Rajoy festeja sobre los muertos del PSOE
David Gistau.- Poco antes del arranque del debate, bajo un sol tibio en una hermosa tarde madrileña apta para actividades en el exterior, los manifestantes de «Rodea el Congreso» iban confluyendo hacia Neptuno en un número francamente escaso que no preludiaba un gran acontecimiento con aparición nudista de Jill Love. En la misma plaza ya habían tomado posición algunos machacas de Izquierda Castellana. Pero, en los alrededores, el ambiente era casi familiar e incluía a muchos niños en sus cochecitos con aspecto de venir de echar la tarde en el parque del Retiro. En las conversaciones, se hablaba feo del PSOE. Con ira, algunos, con honda decepción, desprovista de furia, otros muchos.
Esas conversaciones fueron un anticipo de lo que luego sucedió dentro del Hemiciclo, donde el PSOE recibió una brutal paliza dialéctica de la porción tribal de la Cámara que aspira a manejar en monopolio el canon purista de la izquierda fetén. En este sentido, el día había comenzado mal para el PSOE. Porque Sánchez, al convertir su dimisión en una proclama de liberación de un partido cautivo del PP, ya ahondó los sentimientos de culpa y dejó aún más en evidencia a todos los diputados noístas que migraron a la abstención «por imperativo». Sánchez lloró al hacerlo, como los futbolistas que se retiran, y ahora nos enternece imaginarlo, por carreteras comarcales, a bordo de su cochecito de viajante de Arthur Miller, entregado a una prédica tan solitaria como la de un apóstol. ¡Pedro de Tarso, hacedor de la nueva iglesia socialdemócrata!
En el contexto de la paliza al PSOE, Iglesias pergeñó un guión conspirativo donde las élites están todas confabuladas contra él y sus hermosos difusores de amor y redención. Lo tiene fácil para apropiarse del único discurso de oposición posible, si no comete el error de llevarlo extramuros y autoinvalidarse en la radicalidad: el pinchazo de «Rodea» lo animará a no hacerlo, no es tan fácil volver a llenar la calle de insurgencia con solo decir abracadabra. Al regresar a su banquillo, volvió a abrazarse con sus compañeros de bancada, trémulos en el filo de lo emocional, mientras la bancada popular se burlaba.
Rufián continuó la paliza, espeso, delirante, esforzado monologuista de barra capaz de mandar al consumo de ansiolíticos al más paciente de los «barman». Lo suyo podría haberse quedado en número de humor, pero fueron tan bestiales los insultos al PSOE, quealgunos diputados se marcharon indignados y hasta el PP y Ciudadanos –el ciclo del 78 al completo– arroparon a los socialistas. Estas ovaciones compartidas de la Triple Alianza –del constitucionalismo– sirvieron como pretexto a Iglesias para afear solidaridades contranatura y señalar el nacimiento de un bloque. De ser así, cabría preguntarse qué conclusiones hay que sacar del hecho de que él y su bancada aplaudieran y se sintieran emparentados con discursos como el del «abertzale» Óscar Matute y su relato de los años de plomo, que le sirvió para agregar sangre a la venganza de la izquierda contra el PSOE. Ayer quedó evidenciado que la Cámara está rota en la división que anunció Rajoy: Constitución/78 y antis. Incluso cuando el Hernando del PP, durante una réplica a Matute, recordó los muertos por tiro en la nuca, Bescansa y Garzón cabeceaban desaprobando la mención después de haber aplaudido la de los GAL. Es probable que exista ya una distancia suficiente con el último muerto de ETA –una distancia profiláctica– como para que la izquierda radical pueda acoger a los «abertzales» como semejantes ideológicos y para ayudarlos incluso a depurar el relato de la violencia a conveniencia. Hace poco, habría sido escandaloso ver al tercer partido español en representación eludiendo con una actitud ambigua la hegemonía social contra el asesinato en serie de coartada política.
Rajoy a punto estuvo de proclamar que se burló de todos. Ocurrió cuando, después de socializar la responsabilidad de nuevo y de insistir en la nueva actitud dialogante, agregó que no iba a practicar la demolición de sus políticas y de sus reformas y que nadie debería pedirle eso. Sonó un poco a: «Os engañé, pringaos». Ello provocó algún intercambio urgente de comentarios en la bancada de Ciudadanos, cuyo orador, Rivera, se esforzó después por recordar que ellos también existen y tienen debajo del dedo índice el botón que permite volar la legislatura.
La votación fue una penitencia tremenda para el PSOE, cuyos diputados salieron ayer de la Cámara humillados, destruidos, en algunos casos, hasta rotos en lágrimas. Me impresionó una imagen. Mientras Ana Pastor daba el resultado de la votación y Rajoy permitía que lo untaran de aplausos como mermelada sobre una tostada, mientras el PP gritaba su victoria, Margarita Robles, noísta irreductible entre los únicos quince que lo fueron, miraba a sus compañeros con los ojos cargados de furia. Musitaba algo. No sabía ni contra quién ir. Daba la impresión de que los compañeros de bancada la evitaban mientras se dispersaban, como si supieran que nada podían objetar a semejante apelación furiosa. El PSOE, el partido que «derramó sangre», como dijo Hernando, fue ayer un desgraciado apalizado en el barro como los de “Deadwood”.