Armando Robles, con vecinos del distrito Puerto de la Torre

Por José L. Román.- Comenzaré diciendo que al ver las imágenes de Armando Robles recorriendo las calles de Málaga, llegando hasta los vecinos de todos y cada uno de los diferentes estratos sociales para presentar su candidatura a la alcaldía de la ciudad por SOLUCIONA, y antes de los resultados electorales, he querido tener para él unas palabras de gratitud, admiración y reconocimiento.

Independientemente de lo que salga de las urnas el próximo día 24 de mayo, nadie te podrá acusar jamás de inmovilismo; nadie te podrá decir nunca que no predicaste con el ejemplo; y nadie tendrá la osadía de señalarte con el dedo para colgarte el sambenito de la cobardía, de pusilánime, achantado o medroso. Sea cual sea el resultado tras la cita con las urnas, quedará grabado en nuestra retina que diste un ejemplo de empuje, bravura y patriotismo por el solo hecho de saltar a la arena a intentarlo. Te enfrentas al sistema a pecho descubierto y sin más armas que un puñado de amigos incondicionales y la fuerza de la verdad hecha palabra. Has puesto patas arriba las expectativas de los de siempre y hasta de los que llaman “grupos emergentes”. Y aunque los medios del sistema sigan condenándote al silencio y al ostracismo, lo que es indudable es que has llegado al corazón de la gente más humilde y desfavorecida de la Ciudad de la Luz, devolviéndoles la ilusión, la fe y la confianza en el futuro.

Eres todo un ejemplo Armando. Hoy, que a todo el mundo se le llena la boca de calidad de imagen, productos de calidad, calidad de servicios, sistemas de calidad o calidad de procesos, muy poca gente se preocupa por la que debería encabezar esta larga lista de acepciones. Naturalmente me estoy refiriendo a la calidad humana. Es penoso ver como la Patria se rompe y se deteriora por momentos. Es dramático ver que sus gentes desencantadas, encanalladas y envilecidas se enfrentan entre sí, destruyendo familias enteras, y lo único que se nos ocurre es lamentarnos y contribuir con nuestro silencio a que España se hunda totalmente en lo más profundo de su propio infierno sin mover un solo dedo.

Hablar de calidad humana es cuidar nuestros vínculos con los demás. Necesitamos rehacerlos, alimentarlos y proyectarlos. De nada sirve vivir sin aliciente y sin participar en un quehacer en pro de la comunidad. Para nada vale terminar rendidos en cualquier sillón, y que a nadie le interese como nos ha ido la jornada laboral ¿Para qué trabajar y preocuparnos por los problemas cotidianos, si a pesar de escuchar el bullicio de la gente nos sentimos solos? ¿Para qué ansiamos una casa si en ella no encontramos el calor de un hogar? ¿Para qué buscar la élite si carecemos de amor? ¿Para qué amasar una fortuna si somos pobres de espíritu? ¿Pará qué la libertad si no podemos ejercerla? Esto es lo que tenemos hoy en España: abatimiento, abulia, hastío, desencanto, indiferencia, desengaño, desilusión y pasotismo.

Es triste leer un libro y no tener con quien comentarlo de manera correcta, respetuosa y civilizada. Es doloroso sentirse preocupado por multitud de problemas, y no contar con una persona a quien abrirle nuestro corazón sin que después no te traicione, critique o haga leña del árbol caído. De nada vale tener un tablero de ajedrez si no tenemos con quien jugar o con quien disfrutarlo de manera tranquila y sosegada ¿Para qué tener lo que no se puede compartir? Ni tan siquiera el dinero posee valor esencial alguno, sin embargo, sólo nos damos cuenta de ello cuando nos encontramos en trance de muerte. El valor de lo material solo debería estar en su aplicación, en el servicio al bien común.

