Una explosión
El atentado del Estado Islámico en el centro de Estambul que ha causado diez muertos, ocho de ellos alemanes, pone de manifiesto las terribles consecuencias del fanatismo violento. Evidentemente, los diez millones de turistas que recibe, anualmente, la antigua Constantinopla o Bizancio, dejarán de acudir este año 2016, por miedo a otro atentado suicida.
Que un simple miembro de este grupo terrorista sea capaz, actuando de este modo salvaje, de causar un sufrimiento tan enorme, y hundir el turismo de Estambul es revelador. Muestra el poder de la locura terrorista que tiene la capacidad de cambiar las formas de vida de numerosas personas.
Una sola explosión con víctimas mortales es suficiente para introducir el temor en los turistas que visitaban esta bellísima ciudad. Es normal que estén regresando a sus países de origen. Ya que la seguridad no está plenamente garantizada en las plazas y calles de esta ciudad turca, y a la vez asiática y europea.
Los 7.000 hoteles existentes en esta zona de Turquía, la más visitada de este país, se van a ver muy negativamente afectados este año 2016. Porque ya está grabado en la memoria colectiva lo que ha sucedido, y esto no se borra con facilidad y rapidez. Existe una persistencia del recuerdo, especialmente, si es muy negativo, como es el caso.
Se podría decir que el Estado Islámico está sacando un gran rendimiento de sus terroristas suicidas, u hombres bomba. Porque, si esto que ha sucedido en Estambul, sucediera en varias capitales o ciudades europeas, el resultado sería un cambio en las costumbres, y un miedo generalizado en la mayor parte de la población.
Ya que el gobierno alemán, ya ha recomendado a los ciudadanos que están en Estambul que no concentren en lugares públicos, y que tampoco se acerquen mucho a las atracciones turísticas. Algo que parece completamente lógico en vista de lo ocurrido, pero que plantea una transformación de las actitudes, y de los comportamientos en los espacios públicos. Algo que no es de poca importancia, sino todo lo contrario. Ya que la obligación de los Estados es garantizar la seguridad de los ciudadanos en su territorio, al menos, desde una perspectiva puramente teórica.
Además, otro aspecto que considero esencial es que no se sabe, el lugar en el que se va a producir la siguiente acción terrorista. Lo que aumenta la inseguridad en los ciudadanos, y también la sensación de riesgo e incertidumbre. Algo que pone, en tela de juicio también, que los viajes y los vuelos sean seguros. Ya que no existe tampoco una completa garantía de que no sea colocado ningún artefacto explosivo en un avión comercial de pasajeros, o que suba a bordo un hombre bomba, como se ha visto, recientemente, en el avión que se estrelló en el Sinaí.