplo de esta copla:
En el andar conozco
que eres del campo,
en los zapatorrones
y en lo gabacho.
La sífilis – como otras enfermedades endémicas que ahora importamos- es “regalito” de las indias a Colón. Colón fue el primer sifilítico “censado”. Fue el regalito que le hicieron las indias.
No estoy muy seguro de su afirmación. Creo que la sífilis la contagiaron los españoles.
Con los franceses nos las hemos visto muchas veces, igual que con otros. Unas veces damos y otras nos dan, unas veces al lado y otras en contra, pero si ha habido un enemigo hijodeputa, tocacojones y traidor ha sido la puta inglaterra, mierda para su puta reina.