Por José L. Román.- Decimos “como el asno de Buridán” refiriéndonos a personas que se debaten indecisas ante un laberinto de dudas, alternativas o dilemas del que no aciertan a salir. Ponemos de referencia esta fábula como ejemplo de indecisión en hombres de gobierno que, ante una elección que les obliga a tomar partido, se debaten entre dos opciones sin que acierten a romper el equilibrio que los inmoviliza en un sentido o en otro.

Fue Jean Buridán, un escolástico francés (1300-1358), quien hizo famosa la fábula del asno (“el asno de Buridán”) que se queda inmóvil hasta morir de hambre y de sed al no poder escoger entre un saco de cebada y un cubo de agua, situados a la misma distancia, en un momento en el que sentía la misma necesidad de comer y de beber. Como el hambre era idéntico a su sed, el asno languidece hasta la muerte en una perplejidad lógica sin un motivo para apagar la sed antes que el hambre o al revés.

También llamamos “la carabina de Ambrosio” a lo que no sirve para sus fines propios, para el uso al que está destinado. Así reza en la leyenda de un tal Ambrosio, un labriego sevillano que, allá por el siglo XIX, decidió echarse al monte y dedicarse a salteador de caminos. Para ello usaba una carabina que se hizo famosa por su inutilidad. Cuando asaltaba a alguien amenazándole con su carabina, todos lo tomaban a broma; esa carabina no imponía respeto.

Pues bien. Tenemos en España ahora mismo un presidente de gobierno tan titubeante e indeciso ante los graves problemas que afectan a la nación, que bien podríamos compararlo perfectamente con “el asno de Buridán”. Pero es que además, está siendo tan ninguneado, desconsiderado e insignificante en la órbita internacional, particularmente en la europea, que los españoles tenemos la impresión de que más que un jefe del ejecutivo -cuya obligación y deber es ejecutar y tomar decisiones-, soportamos a un triste personaje al frente de este gobierno, tratado despectivamente como “la carabina de Ambrosio”.

Indeciso, sí, porque no sabe si va o viene; si coge o deja; si condena o absuelve; y si gobierna o reza. Se ha pasado toda la legislatura mareando la perdiz, esperando a que el desafío independentista, por arte de magia, deje de ser un obstáculo en su mandato. El problema se agrava, pero no toma decisiones. Su partido se diluye como un azucarillo, pero él sigue empecinado en no quererlo ver, simplemente pensando que su principal rival en la oposición está mucho peor que él, y que por ello volverá a ganar las elecciones ¿Qué importa que su partido haya perdido la mayoría de Ayuntamientos y comunidades autónomas? ¿Qué importa que el comunismo y el independentismo hayan llegado a las instituciones, por su cobardía como presidente, su mala gestión y la corrupción dentro de sus filas? ¿Qué importa la unidad de España y que se insulte a todas horas a los símbolos más representativos de la Patria? Lo que único que le importa es que él, sigue siendo presidente del gobierno, y que la mayoría de los medios de comunicación y los miembros de su partido, comen en su mano. Estrategias, todas: Se le devuelve la paga “robada” a los funcionarios; se baja un poquito el IRPF; se suben un 1% las pensiones y los sueldos de los funcionarios; se le inyectan unos millones de euros a los medios de comunicación deficitarios, y a “los de la ceja”, y se explota día y noche el problema de la deuda griega. Con eso, ya está todo arreglado.

Insignificante y ninguneado, por supuesto. Ahí tenemos la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre la doctrina Parot, y nuestro presidente, a diferencia del Premier británico, ha obedecido sin rechistar poniendo en libertad a los asesinos y violadores más repugnantes de nuestra historia ¿Qué importa la sangre vertida por miles de inocentes asesinados por los terroristas vascos de la ETA? ¿Qué importa que muchos de esos inocentes fuesen militantes del partido del gobierno? ¿Qué importa el llanto y los gritos de dolor de sus madres, recogiendo los cuerpos de sus hijas destrozados después de ser brutalmente violadas y asesinadas?

Causa estupor e impotencia, ver cómo es ninguneado el presidente de nuestro gobierno por sus socios europeos, cuando se trata en Estrasburgo el contencioso sobre Gibraltar, o la invasión que sufre nuestro territorio por el flujo migratorio procedente de Africa, donde miles de inmigrantes asaltan las vallas fronterizas de Ceuta y de Melilla. Y mientras, ese mismo Parlamento de Estrasburgo ofrece un trato especial y exquisito al Premier británico, cuando éste, está dispuesto a reprimir ese flujo migratorio con todo tipo de medios, incluidos los militares, si los inmigrantes siguen dispuestos a entrar en el Reino Unido por el denominado “eurotunel” que une Francia con Inglaterra a través del Canal de la Mancha.

Cuando un jefe de gobierno languidece; cuando un primer ministro titubea; y cuando un presidente del ejecutivo es tratado “como el asno de Buridán” y “la carabina de Ambrosio”, es evidente que no sirve para dirigir la nave nacional en un momento como el presente de angustia, preocupación y zozobra. Por lo tanto, ese “capitán” debe ser relevado de inmediato en el puente, por alguien que sepa dar un puñetazo en la mesa, y tomar decisiones drásticas pero inteligentes, de lo contrario, la nave se hunde, y con ella, todos los que nos hallamos a bordo.