El arzobispo Ganswein y el Papa de dos cabezas
Chris Jackson.- Benedicto XVI es Papa, o no lo es. Lo mismo sucede con Francisco. Benedicto no tiene en absoluto autoridad o poder para abdicar “parte” del papado y tercerizar el resto a otro. Sin embargo, el arzobispo Ganswein dice que “el ministerio papal no es el mismo de antes” y que Benedicto XVI lo ha “transformado de manera profunda y perdurable”.
Edward Pentin, del National Catholic Register, informó que el 20 de mayo, en la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, hablando durante la presentación de un nuevo libro sobre el pontificado de Benedicto, el Arzobispo Gänswein dijo que el papa Francisco y Benedicto no son dos Papas “compitiendo” ente sí, sino que representan un Oficio Petrino “expandido” con un “miembro activo” y uno “contemplativo”.
El Arzobispo Gänswein, quien cumple un doble rol como secretario personal del Papa Emérito y como prefecto de la Casa Pontificia, dijo que Benedicto no abandonó el papado como hizo el papa Celestino V en el siglo XIII, sino que buscó continuar su Oficio Petrino de una manera más apropiada a su fragilidad.
“Por lo tanto, desde el 11 de febrero del 2013, el ministerio papal no es el mismo de antes”, dijo. “Es y permanece como base de la Iglesia Católica; pero sin embargo es un base que Benedicto XVI ha transformado de manera profunda y perdurable con su pontificado excepcional”.
Considerando las palabras en latín “munus petrinum” — “ministerio Petrino” — Gänswein señaló que la palabra “munus” tiene significados varios, como “servicio, deber, guía o don”. Dijo que “antes y después de su renuncia” Benedicto vio su tarea como una “participación en un ‘ministerio Petrino’ de ese tipo.
“Dejó el trono papal pero aún con el paso que dio el 11 de febrero del 2013 no abandonó su ministerio,” explicó Gänswein, algo “casi imposible tras su aceptación irrevocable del oficio en abril del 2005”.
Remarcó entonces que desde la elección de Francisco, no hay “dos Papas, sino un ministerio expandido de facto — con un miembro activo y un miembro contemplativo.” Agregó que es por eso que Benedicto XVI no “abandonó su nombre”, a diferencia del papa Celestino V que retomó su nombre como Pietro da Marrone, “ni la sotana blanca”.
“Por lo tanto, no se retiró al aislamiento de un monasterio sino que permanece en el Vaticano — como si sólo hubiera dado un paso al costado para dar lugar a su sucesor y a una nueva etapa en la historia del papado.” Con este paso, dijo, se ha enriquecido el papado con “sus oraciones y su compasión dentro de los jardines Vaticanos”.
Sin importar cuánto quiera engañarse a sí mismo el Arzobizpo Ganswein, Cristo no construyó Su Iglesia sobre un “ministerio” o un “oficio”. Él eligió construir la Iglesia sobre un hombre, Pedro. Creo que hasta ahora, ningún escritor católico de la historia ha tenido que señalar que Pedro era un solo ser humano. Sin embargo, este es el grado de alejamiento de la realidad con el que estamos lidiando en nuestros tiempos.
El clero actual, instruido en las fantasiosas filosofías modernas, ve la realidad como algo subjetivo con lo que se puede jugar. La enseñanza completa de la Iglesia es como un enorme arenero lingüístico donde jugar. Al reinterpretar el significado de las palabras, estos hombres se ganaron la vida creando un mundo teológico falso que no tiene existencia salvo en sus propias mentes. Por lo tanto, no es exagerado decir que el estado intelectual de estos hombres imita una enfermedad mental.
Si lo que dice Ganswein es cierto, entonces Benedicto XVI cree tener el poder de cambiar fundamentalmente lo que Cristo asentó, como si el papado fuera su propio juguete. Lo que asusta verdaderamente es que cualquiera podría tomar esta transformación seriamente. El papado es el Papa y el Papa es el papado. El papado no es un trabajo que puede separarse en dos grupos de tareas a ser realizadas por dos personas. Antes bien, es una institución inseparablemente unida a un sólo individuo por vez.
Entonces, Benedicto XVI es Papa, o no lo es. Lo mismo sucede con Francisco. Benedicto no tiene en absoluto autoridad o poder para abdicar “parte” del papado y tercerizar el resto a otro. Sin embargo Ganswein dice que ““el ministerio papal no es el mismo de antes” y que Benedicto XVI lo ha “transformado de manera profunda y perdurable”. ¿Nos toma por tontos? Nadie, ni siquiera un Papa, puede cambiar o alterar un ápice de lo que Cristo estableció.
Admitir lo contrario es aceptar el absurdo de que durante 2000 años ha estado siempre latente la posibilidad de que múltiples individuos sean “miembros” del papado. ¿Es esta otra nueva doctrina más descubierta en el entramado de la mente de Benedicto durante el año 2013? De todas formas, no es cierto. Es una falsa irrealidad. Sin embargo, ahora vivimos una situación aterradora en la que nuestros propios prelados ya no están sujetos a la razón o al sentido común, mucho menos a la doctrina católica. Que el secretario personal de Benedicto XVI se sienta cómodo afirmando públicamente y con orgullo esta aberrante deformación del papado es señal clara de que la crisis en la Iglesia está alcanzando un punto álgido.
Como católicos tradicionales, parecemos estar viendo a gran parte de la jerarquía y a nuestros hermanos neocatólicos distanciarse más allá de un mero desacuerdo con la Tradición, hacia un mundo de fantasía en el que la Tradición, el sentido común, y la propia lógica son expulsados por la alucinación y la ilusión. En verdad se dirigen hacia un mundo al que ya no podemos seguirlos o esperamos alcanzar. Como dijo el Dr. John Senior, “No es que hayan cometido un error; ellos han abandonado la inteligencia.”
Por lo tanto, mientras la Iglesia Conciliar continua planteando esta objetable y novedosa propuesta como si fuera seria, y mientras los neocatólicos comienzan a escribir sus tomos en defensa sofística de esta irrealidad, nosotros quedamos como el hombre al que se refirió el Dr. Senior: “el pobre funcionario perdido en el mundo inventado de 1984.” Como dijo Orwell:
“Era como si una inmensa fuerza empezara a aplastarle a uno, algo que iba penetrando en el cráneo, golpeaba el cerebro por dentro, le aterrorizaba a uno y llegaba casi a persuadirle que era de noche cuando era de día. Al final, el Partido anunciaría que dos y dos son cinco y habría que creerlo. Era inevitable que llegara algún día al dos y dos son cinco. La lógica de su posición lo exigía. Su filosofía negaba no sólo la validez de la experiencia, sino que existiera la realidad externa. La mayor de las herejías era el sentido común.
El Partido os decía que negaseis la evidencia de vuestros ojos y oídos. Ésta era su orden esencial. Y, sin embargo, era él quien tenía razón. Los otros estaban equivocados y él no. Había que defender lo evidente. El mundo sólido existe y sus leyes no cambian. Las piedras son duras, el agua moja, los objetos faltos de apoyo caen en dirección al centro de la Tierra. Con la sensación de que anotaba un importante axioma, escribió: “La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados”.
La negación de la realidad es, a título personal, síntoma de locura; la desfiguración de la realidad es, de cara a la galería, síntoma de mentira. A pesar de que se me acuse de “protestante” (que no soy), lo cierto es que la institución del papado se basa en una interpretación particular, limitada e interesada de los evangelios, por ejemplo Mt. 16:18: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia…” Una interpretación que saca de contexto la conversación inmediatamente anterior: “Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón… Leer más »