Vuelva usted mañana, gilipollas
En este país, llamado España, que se dice estado de derecho por algunas mentes privilegiadas, se puede malversar, se puede prevaricar, puede uno llevárselo calentito, crudo, o en adobo, se pueden hacer toda clase de maravillas y tropelías imaginativas, que se lo pregunten al Marjaliza, o al Granados, o a los excelentísimos Chaves, o Griñan, pero –¡ay, hijo!- lo que no se puede es fumar, ni ser respetado, ni tan siquiera tenido en cuenta, por el funcionario de turno, que calienta su asiento, con el culito gozoso, de por vida –que ahí no hay reforma laboral- hasta que se va de café, vermut, o de lo que fuere; o se pasa un poco, a darle cháchara a su primo el de la gestoría de al lado.
No nos dan ninguna credibilidad, no somos nadie, por mayores que seamos, por cualificación que tengamos, por documentos notariales que aportemos, ni por pólizas que peguemos en las cristaleras, en plan esquizoide, o por aspavientos que podamos hacer. Les zumba la pandereta, y bien que les zumba a los mindundis que pueblan las ventanillas, en las que ellos están sentadicos, en camisa de manga corta, porque no merecemos corbata, y el estúpido contribuyente, de pie, e incluso doblado hacia delante, oferente, como poniendo el cuello a la segur, mientras el artista se anda en las nariz, como si bastantease. ¿Por qué no ponen reclinatorios que sería más sugerente?
No hay manera de que –como lo de la jodienda- se enmiende lo que decía Larra, que nos dejó ya en 1837, hace nada menos que 175 años de vellón, “vuelva usted mañana, gilipollas”. Ahora siguen siendo hasta quince días, o más. Hemos mejorado mucho. Se fían de lo que certifique otro mindundi de su pelaje espeso, aunque sea autonómico, pero a los que pasamos por notario, pagando, y vivimos de nuestros conocimientos jurídicos, nada de nada. ¡Que te vean fumar, y la cagas! Pedir escritos al respecto, es inútil. No se mojan ni queriendo. Astutos, erectos, de pelaje duro.
Para ordeñarnos, como a las cabras, no tienen ningún reparo, ni les importa si olemos bien o mal. Se agarran a los pezones, o a los algoritmos, y hale, majo, a chupar que son dos días, o a la sala de despiece, si no das más. ¿Cuándo se van a enterar de que eso no es humano, ni tan siquiera estimulante, sino que crea enemigos juramentados, y odio africano? ¿Por qué no nos dejan delinquir, como a otros, honorables ellos, que se lo llevan a Andorra, y no pasa nada?
Tenemos derecho, como ciudadanos libres -que dicen que somos- a asumir nuestras responsabilidades, y nuestros errores, como hacía el Roldan, a quién nadie le pedía un certificado de nada, y que si lo llega a hacer discretamente –zorramente- con un poco de cabeza, digo, y deja en paz a los huérfanos y a las viudas desasistidas, ahora estaría sentando doctrina, en competencia con el tribunal Supremo, y en calzoncillos. Seguro. Mira al Rodríguez, al orate, al que no hay mecanismo jurídico que le incapacite.
Pues no, mucho combatir la violencia doméstica, sin conseguir domesticarla, porque no identifican el problema con la educación encursilecida, y jibarizada, y mucho fiar en los palitos, y erinas, andándonos en las vísceras sangrantes, mucho velar porque no se fume hasta estar en la calle, pero el maltrato administrativo, del machofeminismo funcionarial, sin ilustrar, no cesa. Es auténtico desprecio lo que sienten. Asco. Prefiero robots, con voz metálica, a los que, al menos, podríamos escupir, mientras caemos al suelo de un tortazo no intencionado, e irrecurrible por vía administrativa.
Cuanta razón tiene don Pelayo. Cuanta razón.