¡No es justo!
Cuando los niños, de ambos sexos claro, se enfrentan al mundo, entran en relación con él, acaban inevitablemente percatándose de la realidad, de una realidad que no les gusta… empiezan a descubrir cosas, situaciones desagradables, indeseables, y evidentemente su primera reacción es afirmar que “no es justo”: no es justo que haya enfermedades, no es justo que exista el dolor, no es justo que haya gente que pase hambre, no es justo que haya quienes agredan a otros, no es justo que haya gente que se muera, no es justo que haya guerras, no es justo que unos tengan mucho y otros muy poco o casi nada.
Luego pasan a desear que alguien, o algunos, con su varita mágica hagan desaparecer todo lo malo, o como dice la canción del cantautor castrista, Silvio Rodríguez, “Si me dijeran: pide un deseo, preferiría un “rabo de nube” (un tornado, un huracán en el lenguaje caribeño) que se llevara lo feo y nos dejara el querube (relativo a querubín, ángel de singular belleza) un barredor de tristezas, un aguacero en venganza, que cuando escampe parezca nuestra esperanza”.
Son muchas las personas que no pasan de este estadio a uno superior, lo cual es imprescindible para madurar y convertirse en adultos. Sí madurar, aparte de implicar estar dispuestos a cambiar de opinión, significa aceptar que la realidad es tal cual es, sin adornos, sin engaños, sin distorsión de clase alguna, sea mediante el sesgo ideológico, o sea poniéndose unas gafas de color rosa, o púrpura.
Madurar significa, entre otras cosas, aceptar que el mundo es injusto, que hay gente guapa y gente fea, altos y bajos, inteligentes y menos inteligentes, ricos y pobres, gente más exitosa que otra, gente que nace en una familia acomodada y otra gente que nace en una familia pobre, gente que tiene la fortuna de nacer en una familia con unos hermanos con los que cabe hasta hacer amistad y gente que le toca en suerte hermanos, padres con los que no logra comunicarse y entenderse…
Madurar significa, también, aceptar que la igualdad no existe, ni en la Naturaleza en general, ni entre los humanos, ni en ningún ámbito, y además, que si la igualdad existiera sería una enorme injusticia, desde esa misma perspectiva desde la que los niños y adolescentes perciben lo justo y lo injusto.
Madurar significa aceptar que las relaciones interpersonales son tal cual son, que las actuales formas de convivencia, de agrupamiento, de cooperación, también de confrontación, de competencia entre los humanos es resultado de ensayos, de aciertos y de errores, que los humanos se organizan tal cual se organizan de manera espontánea; madurar significa aceptar que nadie nunca se ha confabulado, reunido para diseñar ni aplicar ninguna forma de “ingeniería social” y que todo ha sido resultado, insisto, de ensayos, y que los humanos progresan, en el mejor sentido de la palabra, de manera espontánea. Y cuando alguien, algunos intentan rediseñar la sociedad, planificarla a la medida de su ideología, de su doctrina, llevados por una bondad extrema, exacerbada, erigiéndose en gestores de la moral individual y colectiva, lo único que consiguen es esclavizar, limitar, cuando no eliminar, la libertad, sea la libertad de emprender actividades productivas, contratar, vender, comprar, comerciar; sean las libertades políticas, aparte de atentar contra los derechos más elementales y de los que derivan todos los demás: el derecho a la vida y a la propiedad. Madurar significa aceptar que todos los intentos de tipo igualitarista han ocasionado más problemas que los que pretendían resolver.
Madurar significa asumir que si alguna autoridad mundial, global como ahora se dice, pudiera repartir equitativamente la riqueza existente en el mundo entre los aproximadamente siete mil millones de los humanos que lo habitamos, no serviría para nada, pues sería un “vuelta a empezar”, dado que cada cual es como es, dado que los humanos somos heterogéneos, desiguales, y cada uno destinaría el “regalo” que le tocara en suerte, a fines distintos, unos gastarían, otros conservarían, cada cual lo emplearía en lo que considerara oportuno, con mayor o menor acierto e inteligencia… ídem si se repartieran los “tesoros” del Vaticano, pongo por caso.
Madurar significa aceptar que la única forma de progreso propiamente dicho, vendrá en una sociedad abierta, en la que la única “igualdad” sea en derechos, de la que deriva la igualdad de oportunidades, basada, claro, en la cualificación, en el mérito, en el esfuerzo, sin que nadie reciba trato de favor, sin que nadie sea favorecido por autoridad de clase alguna, sin que nadie sea discriminado por circunstancias tales como el sexo, el color de su piel, su opinión, su creencia, o cuestiones semejantes.
Madurar significa que la tendencia a la compasión, de la que cualquier humano de “buena voluntad” participa solo puede traducirse en solidaridad voluntaria, y bajo ningún concepto nadie (incluyendo a cualquier clase de “autoridad”) debería obligar a otros a ser solidarios.
Madurar significa aceptar que todas las minorías son merecedoras de ser respetadas, y que la minoría más pequeña es la persona, el individuo, y que ninguna “mayoría”, por muy numerosa que sea tiene derecho a esclavizar a ninguna minoría, robarle su esfuerzo, o imponerle lo que le plazca.
Cuando una sociedad, un grupo de individuos no madura, y sigue anclado en la forma de pensar infantil, entonces es presa fácil de demagogos, de liberticidas, de ideas incorrectas, estúpidas, y de gente totalitarias. Cuando una sociedad no madura sus integrantes acaban considerando que es legítimo parasitar de otros, alejarse de todo lo que tenga que ver con libertad, y también –no podía ser de otra manera- de todo lo que huela a responsabilidad individual, en el sentido de asumir los resultados de sus actos.
España, por desgracia es en la actualidad una nación infantilizada –también idiotizada- como resultado de las diversas “leyes educativas progresistas” promovidas por los diversos gobiernos socialistas, leyes luego apoyadas más o menos de forma entusiasta por la derecha boba. Infantilización que luego refuerzan las diversas televisiones… España es una nación infantilizada en la que nombrar palabras tales como trabajo, esfuerzo, disciplina, responsabilidad, etc. es correr el riesgo de ser tildado de facha, anacrónico, carca o lindezas por el estilo. España es una nación donde lo que siempre fue excepcional: la fiesta, se ha convertido en lo normal, y lo que siempre fue lo normal, la “no fiesta”, en excepción… Con esos materiales, con el apoyo entusiasta también de intelectuales, trovadores, aduladores, y tertulianos de toda clase, con estos cimientos se ha ido construyendo la actual España, un edificio que amenaza ruina.
Con estos materiales surjen personajes de la altura intelectual, con la preparación, de los Marianos, Pedros, Pablos, Albertos… y demás peligrosos intelectuales, deseosos de pillar coche oficial y tener como sueldo “un pastizal”, aunque sea a costa de destruir lo que aún queda en pie de nuestra nación.
Muchos dirán que pocos remedios caben cuando las élites intelectuales, las personas mejor preparadas han sido alejadas, expulsadas, condenadas al ostracismo, hasta el extremo de que la mayoría de los españoles ignoran su existencia, o casi… Tal vez haya llegado la hora de que alguien, algunos apliquen una cirugía de urgencia, antes de que sea demasiado tarde.
Y alguno aún dirá:
“Pero eso es injusto, ¿no?”.