Contra el consenso y la “igualdad”
Cada día que pasa descubro a más gente que se jacta públicamente de su ignorancia, que se gloria vanamente de lo que no sabe, que desprecia lo que ignora y que, para más recochineo, reivindica su “derecho” a opinar, a hacer reflexiones, e incluso a hacerlo ex cátedra, pese a no tener información suficiente o ignorarlo todo acerca de lo que se esté hablando y añadirán aquello de: “¿supongo que nos serás tan “intolerante e irrespetuoso” como para negar que yo también tengo derecho a opinar, a ser tenido en cuenta, a ser escuchado? Porque mi opinión también es importante, y además tan respetable como la de cualquiera, ¿o no?”.
Me parece estupendo el “ejemplo” que ha puesto un “contertulio” de facebook respecto de que a la gente en las autoescuelas los enseñan a aprobar, a responder lo que los examinadores desean, y que la gente acaba aprendiéndose de memoria las respuestas que debe dar, dependiendo de cómo esté formulada cada pregunta del examen/test… Efectivamente, la gente por las autoescuelas y los aprueban sin tener ni puñetera idea de las normas de circulación, y sin saber (pues no se lo leen) el Código de Circulación. Y cuando la gente tiene el carné de conducir en el bolsillo aplica aquello de “allí donde fueres haz lo que vieres”… Lo cual implica que la mayoría de la gente está sometida –de forma inconsciente e irresponsable- a un enorme riesgo: el de ser sancionado por ignorancia, y el riesgo de hacer cosas incorrectas que perjudiquen a otros y a sí mismo.
El ejemplo me lo puso cuando intervine en un debate acerca las terribles consecuencias de la legislación española de divorcio, y acerca de la tremenda legión, multitud, de perjudicados por las leyes de divorcio y “de género”. Me decía mi interlocutor que no tenía interés ninguno en conocer el texto de la LVIOGEN, ley de “violencia de género” de 28 de diciembre de 2004, y que lo consideraba inútil, innecesario, y que le bastaba con su experiencia personal, la triste experiencia de haber pasado un tribunal de los de excepción, denominado de “violencia de género”, en el que se juzga exclusivamente a hombres, se les priva del derecho constitucional a la presunción de inocencia y se les castiga más duramente que a las mujeres en caso de incurrir en el mismo ilícito penal, y con la palabra de la mujer supuestamente violentada, maltratada, como única prueba.
Yo le indicaba que a lo sumo podía hablar de su experiencias personal, y nada más, puesto que quien no se molesta en leerlo, e ignora el texto de la LVIOGEN, ley de “violencia de género” de 28 de diciembre de 2004, poco o nada puede “opinar” salvo tontadas, dicho sin ánimo de ofender. Y le añadí que decir que quien ignora es un ignorante, no es un insulto.
Viene a cuento traer a colación una frase de un tal Albert Einstein, del cual supongo que habéis oído hablar: “todos somos ignorantes, pero no todos ignoramos las mismas cosas”.
También le indicaba a mi interlocutor que otra cuestión bien distinta es que algunos se sientan muy orgullosos de su ignorancia, y desprecien lo que no saben.
Y ya para terminar, le añadí que la ignorancia, que suele ir acompañada de la arrogancia, es muy peligrosa y osada… y generalmente conduce a hacer y decir insensateces.
En España, esa nación que los “modernos” de todo pelaje denominan “este país” para no molestar a los nacionalistas de las diversas taifas, se oyen (los modernos ya no utilizan el verbo “oír”, ahora se lleva lo de “escuchar”, vocablo que siempre ha significado en la lengua española “prestar atención” y nunca ha sido sinónimo de “oír”) un día sí, y el otro también frases que siempre que salen a colación, me dejan perplejo: “mi opinión también es importante, respetable… y quien diga lo contrario es un intolerante, un dogmático, y un reaccionario… tú lo que eres es un machista, estás contra la igualdad, contra la opinión de la mayoría, eres un…” y lindezas por el estilo.
Insisto, no salgo de mi asombro. No dejo de sorprenderme del grado de estupidez al que se ha llegado, y que nadie o casi nadie cuestiona; según parece la sandez, aparte de lo festivo, y la transgresión como complemento de la festividad, son sinónimos de modernidad, aparte de la omnipresente intimidación por parte de una especie de reaccionarismo igualitaro pseudoprogresista, acompañado de un enorme relativismo social, que frenan el esfuerzo y la meritocracia, motores ambos de la evolución individual y colectiva.
Es absolutamente increíble de qué manera se han ido instalando en nuestra sociedad ideas, corrientes de opinión, tan increíblemente estúpidas (fracaso de la inteligencia lo llama el filósofo José Antonio Marina) sin apenas habernos dado cuenta, hasta que han acabado tomando posesión de nuestras vidas y acabando por ser omnipresentes, abrumadoramente, siempre presentes en todas partes y en todo momento.
