República coronada
I. Camacho.- Hay una cierta España (madrileña) del poder que aún vive en la mentalidad política del siglo XX. La de los círculos de influencia, las conspiraciones de reservado y el lobbismo encubierto en foros empresariales. Se trata de gente del dinero que no ha entendido el cambio de paradigma social y se maneja en cábalas que vienen a dar la razón a Pablo Iglesias cuando se llena la boca de presiones del Íbex. A ese cierto Madrid de las grandes corporaciones le priva la ingeniería de despacho, pero ha perdido el sentido de una realidad que cambia muy rápido. Hoy los verdaderos «lobbies» son las cadenas de televisión, Twitter y los partidos, o más bien sus aparatos.
En la nostalgia de las soluciones de diseño late un deseo indisimulado de implicar a la Corona, única institución que de momento ha salido indemne de la crisis del bloqueo aunque sea a base de que su titular practique la suerte del Don Tancredo. Los «amos del universo» de la moqueta capitalina quieren que el Rey borbonee pisando la raya de la Constitución y sacándose candidatos de entre los faldones del Trono. Que ejerza el arbitraje y la mediación a la manera de los presidentes italianos, expertos en política de gabinete y recursos de fondo de armario. Como no ven a Felipe VI por la tarea suspiran por la intervención de su padre según los cánones del viejo estilo. Pinchan en hueso. La Zarzuela conoce su delicada situación en la geografía estratégica del país y su inquilino no va a aventurarse a dar un paso en falso en zona de riesgo.
Entre otras cosas porque ni puede ni sabe. No está acostumbrado y además el monarca ya no es más que un señor en situación de hacer sugerencias vagas y dar respetuosos consejos. Las circunstancias en que accedió a la Jefatura del Estado estrechan su margen al límite de lo simbólico. Cualquier líder de partido está en condiciones de darle un corte de mangas y además contarlo; cada entrevista de consultas puede convertirse en una cáscara de plátano. Su situación es muy delicada porque toda tentación intervencionista es susceptible de interpretaciones sesgadas. En esa tesitura, habida cuenta del grave desgaste institucional, quizá valga más quedarse corto que largo.
El Rey devolvió por segunda vez el toro al corral de las Cortes con un capotazo de apelación al consenso y al diálogo. El peligro de otra ronda de contactos está en encontrarse con la probable autopostulación de más de un candidato. Por eso no se implicará en operaciones que no vayan respaldadas de un acuerdo mayoritario; esperará a que le lleven una propuesta viable con su correspondiente suma de escaños. En los cajones de Somontes no hay candidaturas de repuesto y si alguien pretende fabricarlas en restaurantes debe llevarlas a pulir en el Congreso de los Diputados. Si este régimen ha evolucionado hacia una república coronada, sus problemas los deben resolver quienes los hayan creado.