La democracia española y el árbol de la mentira
Un niño de apenas doce años de edad, preocupado por cómo estaban afectando a la familia las noticias que daban por televisión, preguntó a sus padres acerca de lo que con tanta insistencia esa televisión repetía cada día, dependiendo que cadena ofrecía una misma noticia. El chico tenía curiosidad por conocer una opinión diferente sobre los únicos políticos del momento: Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias. También quería saber otro punto de vista sobre la corrupción política; sobre la deuda eterna española; sobre las altas cifras de desempleo; sobre el aborto y la eutanasia; sobre la salida de nuestras jóvenes promesas al extranjero buscando trabajo; sobre un cementerio de elefantes en el parlamento de Estrasburgo; sobre los salarios de miseria y el empleo precario; sobre la invasión de Europa por inmigrantes y refugiados; sobre los terroristas etarras y la burla de los criminales a sus víctimas; sobre los nacionalismos separatistas; sobre los atentados islamistas; sobre el botellón y las drogas; sobre los perroflautas y las asaltacapillas; sobre el alto índice de criminalidad en nuestro país; sobre la ruina que supone el mantenimiento de las autonomías políticas; sobre las colas en los comedores sociales, etc.
Los padres, en principio, y ante tan sorprendente e inesperada exposición, se quedaron asombrados y sin saber que contestar. Pasados unos segundos, cuando el padre se dispuso a tomar la palabra, el niño remató la faena: -Si la democracia es tan buena como dice la “tele”, ¿por qué vosotros nunca vais a votar?
Ante una pregunta tan directa, fue la madre quien tomo la iniciativa para dar una respuesta lo más objetiva posible a un niño de tan corta edad. Para ello, procedió a relatarle brevemente lo que un día le explicó al conde Lucanor su consejero Patronio:
– “El conde Lucanor se mostraba preocupado con unos individuos farsantes y embusteros. Se quejaba de que las mentiras de aquellos hombres le causaban mucho daño, ya que con ellas aumentaban su poder y levantaban a la gente contra él. El conde podría obrar como ellos, pero era consciente de que la mentira era un instrumento tan dañino, que nunca se había valido de ella. Entonces Patronio, su consejero, explicó al conde lo siguiente:
-Señor Conde, para que toméis una sabia decisión le hablaré de lo que le sucedió a la Verdad y a la Mentira. La Verdad y la Mentira se pusieron a vivir juntas y, pasado cierto tiempo, la Mentira, muy sutil y habilidosa, propuso a la Verdad que plantaran un árbol, para que les diese fruta y poder disfrutar de su sombra en los días más calurosos. La Verdad, que no tiene doblez y se conforma con poco, aceptó aquella propuesta.
Cuando el árbol comenzó a crecer frondoso, la Mentira propuso a la Verdad que se lo repartieran entre las dos, cosa que agradó a la Verdad. La Mentira, dándole a entender con razonamientos bien construidos que la raíz mantiene al árbol, le da vida y, por ello, es la mejor parte y la de mayor provecho, aconsejó a la Verdad que se quedara con las raíces, que viven bajo tierra, en tanto ella se contentaría con las ramitas que aún habían de salir y vivir por encima de la tierra, lo que sería un gran peligro, pues estarían a merced de los hombres, que las podrían cortar o pisar, cosa que también podrían hacer los animales y las aves. También le dijo que los grandes calores podrían secarlas, y quemarlas los grandes fríos; por el contrario, las raíces no estarían expuestas a estos peligros.
Al oír la Verdad todas estas razones, como es bastante crédula, muy confiada y no tiene malicia alguna, se dejó convencer por su compañera la Mentira, creyendo ser verdad lo que le decía. Como pensó que la Mentira le aconsejaba coger la mejor parte, la Verdad se quedó con la raíz y se puso muy contenta con su parte. Cuando la Mentira terminó su reparto, se alegró muchísimo por haber engañado a su amiga, gracias a su hábil manera de mentir.
La Verdad se metió bajo tierra para vivir, pues allí estaban las raíces, que ella había elegido, y la Mentira permaneció encima de la tierra, con los hombres y los demás seres vivos. Y como la Mentira es muy lisonjera, en poco tiempo se ganó la admiración de las gentes, pues su árbol comenzó a crecer y a echar grandes ramas y hojas que daban fresca sombra; también nacieron en el árbol flores muy hermosas, de muchos colores y gratas a la vista.
Al ver las gentes un árbol tan hermoso, empezaron a reunirse junto a él muy contentas, gozando de su sombra y de sus flores; la mayoría de la gente permanecía allí, e incluso quienes vivían lejos se recomendaban el árbol de la Mentira por su alegría, sosiego y fresca sombra.
Cuando todos estaban juntos bajo aquel árbol, como la Mentira es muy sabia y muy halagüeña, les otorgaba muchos placeres y les enseñaba su ciencia, que ellos aprendían con mucho gusto. De esta forma ganó la confianza de casi todos: a unos les enseñaba mentiras sencillas; a otros, más sutiles, mentiras dobles; y a los más sabios, mentiras triples.
Debéis saber señor conde, que una mentira es sencilla cuando uno dice a otro: “don Fulano, yo haré tal cosa por usted”, sabiendo que es falso. Mentira doble es cuando una persona hace solemnes promesas y juramentos, otorga garantías, autoriza a otros para que negocien por él y, mientras va dando tales certezas, va pensando la manera de cometer su engaño. Mas la mentira triple, muy dañina, es la del que miente y engaña diciendo la verdad.
