La faena de la Policía en Las Ventas: mucho más que la seguridad
La Policía manda en Las Ventas. No solo porque sea la encargada de garantizar la seguridad de toreros, cuadrillas y público, sino porque es la fedataria de todo lo que ocurre en el coso y en sus intramuros y porque, para gusto o disgusto de la afición, tiene en sus manos premiar la faena.
Justo Polo, inspector jefe de Policía, ejerce cada cinco días ese poder. Siete años de delegado gubernativo y cuatro de presidente de los festejos taurinos en la madrileña plaza de Las Ventas le avalan para explicar a Efe una función altruista, no remunerada y puramente vocacional que, aún para un buen aficionado, no es fácil ejercer.
“Me encuentro suficientemente pagado con ocupar el palco de la primera plaza del mundo”, asegura orgulloso Polo antes de aseverar que las decisiones que toma son totalmente objetivas, sin olvidar la “sensibilidad” imprescindible en el desarrollo de su función.
Ser presidente de una corrida -cargo que el Reglamento taurino de la Comunidad de Madrid encomienda a un funcionario de Policía de las escalas superior o ejecutiva- no se limita a sentarse en el palco, sacar el pañuelo para que cambie el tercio, levantarse al saludo del diestro u otorgar orejas y rabos. Por cierto, que en Las Ventas no se prodigan mucho estas recompensas.
Cuarenta y ocho horas antes de que el toque de clarines dé paso al primer toro de la tarde, la faena del presidente ya ha comenzado. Efe ha seguido a Polo para comprobar cuál es su misión en una feria, la de San Isidro, que se enorgullece de ser la más importante del mundo.
Mientras hacemos el “paseíllo”, Polo cuenta que la División de Formación y Perfeccionamiento de la Policía imparte cursos de formación para los interesados en ser delegados gubernativos o presidentes. Treinta funcionarios asistieron a uno de los últimos a finales de abril.
Durante cuatro días, los aspirantes, que tendrán que superar el curso, son formados en reglamentación, morfología de los toros, lesiones, encastes o seguridad, entre otras muchas nociones. Luego, el reciclaje es continuo.
Y con todas esas pruebas ya superadas, Justo Polo -apoyado por un delegado gubernativo y otros dos auxiliares y un equipo de tres veterinarios- comienza 48 horas antes de la corrida su labor con el pesaje y reconocimiento de los toros y la comprobación de que su transporte ha cumplido los requisitos.
Ocho toros -luego serán seis los que salgan al ruedo- están ya dispuestos para volver a ser examinados en los espacios habilitados de la plaza. Pero esta vez, el reconocimiento se lleva a cabo en la mañana del día de la corrida.
Allí, y ante la presencia también de los apoderados, se seleccionan los seis que serán finalmente lidiados y se eligen los dos sobreros a disposición del presidente. Generalmente, se llega a un acuerdo. Si no, el voto de calidad del presidente manda.
Los seis toros se ordenan en lotes de dos y después se sortean para cada torero. A mediodía, todo este trámite debe estar concluido y los diestros haber cobrado.
Pero antes, se habrán supervisado las banderillas, las puyas de los picadores (ambos efectos, sellados), los petos de sus caballos y, en el caso de las corridas de rejoneo, los rejones y las farpas. Se trata de comprobar si tienen el filo correcto y las medidas reglamentarias. Todo ello bajo la supervisión de delegados y presidente, o sea, de la Policía.
No se suele dar el caso, pero si el presidente tiene la menor sospecha de que los cuernos del toro han sido manipulados (“sobado” o “afeitado” en el argot), enviará “postmortem” las astas al laboratorio “ad hoc” de la Policía en el complejo de Canillas para su análisis. Allí llegarán en una caja herméticamente cerrada y escoltada por una cadena de custodia que no podrá romperse.
Se acerca la hora del espectáculo y el presidente acudirá a desear a los diestros suerte -la palabra más oída en el coso desde primera hora de la mañana- antes de sentarse en su palco, donde tiene a mano un teléfono para cualquier incidencia y los pañuelos correspondientes para ordenar el cambio de tercio u otorgar las orejas.