La estrategia del odio y del dinero
Tengo por seguro que la lucha por evitar el cambio masivo de los nombres de las calles, en las ciudades españolas, es una batalla perdida. No sirven los razonamientos, como los que estos días han aparecido en los periódicos y en las redes sociales, ni sirve apelar al sentido común.
Porque en la lucha contra la ignorancia suele ganar el fanatismo. Tampoco tengo duda alguna de que esta maniobra, que se ha venido llevando a término en varias fases, no es producto del azar, ni está inspirada por una pataleta. Es una estrategia basada en la venganza sin fundamento, cuya bandera de odio y rencor exhiben un grupo de pequeños burgueses ávidos de protagonismos políticos y faltos de reconocimiento en los ambientes profesionales y sociales.
Me vengo preguntando a qué viene tanto odio, tanto rencor, entre los que ahora asoman al escenario político exhibiendo una batería de reivindicaciones que, o buscan atropelladamente resarcirse de un hecho histórico, como fue la Guerra Civil de 1936-1939, que acabó con el régimen de terror republicano, o buscan directamente provocar a una parte de los españoles que ven cómo cada día es más difícil la convivencia ante el deterioro económico, social y político en que se ha convertido España.
Podría entender esta campaña como una reacción de venganza, por parte de aquellos que perdieron al padre, al hijo, al hermano o al marido, sino fuera porque ya nos dejaron hace mucho tiempo, y los que hoy pretenden representarlos no tienen legitimidad para hacerlo. Pero si así fuera, tendría que entender del mismo modo que los del otro bando, a los que ahora se denigra, podrían tener reacciones similares, porque muertos hubo por las dos partes. La izquierda ha tenido una maestría única a la hora de etiquetar falsos hechos y elevarlos a la categoría de doctrinas. Y, lo que es aún peor, muchos papanatas se han dejado convencer y han asumido la falacia sin más, evitando toda revisión auténtica. Así se ha venido escribiendo la Historia reciente de España por parte de unos cuantos.
Pleitos tengas y los ganes, reza un antiguo proverbio español. En las guerras muere gente de los dos bandos. Las madres lloran y sufren por un hijo sea cual sea su ejército, su causa y su lucha, y los huérfanos crecen en el ambiente familiar sin la presencia del padre, con independencia de cuál fuera la causa que defendía. Y los triunfos no les van a reparar de la pérdida de un ser querido e insustituible. Esta verdad no ha sido aún asumida por esta izquierda aburguesada y fanática que hoy, casi ochenta años después, irrumpe en nuestros hogares a través de los canales de televisión, para incomodar la convivencia de los españoles, ante la ridícula apatía de nuestra clase política. En suma, esta izquierda que no representa en absoluto a la que perdió la guerra, pero que pretende cambiar el signo de la Historia y hacer caer, sobre los españoles, el peso de una venganza sin fundamento que la avale.
Los que ahora se erigen como representantes del llamado Frente Popular son los hijos de la conciliación que tuvo lugar al término de la Guerra Civil. Son los hijos de los españoles unidos en matrimonio que decidieron poner fin a la lucha y cerrar esa página histórica, y las generaciones nacidas a partir de los años cincuenta tuvimos un abuelo republicano y otro nacional, símbolo de la auténtica reconciliación nacional que se produjo en la España de Franco, aunque ahora no les guste a los representantes de la nueva izquierda, y si no lo creen, que busquen en los árboles genealógicos de sus familias. Esa fue la reconciliación, lo demás es pura demagogia.
Ahora, un sutil velo de odio y rencor esconde el verdadero propósito. Las intenciones de estos manipuladores consisten en mantener las diferencias ideológicas y en cargar contra el franquismo, o lo que queda de él, las culpas de un hecho histórico, como fue la guerra civil, por lo que obtienen unos suculentos beneficios. Se denuncian desapariciones, fosas en las cunetas que contienen unos varios miles (ni siquiera ellos se ponen de acuerdo) de asesinados…se elaboran textos y se promocionan para demostrar el carácter demoníaco de los responsables del Régimen del 18 de julio (bajo el que, como he dicho, reconciliaron sus vidas millones de españoles), y se exhiben documentales con el único fin de satanizar al bando que ganó la guerra. Detrás de esta campaña hay dinero que financia cada una de estas actuaciones, bien sea subvencionando libros, folletos y pasquines, o bien a través de encuentros, conferencias y declaraciones. Se han multiplicado las asociaciones que controlan las adjudicaciones del dinero público, del que Rajoy, contestando a mi pregunta de por qué no derogó la Ley de Memoria Histórica, afirmó no haber dado su gobierno un solo euro para esta Ley, durante su mandato anterior, pero que con esa respuesta se evadió de decirnos por qué no derogó la dichosa Ley.
La Ley ha seguido vigente y vigente va a seguir por mucho tiempo, llenando las arcas de asociaciones cuyo propósito no es encontrar los restos de los españoles enterrados en las cunetas, sino proveerse de fondos a costa del Estado y del sufrimiento de los españoles, que no es algo que les preocupe a los manipuladores y a los agitadores sociales que han defendido y defienden la ruptura como sistema, con todo lo que ello conlleva.
Los desaparecidos y asesinados, enterrados en las fosas comunes, por elementos del Frente Popular, bien en las cunetas, bien en los cementerios (Paracuellos, por ejemplo), también tienen derecho a estar incluidos en la Ley de Memoria Histórica.