La mano amputada de un joven sirio, símbolo de la brutalidad del Estado Islámico
Los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) fueron expulsados hace siete meses de la localidad siria de Al Hol, pero para Bashar Qasem, de 16 años, la mano que le cortaron los extremistas es un recuerdo imborrable de su crueldad.
El año pasado, “un miembro del EI me acusó de haber robado un celular”, explica a la AFP este adolescente en la modesta casa donde vive con su madre, su hermano y sus dos hermanas.
Todo empezó a la entrada de Al Hol, una localidad polvorienta de casas de cemento en el noreste de Siria, cuando los yihadistas lo pararon en un control.
“Aunque dije que yo no había robado nada, me golpearon tantas veces que finalmente ‘confesé’, incluso si nunca lo robé”, recuerda este muchacho moreno de pobladas cejas.
Los yihadistas lo trasladaron entonces a Shadade, a más de 80 kilómetros de Al Hol, donde permaneció “preso durante 40 días”.
“Había en prisión niños de nueve o diez años. Algunos fueron detenidos por vender cigarrillos”, prohibidos por el EI que aplica una interpretación rigorista del islam.
A continuación, los extremistas llevaron a Bashar a una localidad cerca de Shadade con los ojos vendados. Al llegar, “cuando vi a varias personas alrededor de mí esperando mi suplicio, pensé que iban a decapitarme”, explica. “Bromeaban como si se tratara de un acontecimiento sin importancia”.
“Me drogaron y cuando me desperté en el hospital, tenía la mano derecha amputada”, aseguró, antes de retirarse un doble vendaje para mostrar su muñón.
‘Mejor’ la decapitación
Actualmente, Bashar se siente “incompleto” y prefiere no pensar en la escuela. “Habría preferido la decapitación. No sé escribir con la mano izquierda. Entonces, ¿para qué sirve ir a clase?”.
El adolescente, cuyo padre abandonó el hogar cuando él tenía seis años, trabajó ocasionalmente en una pescadería y en el mercado de verduras para ayudar a su familia, antes de su mutilación. “Pero hoy no puedo ni ayudarme a mí mismo”.
Su madre Asya, una mujer menuda y morena con el rostro lleno de arrugas, lo mira con tristeza. “Durante dos días, negaba la realidad. Después, cuando lo vi, me volví loca”, dijo esta mujer tocada con un velo. “¿Qué ha hecho él para merecer esto?”.
En Al Hol, las personas son tan pobres, que “vendían tabaco a escondidas”, explica el joven. En la prisión, donde estaba encarcelado, dos menores fueron azotados tras ser acusados de confiarse a este tráfico.
“Cuando traían a una mujer para interrogarla, escuchábamos como le pegaban y sus gritos”, recuerda este adolescente.
El EI obligó incluso una vez a Bashar y a los otros menores a asistir a la decapitación de un hombre, detenido por tener en su posesión un celular que contenía canciones. “Se desangró durante dos horas”, explica Bashar.
Los yihadistas “nos decían: ‘Tenéis que apoyar al EI (…) Tenéis que decapitar a los infieles y, si caéis en combate, iréis al paraíso'”, asegura.
En noviembre, las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una coalición de combatientes kurdos y árabes apoyada por Estados Unidos, expulsaron al EI de Al Hol, iniciando una serie de éxitos frente al grupo yihadista que pierde terreno tanto en Siria como en Irak.