Afirma la filósofa Ayn Rand que los seres humanos no somos animales racionales, sino “potencialmente racionales”, es decir que podemos optar, elegir y mover nuestra voluntad para hacer uso de nuestra capacidad intelectiva, pensar y obrar de forma racional, o por el contrario renunciar a ello. Si hacemos uso de nuestro intelecto, podremos comprender el mundo que nos rodea, así como “nuestro mundo interior”. Este proceso está vinculado al conocimiento de la Naturaleza de las cosas y la capacidad de involucrar la Conciencia en los actos que llevamos a cabo en nuestra vida cotidiana, y conduce a crecer como personas, madurar, generar buenos hábitos.
Hay un estudio sobre los tontos y la tontería, de Tomás de Aquino, en el que, entre otras muchas cuestiones menciona que además de la parálisis, el estupor (de ahí la expresión “estúpido”) existe otro factor importante en la caracterización de la tontería: la falta de sensibilidad: y diferencia entre estulto y fatuo, dice que la estulticia comporta embotamiento del corazón y hace obtusa la inteligencia (“stultitia importat hebetudinem cordis et obtusionem sensuum”).
Por el contrario, la fatuidad es la total ausencia de juicio (el estulto tiene juicio pero lo tiene embotado…). De ahí que la estulticia sea contraria a la sensibilidad de quien sabe: sabio (sapiens) se dice por saber (/sabor): así como el gusto discierne los sabores el sabio discierne y saborea las cosas y sus causas: a lo obtuso se opone la sutileza y la perspicacia de quien sabe, de quien es capaz de saborear.
La metáfora del gusto, de la sensibilidad en el gusto como ejemplo, y referente, para quien sabe saborear la realidad encierra una de las principales tesis de Tomás de Aquino sobre la tontería. Hasta tal punto que llega a considerar que, frente a la creencia general de que la felicidad está en la posesión de dinero y bienes materiales, como afirma la legión de estultos que, saben sólo de bienes corporales, que el dinero puede comprar; el juicio sobre el bien humano no lo debemos tomar de los estultos sino de los sabios, lo mismo que en cosas de sabor preguntamos a quienes tienen paladar sensible.
Prosigue Tomás de Aquino afirmando que se trata siempre de una percepción de la realidad: lo que de hecho es amargo o dulce, parece amargo o dulce para quienes poseen una buena disposición de gusto, pero no para aquéllos que tienen el gusto deformado. Cada cual se deleita en lo que ama: a los que padecen de fiebre se les corrompe el gusto y no encuentran dulces cosas que en verdad lo son…
También es importante otra característica que nos señala Tomás de Aquino acerca del insipiente: creer que todos tienen -y son de- su condición.
Otra cuestión de la que nos advierte Tomás de Aquino es la de que entre las causas morales de la percepción de la realidad, destaca la buena voluntad que es como una luz, mientras la mala voluntad sumerge a uno en las tinieblas del prejuicio.
Por supuesto, en su análisis de los tontos y la tontería, Tomás de Aquino nos habla de que hay grados de tontería y de tontos; igual que hay grados de inteligencia y de personas inteligentes.
En esta misma dirección, Carlo Cipolla (Alegro ma non troppo) nos dice que en la sociedad predominan cuatro tipos de individuos:
Inteligentes: benefician a los demás y a sí mismos.
Desgraciados o incautos: benefician a los demás y se perjudican a sí mismos.
Bandidos o malvados: perjudican a los demás y se benefician a sí mismos.
Estúpidos: perjudican a los demás y a sí mismos.
También formuló lo que el denominaba leyes fundamentales de la estupidez:
Siempre e inevitablemente cualquiera de nosotros subestima el número de individuos estúpidos en circulación.
La probabilidad de que una persona dada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica propia de dicha persona.
Una persona es estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener ella ganancia personal alguna, o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso.
Las personas no-estúpidas siempre subestiman el potencial dañino de la gente estúpida; constantemente olvidan que en cualquier momento, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia, asociarse con individuos estúpidos constituye invariablemente un error costoso.
Una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir.
Dirán que a cuento de qué hablar tanto de la estupidez y de los “teóricos” de la estupidez, (nada más lejos de mis intenciones que hacer un “elogio/encomio a la estulticia” a la manera de Erasmo de Rótterdam) pues muy sencillo, todo lo que ellos nombran son características definidoras de la triste, tristísima realidad española.
Tras ese recorrido un tanto inquietante sobre los tontos y la tontería, terminaré recogiendo brevemente las indicaciones que Tomás de Aquino da acerca de los remedios contra las tonterías (propias o ajenas).
Primero, hay que recordar que entre las obras de misericordia, las más importantes, las siete “limosnas espirituales”, tres guardan relación más o menos directa con el asunto que nos ocupa: soportar a los molestos (“portare onerosos et graves”), enseñar al que no sabe (“docere ignorantem”) y dar buen consejo al que lo ha menester (“consulere dubitanti”).
¡Ah, se me olvidaba! Tomás de Aquino también menciona a un tipo de tonto: el idiota. Siempre atento a los orígenes de los nombres, Tomás de Aquino hace notar que idiota, propiamente significa aquel que sólo conoce su lengua materna. Pues “eso”.
Totalmente de acuerdo, hace mucho tiempo que en España todo vale, y tanto vale un burro como un gran profesor que decía el tango. Que triste es todo esto, en mi vejez tener que convivir con tanta estúpidez