Si la deshonestidad es practicada por una mayoría, ¿debemos acatarla como democrática?
En París, se llamó “corte de los milagros” a ese submundo de falsos lisiados que mendigaban durante el día mostrando en la calle sus fingidas miserias (eran cojos, ciegos, tullidos…) y, al llegar la noche, se recogían en las cloacas de la gran ciudad, y los cojos volvían a andar, los ciegos veían, los mancos alargaban sus brazos enteros y todos mostraban, ya lejos de las miradas de los extraños, la falsedad de sus heridas.
Hoy, para contemplar esa “corte”, ya no hace falta trasladarse a aquellas cloacas de la capital francesa, no. Ahora la tenemos aquí, en cualquier parte de España y entre nosotros. Que se lo digan sino a ese grupo de jóvenes que visitaron un parque de atracciones, y le hicieron un vendaje en la rodilla a uno de ellos sin tenerla lesionada, para pasar por discapacitado mientras los demás le ayudaban, de modo que no tuvieran que guardar largas colas en algunas atracciones.
Repasando este tipo de comportamientos, me viene a la cabeza un maestro que tuve de niño en el colegio, don Rafael. Aquel profesor era un apasionado lector de Blasco Ibáñez, y también de la cultura japonesa. Recuerdo que un día, y antes de un examen, nos hizo una breve disertación acerca de la honestidad, a continuación, salió del aula confiando en que no copiaríamos. Creo que no hace falta que describa lo que sucedió. Muchos años después, residiendo en la provincia de Tarragona por motivos profesionales, encontré casualmente un bolso de mano con documentos personales y 800.000 pesetas de las de entonces. Sin que lo advirtiese el camarero, alguien que seguramente se sentó antes que yo en la mesa de aquel bar junto al puerto, lo podría haber olvidado. Tras diversas gestiones para localizar al titular de los documentos, éste resultó ser un turista japonés que se alojaba en un hotel de la zona. Aquel hombre, pequeño de estatura, con una presencia impecable y una educación exquisita, batió el record de reverencias en agradecimiento a mi gesto, mientras yo le entregaba su cartera con las dos manos, tal y como nos enseñó don Rafael que se hacía en aquellas tierras. No recuerdo el nombre de aquel empresario nipón, pero la paz interior que experimenté tras la entrega del bolso a su dueño, me hacía presagiar que aquel extranjero siempre guardaría un recuerdo de gratitud, y una firme idea de que los españoles, en general, éramos gente honrada.
Pues bien, han pasado treinta y cinco años de aquella anécdota, y si preguntásemos hoy a nuestros hijos dónde situarían a España en una clasificación mundial de honestidad, las posibilidades de que la colocasen por la cola son más probables que entre los primeros lugares. Esto es muy significativo e importante. El catedrático de psicología y economía conductual, Dan Ariely, en su obra: “The honest truth about dishonesty” (La verdad sincera acerca de la falta de honradez), habla de una evidencia científica y dice, que una vez que asimilamos que nuestra imagen es de tramposos, nos comportarnos de forma más deshonesta.
Ariely ha comprobado, que comprar y usar “productos piratas”, adquiridos por ejemplo a los “top manta” -y esto lo digo yo-, es una forma de empezar a relajar los estándares éticos, que nos llevará a una mayor predisposición para hacer algo deshonesto. Y cuando me refiero a hacer algo deshonesto, no me estoy refiriendo solo a delitos graves, sino a comportamientos que paulatinamente van adquiriendo relevancia. Hablo por ejemplo, de arrojar papeles y desperdicios al suelo en la vía pública; a copiar del compañero en un examen; a no respetar los parques públicos ni el mobiliario urbano; a descargar ilegalmente música a través de la Red; a colarse en una fila de personas que esperan para ser atendidas en un establecimiento; a no ceder el asiento a un anciano o una embarazado en el trasporte público; a estacionar nuestro vehículo en lugar prohibido; a participar en pequeñas mordidas; a defraudar fluido eléctrico mediante un enganche ilegal; a mentir en un historial académico o laboral;, etc. Una larga lista de comportamientos a los que nos vamos habituando como algo normal, pero que no es otra cosa que una epidemia que provoca a su vez un contagio social.
Estudios sociológicos demuestran que no somos conscientes de lo que desencadena un simple acto deshonesto, y que tenemos una gran capacidad para justificar siempre nuestro comportamiento. Por ejemplo: “todos lo hacen”; “más roban ellos”; “que pague el gobierno”; “el dinero público no es de nadie”; etc. La mentira, la deshonestidad, por ende la desconfianza, y de ahí la vigilancia y hasta el espionaje, se han instalado en nuestra sociedad como una democrática filosofía de vida.
Es cierto que los comportamientos deshonestos no deberían quedar nunca impunes, pero no es menos cierto que cuando para combatir esos actos deshonestos hay que aumentar las plantillas de la Policía y la represión, es porque no se adoptaron antes las medidas preventivas necesarias, y así evitar tener que utilizar después el capítulo doloroso de las represiones. Para tener autoridad moral a la hora de reprimir y castigar estos actos, habría que empezar por dotar a todos nuestros niños de una buena formación y educación, y de una justicia social que abarque sin fisuras a todas las familias de una comunidad.
