Baloncesto: El Real Madrid se adueña de la Copa del Rey (81-85)
¿Qué es una leyenda en deporte? Parece una respuesta fácil y no lo es. La admiración acostumbra a magnificar la realidad. ¿Entonces? Para aclararlo lo mejor es el ejemplo: leyenda es este Madrid. Un equipo de ensueño que se será recordado dentro de varias décadas. Cuando sus hazañas sean narradas sonarán a cantinela fantástica. Pero quienes lo vivieron sabrán que sucedió así sin cambiar una coma.
Soy leyenda, pueden decir alto y orgullosos los jugadores del Madrid, los de ahora. Un equipo fantástico que entronca con la época dorada del baloncesto blanco. Núcleo duro de jugadores españoles de enorme talento y comprometidos con la causa, incluyan el resquicio abierto a la cantera, y un grupo de extranjeros identificados con la causa. Un equipo emparentado con los Luyk, Emiliano, Lolo Sainz, Ferrándiz y que aspira a mejorar el linaje. Soy leyenda, gritan los Sergios, Reyes, Ayón, Nocioni, Maciulils, Carroll… Y Rudy, aun sin jugar.
Un bloque que, tras firmar el curso perfecto (cinco títulos en 365 días exactos), se ha visto acorralado después de un verano de aúpa y un calendario traicionero. Arreciaron las críticas, las justas y las desaforadas. Le quitaron el cartel de favorito en esta Copa y la respuesta ha sido certera y sin alharacas, otro título. La tercera Copa seguida, una gesta que nadie había logrado en la etapa ACB (desde 1984). La 26ª en la historia del club.
La cuarta en cinco años en la era Laso. Sí, un entrenador también de leyenda, que ha levantado a la sección en magnífica labor junto a Sánchez y Herreros. Se lo resumo rápido: once títulos en quince finales de 19 posibles. Guau. Le ha cambiado el ciclo al Barça, al que ha tumbado en ocho finales nacionales, y este domingo no falló en su primera finalísima ante un rival diferente después de cuatro años y medio.
Era favorito ante el Herbalife Gran Canaria y ante Aíto, y lo demostró. No a lo grande; sí con solvencia. Porque la historia no siempre se escribe con párrafos épicos. Ese capítulo le hubiera tocado al Herbalife Gran Canaria, que lo intentó con ahínco. Cargó la pluma y casi le sale en verso. Le faltó tiempo y que el despiste blanco se agigantara. Pasó de perder por 12 (70-82, minuto 38) a ponerse a dos a 16 segundos de la bocina: 81-83. De repente había nervios… Sergio Rodríguez sentenció con suspense desde la personal, luego falló de tres Pablo Aguilar y Ayón alzó el premio de MVP (15 puntos, 6 rebotes, 3 robos, 2 asistencias y 2 tapones para 21 de valoración). Reconocimiento que lograron antes Rudy, Reyes, Nocioni y casi Carroll en la Euroliga, Llull, Sergio… Un batería de puntales sin fin.
El duelo había arrancado para los de Laso como si el Granca vistiera de amarillo Maccabi. Motivación y atención máxima. Vigilantes atrás y dominando el rebote, pero fueron perdiendo fluidez y acierto (1 de 7 triples en el segundo cuarto) a la misma velocidad que lo ganaba el rival. Aguilar trató de abrir el campo desde la esquina aunque le faltó tino y Báez sí acertó sobre la bocina para poner a tiro de dos a los insulares (38-40). Doncic venía de jugar seis minutos y medio seguidos (16 años, el campeón más joven de la historia) mientras Lima daba respiro a Ayón. Enfrente, Omic no rebasaba a sus pares pero era un bien de primera necesidad para Aíto.
El Real mandaba, aunque no rompía (59-62 tras el tercer cuarto). Los dos contra uno del Granca en media pista frenaban su ritmo. Entonces, surgía de nuevo Ayón en conexión con Sergio. Y Nocioni. Llegaban los mejores minutos de Rivers, Carroll se iba a los 13 puntos y otro mate del Titán mexicano ponía el +12. Jaque mate que el Granca soñó remontar con Rabaseda (14 tantos) y un Albert Oliver alucinante (16). Rejuvenece camino de los 38 años. Fue amenaza en el triple y al tiempo al poste bajo desde el puesto de base. Factor diferencial en esta Copa, en un Granca que solo cedió sobre la línea de meta y ante una plantilla de fábula. Un equipo al que le aguardan más triunfos y quizá también sonados fracasos, pero que pase lo que pase ya es leyenda.