Misandria: odio a los hombres
Aunque sea una perogrullada decirlo, pensar consiste en hablar una persona con ella misma. Pero, para poder cualquiera de nosotros hablar consigo mismo es imprescindible tener un conocimiento suficiente del idioma, saber ponerle nombre a las cosas, saber “cómo se llaman” y así ser capaces de captar los diversos matices de las situaciones, del entorno, de los objetos… E insistirá más de uno: “sigue usted diciendo perogrulladas”. Y, ¿por qué y para qué recurrir a verdades de Pero Grullo? Pues, sencillamente porque, por desgracia, hay cuestiones elementales, obvias que el común de los mortales generalmente no tiene en cuenta, e incluso ha olvidado. Bien, pues prosigamos: generalmente todos los idiomas procuran además de intentar ser útiles, eficaces para comunicar, buscar la “economía”, todos los idiomas tienden a decir las cosas sin circunloquios, sin rodeos, a llamar al pan, pan, y al vino, vino; y cuando la gente corriente que es soberana en eso del idioma, llega a la conclusión de que para nombrar a algo se utilizan demasiadas palabras, lo normal es que de forma inevitable, tienda a ser breve, precisa, concisa, a utilizar un lenguaje sencillo y práctico, e inventa una nueva palabra, un neologismo sea propio, autóctono, o sea importado. Unas veces esas palabras acaban consolidándose y otras se convierten en una moda pasajera.
En España lo normal es que la Real Academia Española (que es el organismo encargado de elaborar diccionarios e indicar lo correcto e incorrecto en el uso del idioma) tal como suele ocurrir con los legisladores, suele ir por detrás, a remolque de los hablantes, tal ha sido el caso de la palabra “misandria”, hasta hace muy poco ausente del Diccionario de la RAE.
Cuando hace años descubrí que en idiomas como el inglés, el francés u otros de nuestro entorno cultural, civilizatorio, tenían una palabra concreta para nombrar al “odio contra los varones” y la lengua española “oficialmente” no, se produjo en mí una cierta incomodidad, por llamarlo de forma suave.
En la lengua de los británicos ya se usa desde, nada menos que el último cuarto del siglo XIX, y hay constancia de que apareció por vez primera en la revista “The Spectator” en 1871.
Lo sorprendente del asunto es que esta palabra que, en otras lenguas se usa para nombrar al odio, al rechazo, a la aversión y al desprecio de las mujeres hacia los hombres y, en general, hacia todo lo relacionado con lo masculino; no existiera en la lengua de Cervantes. ¿Será casualidad?
Difícilmente una nación es nación sin una cultura definida, sin su idioma y sin sus palabras (hay quien dice que los diccionarios de cualquier lengua son la historia sentimental, afectiva de quienes hablan esa lengua).
Por tal motivo, por ejemplo los habitantes de las zonas más heladas, las zonas más frías del globo terráqueo, que comúnmente conocemos como esquimales, poseen un amplio repertorio de palabras para nombrar a los tonos blancos. En los lugares que habitan los esquimales el blanco no es blanco solamente. De la misma manera, en nuestro país hay varias palabras para definir el pene, o la vagina, o la cerveza o el viento.
Sin embargo, llama especialmente la atención que hasta hace escasas fechas el Diccionario de la Real Academia Española no incluyera ni una sola palabra para referirse al sentimiento de odio hacia los hombres por parte de las mujeres, o mejor dicho: odio a todo lo referente a lo masculino.
La pregunta obligada es: ¿Por qué los diccionarios de la Lengua Española no contenían hasta ahora la palabra MISANDRIA?
Inevitablemente se me ocurren, y supongo que igualmente a ustedes, respuestas diversas. Pero no hace falta ser muy malpensado para llegar a la conclusión de que en el camino hacia la igualdad de sexos algo se les olvidó a quienes promovieron dicha igualdad, o no lo hicieron demasiado bien. (Estoy hablando, claro está, de lo que algunos llaman “géneros”, y que hemos de suponer que cuando acudían a la escuela primaria, no estuvieron suficientemente atentos cuando el profesor explicó aquello de que el género es un accidente gramatical que afecta a los nombres o sustantivos, y que no guarda necesariamente relación con el sexo…)
Y es que, de la misma manera que en los diccionarios existe la palabra misoginia, el correspondiente a cuando las víctimas de odio son hombres, hace mucho tiempo que debía haber sido incluido, claro que, más vale tarde que nunca, más que nada porque en este mundo hay, y tiene que haber de todo.
Que no existiera en el Diccionario de la RAE la palabra equiparable a misoginia cuando el asunto afecta a los varones, es cuanto menos sorprendente, es más, yo añadiría que incluso era humillante, ya que se da por sentado que no existe ni la suficiente igualdad ni el suficiente coraje para todos seamos –insisto: todos, sin distinción de sexos u otra circunstancia personal- seamos plenamente ciudadanos.
En fin, lo siguiente es que quienes convocan a la puerta de los ayuntamientos a la “ciudadanía” para realizar un acto de repulsa y guardar un minuto de silencio cuando alguna mujer sufre violencia con resultado de muerte y el victimario es su esposo, novio o compañero, también lo hagan cuando la víctima es un hombre asesinado por su esposa, novia o compañera (el año pasado hubo una treintena de hombres víctimas de la “violencia hembrista”, otro vocablo el de “hembrista” que el DRAE tampoco ha aprobado todavía…) o cuando la víctima es un niño, o una niña, o un anciano o una anciana.
Claro que deberán ustedes esperar sentados, para no cansarse, pues para esos políticos profesionales solo es importante la violencia contra las mujeres, y las otras no existen.
En realidad, cuando se dice : hombres, nos referimos a masculinidad, por ello, efectivamente : misandria ( me da error el corrector ortográfico con acento y sin ) para las feministas un problema.
Aunque el problema son esas personas, que tienen que tener problemas graves psicológicos y se refugian en éstas cosas como el Feminismo con los ataques a las tradiciones en España, a la Iglesia, y lo ya dicho los masculino o viril.
https://youtu.be/goYBcfgOuoc