Carta abierta a Julio “El Rojo”
Ayer tarde recibí una llamada de don Armando Robles para que participara en su tertulia de “La ratonera” para comentar el tema de Julio “El Rojo”. Desistí de hacerlo atendiendo a la regla general de buen gobierno que es la de no excederse en el hablar, “ca lo poco e bien dicho, según el Arcipreste escribía, finca el corazón”; y si de hablar de más me quiero guardar, ¿qué habré de decirte de las discusiones, de las porfías, de las competencias, en las que más de las veces no estamos nadie libre de menospreciar o retraer lo que otros saben o no saben, o de desear la vanagloria?
Es cierto que el excusar por hábito las discusiones y pareceres tanto vale como asentir sistemáticamente a cuanto dicen y piensan los demás, y no es acertado ni propio de mí proceder de tal forma. Nadie debe abdicar de su personalidad, y hay ocasiones en que nadie tiene derecho a abstenerse de dar su opinión y esta situación que has creado, Julio, es una de ellas.
Me parece inútil decirte aquí nada de tus relaciones ajenas al ámbito castrense. Es una cuestión que sólo tocaría la parte de las libertades y de las censuras que establecen las normas habituales de urbanidad, si no fuera, porque, en cierto modo, te ha sido confiada, también en este aspecto, una función, si no de magisterio, si de ejemplaridad que no has tenido.
Los ejércitos han visto crearse en torno a ellos durante los últimos cuarenta años, y aún antes, un ambiente de simpatía, de cordialidad y de fe, a prueba de todas las infinitas molestias que un individuo como tú pueda ocasionar y que se ven aliviadas por la conducta general de las tropas y de sus jefes.
Precisamente por ello es preciso extremar, ahora que las relaciones Ejército-Sociedad Civil son correctísimas, las relaciones con el mundo civil; y es preciso exigirlas inexorablemente. Y tanto más cuanto más elevado sea el puesto que se ocupe o se haya ocupado en la jerarquía.
Cuando los terroristas de toda índole pero especialmente de ETA, han llenado de dolor tantos hogares , y han determinado tantos sacrificios entre nuestros compañeros, entre los que tú no te encuentras porque has decidido estar en la “acera de en frente”, tantas estrecheces y tantas ruinas, no parece que sea lícito a nadie derivar de ello satisfacciones y provechos políticos que parecen una injuria a los atribulados y a los empobrecidos por esa lacra.
Si ha de servir de ejemplo la milicia, y si ella debe dar el tono a la vida nacional en sus quehaceres diarios, cada uno debe cuidar su propio porte y conducta con una exigencia dura y estricta, y habrá de imponerse en torno de cada uno sin debilidades y sin complacencias. Complacencias y debilidades que ciertos grupos políticos tienen para contigo.
Sabes perfectamente que sólo a este precio podrán mantenerse los Ejércitos, y ello es absolutamente imprescindible, en la estimación y respeto del país. Sólo así podrán aspirar a que se forme en la nación ese estado de conciencia que, elevando tácitamente de condición a quienes visten el uniforme militar, les paga en consideración social, en estima y en distinción, lo que no puede de otro modo retribuirles el Estado.
Ser disciplinado, dijo el Mariscal Foch, no quiere decir que no se cometa falta contra la disciplina y que no se promueva el desorden como lo has promovido tú; pero si esta definición podría bastar al hombre de tropa, que tú parece que no entiendes o no has entendido, es absolutamente insuficiente para un jefe que ocupa un escalón cualquiera de la jerarquía; con más razón cuanto más alto es el puesto que ocupa.
Pero puede suceder que, en el lento curso de los sucesos, o tu propia fortuna, te pongan en apretado caso, y fuera imperdonable olvido no haber consagrado totalmente tus juramentos y promesas hasta el final de tus días.
Las leyes y los reglamentos vienen sistemáticamente vedando a los miembros de los Ejércitos toda actividad política. Y de una y otra infracción de este principio abstencionista surgieron las terribles guerras civiles que masacraron España durante dos siglos. Es de esperar que esta conmoción experimentada no haya sido inútil y no hagas coro de los Ejércitos. Es lo último que te queda por hacer.
*Teniente coronel de Infantería y doctor por la Universidad de Salamanca