Jodidos pero contentos
A través de las redes sociales, me llegan las imágenes de una pareja practicando el acto sexual en un andén del metro de Barcelona. La escena, grabada por un tuitero, recoge con deficiente calidad, pero con absoluta claridad, la aptitud de los españoles ante el espectáculo en que se ha convertido España. Alejados del “punto caliente”, mirando recelosos entre curiosidad y picardía, un espectador pasa delante mismo de la pareja ausente, aislado de la realidad que le roza, como si fuera un espíritu, y un grupo que camina en sentido contrario, decide pararse y mantener la distancia con los actores, entre risitas, para no perturbar, supongo, el animoso encuentro entre los amantes.
La reflexión que me inspira la escena me lleva a una conclusión: Esta es la España que tenemos, la que hemos configurado, la que nos identifica aunque algunos no lleguen a entenderlo, la que subyace en medio de tanto acto sin sentido, a la que nos ha llevado un procedimiento democrático fracasado desde sus inicios, y a la que se han sometido los españoles, ya desilusionados, al ver los efectos del sistema, aunque algunas vacas sagradas de la política, o del periodismo, se presenten como los heraldos del mismo.
Los cuatro ases de la baraja, Rajoy, Sánchez, Iglesias y Rivera, llevan varios meses practicando el sexo de la política, buscando pactos capaces de llegar a un acuerdo para elegir el “up and down” del trance. Y, a punto de entrar en mayo, todo parece indicar que resultará inevitable convocar nuevas elecciones para despejar las dudas sobre quien dirigirá la política española en los próximos cuatro años. Hay quien, apelando al gasto, considera una desfachatez la convocatoria, cuando España ha mostrado con creces que cuando se trata de gastos superfluos, somos un país solvente. Hay revanchas personales, odios viscerales y muchas ganas de enredar para justificar esta situación. Y desprecio, mucho desprecio a los españoles que suelen pagar con la misma moneda.
Ya dijo Fraga en alguna ocasión, que la política hace extraños compañeros de cama. El video al que me refiero al comienzo de este artículo -a estas horas habrá recorrido los smartphones de los adictos a la comunicación digital y habrá sido también trending topic en las redes- tiene varios componentes: los actores, los espectadores, el cámara… si fuera promocional de algún partido, por aquello del desafío hacia la normativa vigente y las buenas costumbres, ahora tan de moda, los protagonistas serían los practicantes, y el resto alcanzaría un papel menor, como de figurantes. Pero no. En este video, y aunque pueda parecer lo contrario, todos juegan un papel estelar lamentablemente, actores y espectadores, cuyo rol se limita, por desgracia, a la comparsa.
En el catre de la política española, los espectadores ponen, además de la pasta, el prestigio. España es cada día un país menos serio, y no ¡por Dios!, porque una pareja practique sexo en el banco de una estación del andén del metro de Barcelona, acto que no pasaría de ser un delito de escándalo público, y que se resolvería con una multa, sino porque los actores de la clase política viven para sí, menospreciando las consideraciones que una nación como España, que debería guardar y mantener el señorío, o sea, la esencia fraguada a lo largo de los siglos y que debería definir sobradamente nuestro carácter y nuestra personalidad.
No voy ahora a repetir el tópico de que si la derecha es esto y la izquierda es lo otro…pero alguien debería explicar a la sociedad española –y no se hasta qué punto a la sociedad española le interesa saber- qué motiva a la izquierda para sostener en los gobiernos municipales a grupos claramente rompedores de la armonía social y política, o por qué, en otras palabras, calla ante la presencia en el Parlamento Europeo, de un terrorista de ETA a quien tratan como si fuera un salvador de masas… El precio que la sociedad española ha pagado por esta democracia es muy elevado en vidas y en dinero, y el beneficio obtenido hacen de esta empresa un mal negocio, aunque los gurús que viven de esto mantengan lo contrario. Ajenos a lo que les rodea, los actores del video aparecen entregados a la tarea con gran afán, para qué negarlo, como los cuatro ases de la baraja política se aferran a la posibilidad de ser, cada uno, el elegido para ocupar La Moncloa y, alejados de lo que los españoles desean, siguen a lo suyo desoyendo al sentido común.
El comportamiento de los españoles, tanto en el video de Barcelona, como en el del espectáculo de la política española, es similar. Distantes de la gran bacanal, su presencia sirve para apoyar el acto, sin que una sola voz se levante para invocar al sentido común, sin que una sola persona exija el respeto mínimo para las personas.
De lo que pasa en España tienen la culpa los políticos y los españoles en general. La pícaras risitas, muestra de tímida impotencia, definen la incapacidad de los españoles para rebelarse contra el fantasma partitocrático. Estamos condenados socialmente a descender a posiciones de rescate si no tenemos el coraje, que en otro tiempo nos definió, para remediarlo pero no podemos culpar a nadie de nuestras discapacidades.