Carta al Papa de un misionero en el Tibet
Su Santidad Francisco: Misionando por gracia de Dios en la Cordillera del Himalaya y a punto de celebrar cuatro años de mi Ordenación Sacerdotal, me atrevo a escribirle la presente epístola, que hago pública pues su contenido reviste el mismo carácter.
Habiendo sido enviado a misionar el Extremo Oriente, lo cual reputo enorme gracia celeste para con mi muy pecadora alma, hace tiempo que mi espíritu sufre extrema desolación al leer las repetidas diatribas de Su Santidad contra aquello que, de modo peyorativo y sin distingos, da en llamar “proselitismo”.
Particular dolor me causó haber leído que el Vicario de Cristo, sin aclarar el sentido, haya dicho que “el proselitismo es una solemne tontería” y que “no tiene sentido” (cfr. vatican.va). Alguno replicará que esta frase podría quizás haber sido fruto de una transcripción infiel de parte de un periodista ateo, pero su sola publicación en la página oficial de la Santa Sede, torna torpe esta hipotética defensa.
Incrementose mi angustia cuando Su Santidad preguntó retóricamente: “¿Voy a convencer a otro que se haga católico?”, para luego responder: ¡No, no, no!” (Videomensaje por la Fiesta de San Cayetano, 7/8/13). Esa triple negación del actual Papa, me trajo a la memoria la del primero.
De todos modos, inane sería glosar más declaraciones pues cualquiera puede acceder a ellas en las páginas vaticanas o los medios informativos serios.
La Santa Madre Iglesia, por medio de los Superiores Religiosos y aun por medio de Su Santidad -Quien, de viva voz, me mandó ir al Oriente remoto a misionar-, me envió a lejanos confines a evangelizarlos.
No recibí mandato alguno como asistente social, rescatista de emergencias, alfabetizador, repartidor de polenta o dialogador serial, sino que fuí enviado, por el Padre Celestial y la Iglesia Santa, como Pregonero de la Santa Fe Católica, para tratar de ganar para Cristo Rey y Su Cuerpo Místico -que no es sino la Iglesia Católica- el mayor número de almas, predicando oportuna e inoportunamente.
Obediente y feliz, y abjurando de cualesquier metodología maquiavélica, fui al Oriente extremo, y allí sigo, gozoso de empeñarme hasta la muerte en conquistar para la Iglesia Católica el mayor número de ánimas sabiendo que así las encamino de modo segurísimo hacia el Paraíso Celestial y, por tanto, las ayudo a evitar caer en los tétricos abismos del Infierno eternal, el cual (¡oh, escándalo!), aunque hoy casi nadie lo quiera decir, existe y, valga clarificarlo, no está (ni estará) vacío (¡Ay, Von Balthasar!).
Sé que la mil veces feliz labor de contribuir a exaltar y propagar la Iglesia de Dios en los confines del paganismo, la idolatría y la herejía, es objetivamente una santísima obra de misericordia, incontablemente superior a la administración de todos los beneficios corporales o temporales que se pueda pensar prodigar a todos los pobres o refugiados (veros o no) que se pueda imaginar.
Sé que el Misionero debe seguir siempre el modelo de San Francisco Xavier, “santísimo varón“, como lo llamó la Iglesia, que por algo fue honrado con el épico título de Patrono Universal de las Misiones. Y sé que el mismo dichosísimo Santo, como dice S.S. León XIII en la bellísima y olvidada Encíclica Ad Extremas, estando en la India, “tenazmente trabajó por el mismo fin [que Santo Tomás Apóstol] empeñándose con constancia y caridad increíbles para convertir centenares de miles de indios a la sana religión y a la fe de las fábulas del Bramanismo y de las impuras supersticiones“.
Sé que todo Misionero que se precie de tal, debe adherir sin reserva al propósito manifestado por S.S. León XIII en Ad Extremas, esto es, que “todo lo que retengamos útil para incrementar la piedad y la fe [católicas], bus[que]mos de hacerlo constantemente (…) para difundir el nombre cristiano“.
Sé que todo bautizado debe comprometerse de algún modo en el mandato misionero que nos dejó el Señor cual Su último testamento, diciendo: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado” (Mt XXVIII, 19-20).
He aquí que en castellano, bien puede decirse, que es el mismo Dios encarnado, Quien, de viva voz, nos mandó a proselitizar a todas las gentes. Por ende, como la Voz de Dios es siempre infalible (la Suya, Santidad, podemos decir, sólo lo es excepcionalmente), si alguien simpliciter reputa que el proselitismo es una tontería, solemnemente replicaremos que la Sabiduría de Dios es insensatez para el mundo. Por eso, como nos advierte el Apóstol, “¡Que nadie se engañe! Si alguno de ustedes se tiene por sabio de este mundo, que se haga insensato para ser realmente sabio!“.
II
Hecho el obligado proemio, me veo interiormente movido a manifestarle nuevamente la profunda desazón que invade mi alma al constatar sus reiteradas condenas de aquel obrar que Su Santidad denosta con el socialmente odioso epíteto de “proselitismo”.
