Un cabestro valenciano. Un maestro segoviano
El que se dice Vicente Belenguer Santos, que se autoproclama maestro, sin pasar de cabestro para vergüenza y oprobio de tantos, y tantos docentes honrados, honestos, y morigerados, ha dejado testimonio para la historia, de su pelaje, condición, y rastrerísmo de rata. ¿Hay alguna fiscal general en la sala, o un ministerio fiscal que se precie, que nos defienda, con el código penal en la mano, o he oído mal y tan sólo hay dulzura empalagosa? Ahora, o nunca, amigos. Hay que abrir una vereda jurídica en esta materia, una trocha, que termine con los cobardes. Estamos ofendidos todos los españoles bien nacidos. La grandísima mayoría. O cortáis por lo sano –amputáis- esta podredumbre que huele que se mata, o seguiréis andando por las ramas, ángeles santos, y vendrán días de gloria para la injusticia. Los votos están esperando a una tercería de mejor dominio.
Adoro a Sepúlveda, a los sepulvedanos, y a la virgen de la Peña, su excelsa patrona, en cuyos brazos, acogedores y piadosos, me imagino ahora, con absoluta certeza, como lo hiciera Miguel Ángel con el de Cristo, el cuerpo yacente del joven y auténtico maestro Víctor Barrio, que desde el diez de julio de 2016, vive para siempre bajo su manto.
Aseguro desde aquí, que también bajo el de la virgen del Henar de Cuellar, el de la Fuencisla de Segovia, el de la del Pinar de Cantalejo, como canta la jota segoviana de mi juventud, y añado, sin equivocarme, que en compañía de san Frutos, san Valentín, y santa Engracia, y de tantos y tantos bienaventurados, e invocaciones marianas de esa fecunda tierra española. Epicentro en el que vino al mundo Víctor, a pocos tiros de honda de esa ermita, de esos paisanos, y de esos asados, que son los mismos que se comen en el cielo, porque no se despacha más. Se crían en la sierra de Ayllón con esparceta, que mira por donde es fatal para los cerdos. Así, como lo oyen, los matan. ¡Si sabrá la esparceta, lo que hace!
Una vocación tardía, parece ser, pero real y efectiva, que le ha llevado a enfrentarse, con 29 años, a los 529 kilos de Lorenzo, el bravo nacido el mismo mes –abril- de su alternativa en el 2012, y que ha sido la mano del destino, que le ha matado, ha burlado a la virgen de la Peña, y que le alza a la gloria de los grandes toreros, apasionados, y entregados. Maestros en el gremio, que, como Cristo, no se apearon nunca a los eufemismos cursis, que pretendían promoción semántica, y que se nos subieron por las piernas en aquellos años cincuenta. No se puede ser más, que maestro, en cualquier materia. Se sale del mundo, en argot taurino, se llena de toro, que es mucho. Maestro, le decían a Cristo sus discípulos. No le llamaban excelentísimo, ni reverendísimo, ni santidad, ni ilustrísima… ¿Quién decís que soy yo? El hijo de Dios vivo, maestro, nada menos.
No se es discípulo, aprendiz, u oficial, de un excelentísimo, ni de un ilustrísimo, ni tan siquiera de un sapientísimo. Se es de un maestro, que ha recibido la alternativa, y que la trasmite, con entrega, dignidad, vergüenza torera, y profesionalidad, y si encima se muere en la práctica del oficio, se asciende en ese escalafón infinito, a lo máximo, donde se permanece mientras haya historia, que es mucho tiempo, y para muy pocos.
Si de verdad os doliera la muerte de este torero y de cualquier otro estaríais exigiendo a gritos la abolición del toreo. Hipócritas.