Si nuestros niños no reciben esa formación basada en principios y valores; una educación que empiece en el hogar, continúe en los centros de enseñanza y finalice en la calle; una justicia social que alcance a todas las familias; si los principales medios de comunicación que son las televisiones siguen llevando hasta nuestros hogares programas y mensajes para envilecer y encanallar a nuestro pueblo; y si la clase política encargada de tripular la nave de la nación a través de las distintas administraciones, ataca y destruye la célula base de la comunidad como es la familia, y además esa nómina de políticos es un nido de déspotas, corruptos y ladrones, entonces, ¿cómo queremos que se comporten después unos ciudadanos que desde niños crecieron en ese ambiente familiar, social y político?
La deshonestidad en España es un comportamiento que más que generalizado está institucionalizado. Participan hasta las más altas magistraturas del Estado y, por supuesto, una mayoría de ciudadanos que a pesar de quejarse continuamente de la situación catastrófica del país y de los políticos corruptos, diariamente toleran o participan en actos deshonestos como mera rutina, convirtiéndose por ello en cómplices del bajo nivel ético de la nación.
Solo hay que ver como los que deberían dar ejemplo, los distintos gobiernos de la democracia en este país, a sabiendas de su mala praxis pero con la idea de seguir manteniendo el tinglado político de la parasitocracia, han venido ejerciendo sistemáticamente una presión fiscal sobre los ciudadanos que llega a ser confiscatoria, lo que ha provocado el fenómeno contrario de aquello que se pretende combatir: el fraude fiscal y la evasión de impuestos, ambas, graves conductas deshonestas.
¿Soluciones? A estas alturas no creo que la solución esté en el sistema; no creo que sea cuestión de un decreto ley o una reforma burocrática como esas a las que nos tienen acostumbrados. El edificio amenaza ruina y es necesario derribarlo para construirlo de nuevo sobre sólidos cimientos y con mejores materiales. Pero, hasta que esto sea posible, y aunque sea remar contracorriente, el camino correcto quizá sea actuar cada uno de forma congruente y positiva, siendo ejemplo a seguir para nuestro círculo más cercano, o sea, la familia, la comunidad de vecinos, y nuestro puesto de trabajo. Por este camino quizá consigamos algo, pero mientras, es evidente que tendremos que resistir la presión “democrática” de una mayoría, que se cree con derecho a criminalizar y demonizar a las personas honestas.
La honestidad favorece los intercambios económicos y la gestión de los recursos públicos. Todos nos beneficiamos de la honestidad. Todos nos perjudicamos de la deshonestidad (y recuerdo que tenemos 6 M de parados ) Desgraciadamente el PSOE (y el lobby secreto que lo maneja ) llevan 40 años intentando destruir la Iglesia Católica, y con ello las normas morales que permiten al individuo prosperar en la vida y vivir en armonía con sus semejantes. Esto mismo ha pasado en la Europa cristiana y por los mismos actores. El resultado es que nos perjudicamos todos. Empezando por los mismos deshonestos, que… Leer más »
Apreciado Sr. Román La pregunta que utiliza para construir su titular, es de una simplicidad extrema, pero aún mucho más extremo es el vértigo que produce su abrumadora profundidad. Es una de esas questiones, que precisamente por su simplicidad, hace temblar los cimientos más profundos de nuestras convicciones, como si fueran las murallas de Jericó. Como dirían los físicos: simple, pero “elegante”. Es una dicotomía a la que yo aún le he encontrado una ecuación que la resuelva. Y como también dirían los físicos, es para mi una “singularidad”. Clarísimamente me puedo posicionar en la primera opción argumentando que si… Leer más »
Otro artículo para enmarcar ¡Magistral!
Recuerdo como todavía, siendo niño, se tenía en mucha consideración la palabra dada. Decir “te doy mi palabra” era algo sagrado, incluso entre chiquillos de 7 u 8 años. Y faltar a la palabra significaba que te dijeran “tú ya no tienes palabra”.
Hoy supongo que me tomarían por marciano si a cualquier mocoso le preguntara qué significa “dar la palabra”. Se pensaría que es algo que se hace en Sálvame de luxe… justo antes de ponerse todos a gritar, evidentemente.
Y así debería seguir siendo Sr. Orgulloso. Un hombre vale lo que su palabra. A mi parecer, no va usted en absoluto desencaminado, los marcianos son ellos.
Un saludo
Otro artículo de gran profundidad, esas pequeñas cosas que nos enseñaban nuestros padres, me saltan a la memoria enseñanzas básicas, el levantarse para dar la mano, alternar si llevas dinero y si no mejor no, pequeñas cosas de educación y honestidad. Hoy lamentablemente en cualquier fila siempre hay algún o alguna espabilada, incluso algún niño que se quiere comer su ración y la de su hermano si no le gusta y no compartir como es debido las cosas y alimentos. Desgraciadamente es la sociedad del ” listo” y aprovechase de los que no son descarados y encima para colmo pensar… Leer más »
Magníficamente explicado. Muchas gracias, Sr. Román. Gracias a Ud. y a su maestro.
Tres principios son universales, eternos y engloban el todo.
La Verdad
La Bondad
La Tolerancia