Tanto sabía de esto la Mentira y tan bien lo enseñaba a quienes querían acogerse a la sombra de su árbol, que los hombres siempre acababan sus asuntos engañando y mintiendo, y no encontraban a nadie que no supiera mentir que no acabara siendo iniciado en esa falsa ciencia. En parte por la hermosura del árbol y en parte también por la gran sabiduría que la Mentira les enseñaba, las gentes deseaban mucho vivir bajo aquella sombra y aprender lo que la Mentira podía enseñarles.
Así la Mentira se sentía muy honrada y era muy considerada por las gentes, que buscaban siempre su compañía: al que menos se acercaba a ella y menos sabía de sus artes, todos lo despreciaban.
Mientras esto le ocurría a la Mentira, que se sentía muy feliz, la triste y despreciada Verdad estaba escondida bajo la tierra, sin que nadie supiera de ella ni la quisiera ir a buscar. Viendo la Verdad que no tenía con qué alimentarse, sino con las raíces de aquel árbol que la Mentira le aconsejó tomar como suyas, y a falta de otro alimento, se puso a roer y a cortar para su sustento las raíces del árbol de la Mentira. Aunque el árbol tenía gruesas ramas, hojas muy anchas que daban mucha sombra y flores de colores muy alegres, antes de que llegase a dar su fruto fueron cortadas todas sus raíces pues se las tuvo que comer la Verdad.
Cuando las raíces desaparecieron, estando la Mentira a la sombra de su árbol con todas las gentes que aprendían sus artimañas, se levantó viento y movió el árbol, que, como no tenía raíces, muy fácilmente cayó derribado sobre la Mentira y sus acompañantes, a los que dejó malheridos o resultaron muertos. Todos salieron muy mal parados.
Entonces, por el vacío que había dejado el tronco, salió la Verdad, que estaba escondida, y cuando llegó a la superficie vio que la Mentira y todos los que la acompañaban estaban muy maltrechos y habían recibido gran daño por haber seguido el camino de la mentira.
Usted, señor conde Lucanor, fijaos en que la Mentira tiene muy grandes ramas y sus flores, que son sus palabras, pensamientos o halagos, son muy agradables y gustan mucho a las gentes, aunque sean efímeros y nunca lleguen a dar buenos frutos. Por ello, aunque vuestros enemigos usen de los halagos y engaños de la mentira, evitadlos, sin imitarlos nunca en sus malas artes y sin envidiar la fortuna que hayan conseguido mintiendo, pues ciertamente les durará poco y no llegarán a buen fin. Así, cuando se encuentren más confiados, les sucederá como al árbol de la Mentira y a quienes se cobijaron bajo él. Aunque muchas veces en nuestros tiempos la verdad sea menospreciada, abrazaos a ella y tenedla en gran estima, pues por ella seréis feliz, acabaréis bien y ganaréis el perdón y la gracia de Dios, que os dará prosperidad en este mundo, os hará muy honrado y os concederá la salvación cuando llegue el momento de rendir cuentas ante él”. Fin de la historia.
Con este breve relato, los padres pudieron explicar a su hijo de una manera sencilla pero muy acertada y clarificadora, el motivo por el cual ellos no acudían a las urnas cuando eran llamados por unos políticos, que viven a costa del sudor, el sacrificio y el esfuerzo de los demás, y que basan sus argumentos en falsas proclamas, en lisonjas y mentiras, para aferrarse a la ubre del Tesoro Nacional y representar, ante un público ensordecido e imbuido por un sinfín de mentiras, una farsa siniestra a la que llaman democracia.
El pueblo, es toda esa gente que mayoritariamente sigue a la Mentira, más una minoría que se niega a tragarse la farsa porque cree en la Verdad. La democracia es ese árbol de la Mentira al que se refería Patronio, por lo tanto, los españoles tenemos dos opciones, elegir entre esa Verdad que los medios al servicio del poder político y financiero siguen empeñados en esconder, silenciar y condenar al ostracismo, o seguir creyendo en la Mentira sobradamente publicitada, institucionalizada, grandilocuente, afectiva, generosa y cordial, que ha sabido poner ante nuestros ojos una falsa libertad y la panacea a todos nuestros problemas, pero que su único objetivo es la destrucción de la Patria y de nuestras raíces cristianas, y tratar de convencernos, a través de la propaganda y de esos falsos medios informativos a su servicio, para que sigamos acudiendo a votar cada cuatro años como borreguitos, y, una vez legitimados, alcanzar el enriquecimiento personal amparados por la ley.
Mira si la democracia es MENTIRA, que permite que una mayoría analfabeta y drogada, siente en el Congreso cobrando 6000 euros al mes, a una cuadrilla de forajidos de la quinta del porro, para que procedan a lo que les salga de las pelotas como que se pague un sueldo mensual de 665 euros más dos pagas extras al año, a los delincuentes presos en nuestras cárceles-hotel, y mientras, los ancianos son abandonados en residencias sin ningún privilegio y sometidos a una muerte lenta, después de haber vertebrado este país durante cuarenta años de su vida y a la vez… Leer más »
Por tu respuesta, creo que no has entendido nada.