El PSOE podría batir su propio récord
E. Uriarte.- El del peor resultado histórico en unas elecciones generales, quiero decir. Lo batió en diciembre pasado, volvió a batirlo en junio y hay bastantes posibilidades de que, si nos lleva a unas terceras elecciones, logre lo que no pudo Usain Bolt en los 200 metros, batir de nuevo su propio récord. Y no sólo porque el PSOE será mayoritariamente considerado como el partido responsable de una nueva repetición electoral. O por esa parálisis interna que le hace incapaz de corregir a un líder obsesionado con su propia supervivencia. También, porque el PSOE forma parte de una crisis generalizada de todo el socialismo europeo y que explica parcialmente su crisis española.
El diario progresista francés Le Monde llevó a portada hace diez días un análisis en profundidad de la crisis del socialismo europeo («Pourquoi la social-démocratie est en crise dans toute l’Europe») que cuenta muy bien los hechos, pero olvida una explicación fundamental. Los hechos son que los partidos socialistas europeos han perdido muchos votos en los últimos años y que pueden seguir perdiéndolos, como muestran en estos momentos las perspectivas electorales en países como Francia, Alemania o Gran Bretaña. Como ejemplo de esa pérdida de votos, el que da Fabien Escalona (codirector de la obra European Social Democracy During the Global Economic Crisis: Renovation or Resignation? 2014) sobre el sur de Europa: los partidos socialistas de España, Portugal y Grecia superaban el 40% del voto en elecciones generales en la primera mitad de los años 2000, pero han caído a poco más del 20% en esta segunda década del siglo XXI.
Algunas de las causas de esta pérdida de votos están en el análisis de Le Monde, al menos parcialmente. La crisis económica que impide mantener los grandes Estados del Bienestar convertidos por los socialistas en su propia seña de identidad, por mucho que los mantuvieran también los partidos de derechas. El aumento del populismo que hace perder al socialismo su quasi monopolio de la crítica de la sociedad capitalista, como señala Christophe Sente, investigador de la Fundación Europea de Estudios Progresistas. O la crisis de los refugiados que ha generado movimientos contrarios a las políticas socialistas.
Pero a Le Monde y a los analistas del progresismo se les olvida en este reportaje y siempre otro factor: la apuesta de la socialdemocracia por el acercamiento a la extrema izquierda, sus alianzas acríticas con los extremistas, la asunción de sus ideas e incluso de algunas de sus prácticas, su obsesión por no diferenciarse de los radicales. Lo que deja a los partidos de centro-derecha como únicas opciones fiables de gobierno, gestión, estabilidad y progreso en la medida en que esos partidos han establecido diferencias mucho más claras con los populistas de la extrema derecha. Pero también deja al centro-derecha como garante más seguro de algunos logros de las democracias liberales occidentales frente a cuestionamientos como el del islam más radical.
Un ejemplo de estas últimas semanas que es bastante más que anecdótico: el burkini. El progresismo europeo, y muy especialmente el español, tiene miedo a enfrentarse a este símbolo de desigualdad y discriminación de las mujeres. Duda, se esconde, hasta lo justifica directamente, dominado como está por el discurso antioccidental y anticapitalista de la extrema izquierda. Absurdo, incomprensible, pero como lo es su entusiasmo por los pactos con la extrema izquierda y su intolerancia hacia el centro-derecha, esencia ideológica del socialismo español.