Como no escapa a la mente de ningún hispano-parlante medianamente culto, la voz “proselitismo” admite en nuestra lengua una diversidad de suplencias de distinta connotación moral. El mismo vocablo, por tanto, no está exento de una intrínseca ambigüedad a tal punto que puede ser empleado tanto para denotar las más viles maniobras de los demócratas en pos de rejuntar papeletas en los circos electoraleros como para referirse al sacrificado apostolado de los Misioneros que se desgastan y mueren con tal de convertir paganos, herejes y cismáticos a la única Iglesia verdadera.
Con no poco placer, recuerdo haber tenido entre mis manos, durante mis visitas a las Universidades Pontificias romanas, algunos antiguos ejemplares de muy serias revistas misionales, en las que se usaba el término “proselitismo” para referirse, sin más, al apostolado de conversión de infieles.
Ejemplo señero del uso del término “proselitismo” entendido como conducta santa y aun obligatoria, lo encontramos en uno de los clásicos de la literatura misional. Nos referimos al magnífico libro intitulado “La Conversión del Mundo Pagano”. Este tomo, valga subrayarlo, fue escrito ni más ni menos que por un Sacerdote beatificado, el Beato Paolo Manna, quien con grande claridad enseñaba lo siguiente (la traducción es nuestra): “Proselitismo es un instinto de la naturaleza. Con mucha mayor razón es el instinto de la verdad sobrenatural y, para los Cristianos, es un solemne mandato de lo alto. Por lo tanto, si somos Apostólicos, debemos contribuir al Apostolado (…)” [1].
Mas, pongamos un ejemplo más. El célebre manual de Misionología escrito por Juan Carrascal S.J. intitulado “Si vas a ser misionero” (Edit. Sal Terrae, Santander, Espan?a, 1957) no sólo usa abundantemente el vocablo “proselitista” y sus derivados entendiéndolo como algo óptimo sino que uno de los capítulos de este gran libro lleva por nombre “Proselitismo Misionero”.
Carrascal, que fue misionero en China, hablando de los Catecumenados, da el siguiente consejo a los Misioneros: “Y una vez que tienes la tanda formada con unos 10, 20 o 30 [catecúmenos] entonces en tu mano esta? que se hallen contentos de haber venido y que salgan satisfechos y proselitistas y te aseguren las siguientes convocatorias” (resaltado nuestro).
El mismo Misionero escribió que “la doctrina de Cristo (…) es cato?lica. Ni siquiera se puede decir que hay momentos inoportunos para su proselitismo“. También escribió que “El fin, pues, de nuestro proselitismo debe ser hacer amable, conveniente para e?l [=para el pagano] la doctrina de Dios“.
Ahora bien, visto y considerando la drástica ambigüedad del vocablo de marras, mi sacerdotal alma sufre al notar que, a menudo o siempre, Vuestras vehementes descalificaciones del llamado proselitismo, omiten señalar el valor de suplencia de la denostada expresión. Esa omisión es dolorosísima para mi espíritu puesto que si no se aclara el valor de suplencia, es casi imperioso interpretar esas condenas papales como fulminantes reprobaciones a la labor de cualquier misionero -incluido, el suscripto- que ose hacer aquello para lo que, por la misma Iglesia, fue enviado, esto es, ser ardientemente celosa causa segunda para la conversión de los infieles.
III
Si bien la presente esquela, no pretende erigirse como tentativa correctiva y aun cuando como regañina sea interpretada, doy por descontado que Su Santidad no desdeñará la misma, imitando en esto a Su predecesor, San Pedro, Quien, como dice la Glosa de San Agustín y cita el Aquinate, “dio a los mayores ejemplo de que, en el caso de apartarse del camino recto, no desdeñen verse corregidos hasta por los inferiores” (S.Th. II-II, q. III, a. 4).
Con la esperanza de que la presente y sentida misiva, mueva a Su Santidad a aclarar el sentido de Sus declaraciones y, por tanto, a reivindicar la importancia y urgencia de trabajar sin pausa por la conversión a la Fe Católica de todos los paganos, herejes y cismáticos, doy por terminadas las presentes líneas implorando su apostólica bendición y suplicándole alce al Cielo alguna prez para que el Señor de los Ejércitos me conceda la inmerecida y sublime gracia de ejercer el sagrado proselitismo hasta que la muerte y el divino Juicio me sorprendan.
Besando sus dignísimos pies,
Padre Federico Juan, S.E.
Misionero en Extremo Oriente
[1] El resaltado es nuestro. Citamos la traducción inglesa intitulada “The conversion of the pagan world” (Society for the Propagation of the Faith, Boston, 1921). La cita la tradujimos del inglés. El pasaje en inglés dice así: “Proselytism is an instinct of nature. With much greater reason it is the instinct of supernatural truth and, for the Christian, is a solemn mandate from above. There fore, if we are Apostolic, we must contribute to the apostolate, and this is binding upon all of us“.