¡La que nos espera!
Parece una consigna – en tiempos electorales- insistir en el “o conmigo o sin mí” con el que parece que don Mariano Rajoy ha puesto contra las cuerdas a los españoles. Las cosas están, gusten o no, donde él quería, aunque algunos le daban por acabado. La baza del miedo, que parece que ha sido su estrategia, ha funcionado lo suficiente para que el día 26, muchos españoles que no pensaban votar se acerquen a las urnas; y otros muchos que pensaban “castigar” al Partido Popular, votando a otros partidos moderados, reconsideren su opción ante el peligro de que este cursi de la coleta pueda mangonear la política española. O sa, como dicen los jóvenes, que don Mariano ha pasado de ser cadáver político a ser árbitro de una situación que mantiene a los españoles entre dudas, en un escenario que algunos imaginan tenebroso y lleno de peligros, y otros no quieren ni imaginar.
Colaboran en este ambiente las encuestas que, al menos las que se hacen públicas, son como esos augurios que luego no se cumplen, pero que sirven para despertar conciencias y templar los nervios y, como no podía ser de otra manera, también los especialistas en alertar, en crear estados de opinión y en tratar de influir según la conveniencia del momento.
Pero es cierto que hay como una consigna que trata de concienciar a aquellos que, hartos de este ejercicio de las urnas, se acomodan en el sillón y soportan el castigo de las televisiones en una tarde de domingo sin otra pretensión que dejar que la Divina Providencia elija lo mejor. Algunos lo llaman destino.
Sostengo que aquí, milagros al margen, hay dos grandes bloques que durante décadas han centrifugado la actividad política, marginando al resto de los partidos en muchos casos y mermando la capacidad de influencia de éstos. En los últimos tiempos, y debido a la corrupción, los grupos mediáticos han dado la gran batalla para romper la alternancia entre estas dos formaciones políticas. Cuando la Transición estaba en pleno desarrollo, el miedo a las imposiciones de los nacionalistas invitaba al sentido común a cerrar filas en torno a los dos partidos mayoritarios. Ahora, desde los editoriales y los artículos de opinión de los grandes medios, parece que se busca todo lo contrario. O sea, volver al escenario de aquellos primeros años para que la “horquilla parlamentaria” (siempre me ha parecido cursi y ridícula esta expresión de los periodistas), tenga los colores del arco iris, es decir, represente más y diferentes opciones.
Ahora hay como una especie de consigna por la que desde varios sectores se trata de llamar la atención del votante para que no se la juegue, para que no nos la juguemos. Tal vez Rajoy no es la mejor opción para evitar sorpresas. Incluso se podría aceptar que no es buena opción. Pero probablemente sea lo menos malo de lo mucho malo que hay.
Votar a Rajoy es como leer el consentimiento informado que te presenta el cirujano. Es dar consentimiento a un folio lleno de amenazas por las dos caras que, al interpretado al pie de la letra, asumes que te vas a quedar lelo perdido y encima es culpa tuya. Porque atrás quedan los cuatro años inacabados, las promesas incumplidas, el castigo fiscal de Montoro, las más que dudosas medidas económicas, la ley del Aborto que nunca se hizo y la ley de la Memoria Histórica que nunca pareció existir para el gobierno presidido por don Mariano Rajoy, pero que ha hecho mucho daño en la sociedad española y no porque no sea cristiano descubrir y recuperar los muertos de la Guerra Civil, aún no localizados, sino porque los muertos no sólo pertenecen a un bando, que es lo que esta ley representa, y de lo que ya he escrito en otras ocasiones. Los españoles habían vivido durante setenta años sin la ley que aprobó el inútil de Rodríguez Zapatero y no les hacía falta volver a dividirse y a exponer viejos rencores. Rajoy es culpable de no haber derogado la dichosa Ley y haber permitido, en su mandato absoluto, que siguieran creciendo las diferencias, los rencores y el odio.
Aunque sigo pensando que quienes deciden en los comicios electorales son los indecisos, la cuestión ahora es que el Partido Popular necesita recuperar votos de su propia cantera y de las afines. Es decir, atraer hacia su candidatura el voto de una derecha dispersa, fragmentada y recelosa ante la decepcionante política llevada a cabo por Rajoy y sus colaboradores y no es una tarea fácil. El resonante triunfo del Partido Popular del 2011 contó con votos populares y contiguos, además de otros muchos que, hartos de la política de Rodríguez Zapatero, y ante el desafío de una crisis que se aproximaba como un ciclón, pensaron en la capacidad de gestión de los populares para resolver todas las amenazas. No voy a repetir lo que tantas veces he escrito sobre lo que se esperaba de Rajoy y su equipo. Muchos de aquellos apoyos han ido cayéndose del árbol popular como si el otoño se hubiera perpetuado en sus sedes, ante la desdeñosa aptitud de los mandamases.
La realidad ahora es que, en el panorama político, hay dos opciones: o Rajoy o Podemos. Una dualidad que según los analistas, propició el propio Mariano Rajoy consciente de que con ella, acabaría con la amenaza socialista al tiempo que abortaría, una vez más, otra opción de centro diferente a la suya: la de Rivera y su grupo Ciudadanos. Y los electores tendrán que elegir entre Rajoy, para quien no existe otra tarea que la económica, aunque sus resultados sean discutibles, cuando la vertebración social de una Nación necesita también reformas sociales, o a Podemos para quien la política del cambio consiste en profundas reformas sociales, económicas y políticas alejadas de la necesidad actual de los españoles y cuyo éxito se puede ver, por ejemplo, en Venezuela. No es alarmismo, es pura realidad. Así que difícil tarea para los españoles el próximo domingo. No quiero ni pensar lo que nos espera.