Falsos paralímpicos: Ganaron el oro en básquetbol, pero sólo tenían dos “discapacitados”
Federico Cornali.- En la previa de los Juegos Paralímpicos de Sidney 2000, España estaba contada entre las grandes candidatas a quedarse con la medalla dorada en básquetbol. Por eso no sorprendió demasiado cuando, promediando el partido del debut ante China, los ibéricos ya ganaban por más de 30 puntos de diferencia.
En el estadio, los europeos demostraban su jerarquía y hacían disfrutar a los presentes. Sin embargo, el entrenador de los vencedores caminaba de un lado a otro, nervioso. “Vamos ganando de 30, chavales, bajen un poco el ritmo que nos van a descubrir”, le dijo a sus dirigidos el míster apenas logró reunirlos en uno de sus tiempos muertos. Entendía que lo que estaba en juego era mucho más que un partido.
Aunque arrasaron en su camino hasta la medalla dorada, ganando con buenos márgenes casi todos los partidos, nadie sospechó de irregularidades dentro del equipo español porque, básicamente, ese tipo de “maniobras” parecían intolerables dentro del deporte paralímpico y no era lógico que entrenadores, dirigentes y atletas quisieran cargar con las consecuencias de infringir reglas tan absolutas, que se basan, sobre todo, en el respeto, en el mero hecho de otorgar una oportunidad de desarrollo a quienes menos tienen.
Antes de llegar a Sidney, España había ganado la Copa Ibérica derrotando a Portugal por más de 50 puntos, en 1998. Un año después, se consagró campeón de Europa y del Mundo. En el poderoso equipo estaba el periodista Carlos Ribagorda, que en aquellos momentos trabajaba en la revista Capital. Fue él quien poco después de regresar de Australia decidió destapar la olla. En la selección campeona de los Juegos Olímpicos sólo jugaban dos disminuidos psíquicos. El resto, eran todos como Carlos.
Según Ribagorda, el fin de infiltrarse en aquel equipo era demostrar lo muy comunes que son este tipo de prácticas, que se llevan a cabo desde la Copa del Mundo de Brasil, en1988. Los controles eran escasos. Tal es así que al periodista-basquetbolista jamás le pidieron ningún comprobante de su “discapacidad”. “Cuando llegamos a Sidney, el coordinador nos pidió que rellenemos las fichas personales con lentitud”. Para no levantar sospechas, debían fingir dificultad para realizar las tareas más sencillas.
España entera los victoreó por el oro y hasta fueron visitados por la infanta Elena, que los felicitó sin saber que allí había gato encerrado (más bien un tigre). Apenas regresaron a casa, los organizadores mandaron a los “reales discapacitados” a descender en primer lugar del avión, mientras que los demás salieron casi sin hacer ruido, “disfrazados” con anteojos y gorras.
Un periódico llegó a publicar sus sospechas, pero enseguida fueron desmentidas en conferencia de prensa por los miembros de la delegación, que mostraron los certificados de discapacidad. Seguramente habrán respirado aliviados tras esa prueba de “transparencia”. Pero, como bien sabemos, la mentira tiene patas cortas y aquí no se dio la excepción. Ribagorda tenía el as bajo la manga y, junto a sus editores de Capital, publicó la noticia-bomba que en unos pocos minutos dio la vuelta al mundo. “Falsos paralímpicos”, podía leerse en las portadas de los periódicos del día siguiente.
Enseguida, el humillado Comité Paralímpico Internacional levantó una investigación y elevó un juicio contra todos los jugadores españoles, los entrenadores y Fernando Martín, presidente de la Federación de Discapacitados Intelectuales. Además de la enorme mancha que recayó sobre el deporte español, los integrantes de la plantilla debieron devolver sus medallas.
Varios años después, en 2013, el juicio llegó a su fin. Por un acuerdo entre los abogados de ambas partes, se le retiraron las acusaciones a casi todos los imputados. Fernando Martín Vicente, impulsor del “gran fraude” -porque “sin apoyo económico no se sobrevive”-, debió hacerse cargo de una multa de 5.000 euros y de devolver los 140.000 que habían obtenido por el título.
Sin dudas, el sacrificio del periodista Ribagorda recogió sus frutos. Tras aquel escándalo, los controles para los atletas paralímpicos se perfeccionaron, en lo que vendría a ser como un pedido de disculpas por tamaña falta de respeto, por tanta irresponsabilidad. Irrisorio, sin embargo, parece el castigo impuesto a Fernando Martín, que pagó lo que para él es “un vuelto” y se retiró en su auto de lujo, custodiado por su tropa de guardaespaldas, sin escarmentar.
Vaya tramposos ya se parecen en algo al bar$a de futbol! jajaja..