Decía uno de mis profesores de primaria como norma inapelable: “Quien no vive para servir no sirve para vivir”. Y decidme, ¿quién sirve hoy al bien común sin ánimo de lucro? ¿Quién se preocupa desinteresadamente por el vecino anciano y desamparado? ¿Quién acude a socorrer en la vía pública a la víctima de un delito? ¿Quién recoge en la carretera a quien supuestamente ha sufrido un accidente sin temor a que sea una encerrona? ¿Quién sale en defensa de una persona que está siendo agredida por un “matón”? ¡Casi nadie! La solidaridad no existe, solo queda algún que otro atisbo de caridad cristiana en personas que continuamente reciben ataques con mofa y befa a través de los medios de comunicación, con parodias cómicas e hirientes cargadas de intención.

Durante estos años de decadencia moral y espiritual, nos han ido arrancando lo que nuestros padres y maestros nos enseñaron: La belleza de tener está en compartir; la magia de luchar por una prosperidad económica estriba principalmente, en poder servir a un compatriota más necesitado que nosotros cuando le ofrezcamos el privilegio de disfrutar de algo de lo que no puede por necesidad extrema. Eso es parte de la naturaleza humana; esto es lo que antes era norma de conducta en España en cualquier comunidad, dar, compartir, amar, servir y ayudar.

Estamos como asustados; asustados de lo que tal vez no podamos hacer sin ser linchados por los que no piensan como nosotros; asustados de lo que pueda pensar la gente si tratamos de realizar algo diferente de lo que el sistema nos dicta. Permitimos que nuestros miedos se interpongan en nuestros sueños de hacer una España mejor y más justa. Decimos que no, cuando queremos decir que sí; murmuramos cuando lo que deseamos es gritar, y después…, después somos capaces de agredir verbalmente como energúmenos a quien no nos ha hecho nada malo, al ser más débil, a quien nunca jamás deberíamos gritar, y ¿por qué nos sucede esto? Pues porque España, aparte de sufrir una crisis existencial, está siendo gobernada bajo un sistema oligárquico y anticristiano, que nos ha dejado depauperados y abatidos hasta quedar como cáscara muerta vacía de contenido; porque no somos felices aunque finjamos serlo, y porque al no poder tener proyectos de futuro dada la situación, carecemos de ilusión, de alegría y de paz interior.

Por lo tanto, emulemos a personas como Armando Robles. Su coraje, su fuerza y su amor por España, ha hecho que se decida a saltar a la arena sin miedo a la “casta” y a su clientelismo, para decir bien a las claras lo que pensamos muchos de nosotros, y llamar públicamente a los que quieran seguirle a que se unan a él en un proyecto común para intentar cambiar las cosas.

Debemos intentar hacer aquello que deseamos; tenemos que arriesgarnos, participar en la carrera, escribir aquel artículo o comentario y enfrentarnos como auténticos vencedores a las adversidades más comunes. Cantemos si estamos contentos; hablemos con coherencia y sin miedo, en contra de todo aquello que consideremos injusto; respetemos y escuchemos a las personas mayores que son los verdaderos eruditos por su experiencia; ofrezcamos ese abrazo fraternal; no nos quedemos con el abrazo contenido o con la sonrisa escondida, llamémosle, y digámosle a esa persona que queremos ayudarla a salir del pozo en el que se encuentra.

Miremos la conducta de Armando Robles enfrentándose abiertamente al poder económico enquistado en las instituciones; miremos detalladamente la situación actual de nuestra Patria; miremos a nuestros compatriotas y a nosotros mismos, y pensemos que el tiempo pasa, pasa y no vuelve. Hagamos algo por intentar unir, aglutinar, hacer una piña con todos los españoles que no quieren dejar de serlo, para levantar esta gran nación. Estoy plenamente convencido y seguro de que, aunque no la divisemos, hay una luz tras el ocaso.

Confiemos en la providencia, pero actuemos también todos juntos para intentar cambiar e invertir la situación actual que nos asfixia y nos deja, aparte de sin oxígeno, sin patria, sin pan y sin justicia. No tenemos nada que perder y todo, todo que ganar. Al fin y al cabo, en contra de lo que creen los poderosos, la vida es como una partida de ajedrez y, al concluir ésta, el rey y el peón acaban en la misma caja.