¡Me duele España!
Conocido es el grito que el amor a su nación le arrancó a Unamuno en momentos críticos: “¡Me duele España!”.
A millones y millones de españoles nos duele España; nos duele el cáncer que la está devorando sin que por el momento los esfuerzos para hallar la vacuna que lo frene, esté dispuesta para su ensayo. El cáncer no es otro que la codicia de la casta insaciable y dañina. Y la vacuna, somos todos y cada uno de nosotros; los españoles que no queremos dejar de serlo víctimas de esta enfermedad, que por una razón u otra no terminamos de unirnos en torno a un proyecto ilusionante y con fuerza suficiente, que se enfrente al carcinoma aislándolo y extirpándolo de raíz. Pero, esa unión que demandamos no será posible si no aprendemos del pasado; si no soltamos lastre y si no nos ponemos al día ante la grave realidad del presente.
Hay historiadores, cuyo oficio no es otro, -cuando con objetividad lo desempeñan-, que contemplar el pasado y darnos cuenta veraz del mismo; hay periodistas que honran su profesión cuando nos relatan sin engaños el auténtico acontecer de cada día.
Yo no soy ni historiador, ni periodista, y mucho menos profeta, pero, sí soy un español que tiene conciencia de serlo, que no se ha refugiado de un modo egoísta en su propia celda, ni se ha retirado amargamente y entristecido para adormecerse en su hogar.
Por ello, soy de los que pienso y escribo, -tal y como veo el panorama callejero y los últimos acontecimientos políticos en Cataluña y Vascongadas-, que el pasado me alecciona, el presente me indigna y el futuro me inquieta y preocupa.
Del pasado me quedo, con idea de ser lo más objetivo posible y que tomen buena nota todos aquellos que por acción u omisión están colaborando con el suicidio colectivo, con lo siguiente:
Manuel Azaña, presidente de la II República, en plena Guerra Civil y, ante el comportamiento de los independentistas, se atrevió a dejar este mensaje: “Yo no he sido nunca lo que llaman españolista y patriotero, pero si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco”.
José María Gil Robles, abogado y político español militante de organizaciones políticas y sociales católicas, y monárquico antifranquista, escribía en The Universe del 22 de Julio de 1937, que los intereses del separatismo vasco estaban por encima de la Cristiandad, haciendo causa común con los comunistas, incendiarios de iglesias, asesinos de obispos, sacerdotes y religiosos y profanadores de cosas santas”.
Salvador de Madariaga, escritor español de ideología liberal, cuyos textos de mayor calado autobiográfico y político fueron “Las memorias de un federalista” (1967), manifestó de forma contundente: “¿Cómo va una generación a echar por la borda a las 30 o 40 generaciones que le han precedido…? Ni en el tiempo ni en el espacio puede admitir España un plebiscito sobre la nacionalidad”.
Don José Ortega y Gasset hizo el siguiente diagnóstico en el Congreso de los Diputados, el 13 de Mayo de 1935: “La solución del nacionalismo no es cuestión de una ley, ni de dos leyes, ni siquiera de un Estatuto. El nacionalismo requiere un alto tratamiento histórico. Los nacionalismos sólo pueden deprimirse cuando se envuelven en un gran movimiento ascensional de todo un país, cuando se crea un gran Estado, en el que van bien las cosas, en el que ilusiona embarcarse, porque la fortuna sopla en sus velas. Un Estado en decadencia fomenta los nacionalismos, un Estado en buena ventura, los desnutre y los reabsorbe”.
Del presente, y como fruto de los últimos 38 años y a pesar de que se nos diga que España está saliendo de la crisis cabe destacar: las vergonzosas cifras de desempleo; la corrupción política; la lenidad gubernamental con los criminales; la manipulación de nuestra Historia en los centros de enseñanza; la pérdida absoluta de valores morales; la telebasura y sus derivados; la pederastia con el negocio del sexo y la droga; la masificación de las cárceles; el desmadre nocturno del botellón y el pastilleo con decenas de jóvenes muertos por la droga y en fines de semana entre accidentes de tráfico y “ajustes de cuentas”; los crímenes pasionales; y una inseguridad ciudadana cuyas cotas ya se asemejan a las de Chicago cuando la Ley Seca.
Por tanto, con la unidad de España en peligro inminente; el desafío independentista con la propuesta de un plebiscito para proclamar un Estado catalán soberano; con la sociedad anestesiada; los complejos del PP y el desconcierto en el PSOE; y la irrupción en la escena política de la extrema izquierda, partidaria de abrir las cárceles para los terroristas, me obligan a temer que la amputación de España, -que ya era potencial en un Estado de autonomías políticas-, pueda estar próxima, y que esta amputación, que puede comenzar por Cataluña seguida de Vascongadas, sea un estímulo para el troceamiento y desgarramiento de la nación española.
Por este pasado ignorado y este presente, y por mucho que se quiera distraer nuestra atención con la multiplicidad informativa del Mundial de fútbol o de la coronación del Príncipe, lo cierto es que el dramatismo de los hechos se sobrepone, y la profunda desilusión de quienes esperaban otra cosa de esta democracia, dibuja el paisaje de un futuro desolador.
Pero no hay que arrojar la toalla. Hay que repetirlo una y mil veces hasta que cale en las conciencias de los buenos españoles. Repasemos el pasado y tomemos buena nota. Unámonos en un proyecto común bajo la misma bandera y por un sistema electoral de listas abiertas para votar por una persona y no por un partido; seleccionemos por su conducta a hombres y mujeres honrados y con sentido social que practiquen la política por y para el bien común y no como medio de lucro; trabajemos unidos para levantar empresas; luchemos por un rearme moral y por la creación de puestos de trabajo; acabemos radicalmente con las lacras sociales: corrupción, inmigración ilegal, narcotráfico y crimen organizado, y repartamos la riqueza con justicia entre todos los factores humanos que arriman el hombro en las empresas. Sólo así, acabaremos con los nacionalismos separatistas, salvaremos a nuestros hijos de las rutas suicidas, y les aseguraremos un futuro ilusionante y estable sin distanciamiento entre españoles.
Magistral como siempre. El análisis es demoledor tal y como nos tiene acostumbrados.
¡Enhorabuena! Y muchas gracias por su artículo.
Algo parecido a la reflexión de Azaña pienso de vez en cuando. Soy independentista catalán por una serie de motivos que no vienen al caso, pero nada tienen que ver con sentimientos, líneas en el mapa, trapos de colorines, ni de lo que hacéis referencia cuando habláis de España; entre el sentimiento de uno de vosotros y un patriota catalán es el mismo. Soy un ser completo en lugar de una extensión de un “algo” que sólo existen en la imaginación. En Cataluña hay básicamente dos fuerzas tractoras independentistas: – Las pragmáticas: Como es mi caso. – Las dogmáticas: Como… Leer más »
A mi me duele como nos llevan a la Guerra.
uno de los problemas son los corporativismos existentes, los grandes colectivos públicos tienen un poder inagotable, los caladeros de votos están blindados e ideológicamente claramente sesgados, Siempre que se intente algo común la barrera hemegonica de la izquierda resulta infranqueable, de hecho la derecha es inexistente ya que para sobrevivir a tal tiranía de las élites no queda otra que plegarse. El de esfuerzo conseguir una sociedad más justa sin tantas desigualdades entre las capas sociales. Por esto mismo un gran líder es lo que necesita España. Así es, nos duele España ya que cambiando el modelo territorial el judicial… Leer más »